Capítulo cuarenta y tres.

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Cuadragésimo tercer capítulo de Caer ~ “Nunca terminamos de conocer a las personas. Es mejor no esperar nada de nadie, así nadie se decepciona”. 

{Escuchar: https://www.youtube.com/watch?v=KULPnB1Ro8Y }

La mañana siguiente, desperté tarde cuando mamá vino a avisarme que los pasajes de avión para nosotros, ya estaban listos. Eran las 12 del mediodía cuando abría mis dos ojos, apenas pisaba un pie y una bota en la alfombra de mi habitación, y supe que tenía tres horas para hacer las maletas y prepararme para volver a Nueva York. Entonces, debía ponerme en marcha si no quería perder el glorioso avión que por fin me llevaría a la tranquilidad de mi casa, donde no pelearía con nadie más que Pac por ensuciar su jaula. 

Me bañé con toda la tranquilidad del mundo, y cuando apenas salí de la ducha, me miré en el espejo con el ceño fruncido. Las costillas sobresalían un poco más que antes, al igual que mis huesos de la cadera; entonces entendí por qué Justin me había mirado tan extrañado ayer. Yo estaba muy flaca, y ahora que no iba a ser bailarina no me servía el ser así.

Bien, yo sentí una angustia que florecía en mi pecho. Miré mi valija, sabiendo que sería la última vez que la usaría en un tiempo y suspiré prendiendo un botón del escote de mi vestido celeste; afuera hacia un poco de frío y llovía ligero, aunque el clima de ayer estuvo hermoso. Saludé a las personas que veía caminando en los pasillos y me detuve por completo cuando vi la habitación de Justin. 
Un foro interno debatía sobre despedirme o no; quizá podría mandarle un mensaje, o llamarlo, pero no sería lo mismo. 
Con el corazón en la boca, y mi mano derecha en un puño frente a su puerta, tuve la intención de golpear hasta que se abrió sin que pueda hacerlo ni una vez. Mi mano quedó en el aire, y la bajé de repente sintiéndome tonta. Los ojos algo rojo de Justin, y su cabello despeinado me recibieron.
–Iba justo a despedirte –dijo con voz ronca, exhalando menta en su aliento a la vez que hablaba. 
Mi ritmo cardíaco estaba sobre las nubes de repente.
–Yo… yo sólo pasaba a saludar –contesté. 
Mi voz salió extraña, algo dudosa. 
Él abrió la puerta aún más, y murmuró un pequeño “pasa”, que no desaproveché. Sólo dejé las muletas por un momento sobre la pared y la valija afuera de su habitación. 
Y cuando entré, sentí su típico olor. Un perfume fuerte irradiaba en el ambiente, y su común desorden estaba. Tomé una gorra que estaba arriba de su cama y me la probé mirándome en el espejo colgado en una pared alado del ventanal del balcón.
–Nada mal –hizo una mueca seductora y yo sólo sonreí con tristeza. 
Miré nuestros reflejos sobre el espejo, y entendí a qué se refería ayer respecto a los cambios. Yo seguía siendo más baja, pero mi rostro estaba distinto; ya no tenía alegría. Él seguía siendo más alto, pero sus ojos que antes demostraban tanto, ahora estaban tapados en una niebla extraña, inexpresivos. 

Sentí mis manos temblar cuando pasó sus brazos atléticos y llenos de tatuajes por mi cintura, y escondiendo su rostro en mi cabello aspiró. Yo coloqué mis manos blancas y pálidas sobre los dibujos oscuros de sus brazos y volví a suspirar cuando sentí que me apretaba más y más contra su duro torso desnudo. 
No dijo nada. Nada más que quitó su gorra de mi cabeza para tirarla a algún lugar de la habitación. Y luego, sólo fue subiendo su rostro lentamente, y con su dedo índice y pulgar giró mi cabeza para vernos directamente a los ojos. 
La cercanía era limitada y yo me veía embriagada por ello, casi perdida. Sus ojos mieles me sonrieron y casi puedo jurar que volvieron a ser los mismos que antes, pero luego los cerró y buscó mi boca con la suya. 
Bajó sus trabajados brazos por mi estrecha cintura para girarme frente a él, sin permitirme girar, exactamente. Coloqué mis manos en el inicio del cabello de su nuca y lo acaricié, intentando mantener mis manos ocupadas para que no se note el temblor. 
Yo… yo no podía explicar con palabras el jugueteo de mi corazón y las cosquillas de mi columna vertebral, sólo estaba perdida y ahí estaba mi lugar. Sólo eso sabía. 
Sus manos acariciaron mi cintura y bajaron por la parte baja de mi espalda hasta mi trasero quedando ahí; yo no pude detenerlo y tampoco quería hacerlo, así que dejé que me empuje hacia la pared, donde yo me sentía presa de un gigante león y yo un pequeño ratón.
No sentí miedo. Sentí excitación y amor. 
Mis piernas se elevaron a sus caderas sostenidas por manos que me acariciaban por sobre la piel desnuda que mi vestido había dejado desocupada, y sentí, sólo un poco, el contacto de mi piel desnuda con la de él, en su pecho. Ya dejé de lado la vergüenza, y bajé mis manos por sus brazos, pasando por su cuello, y tanteando el vello de su pecho; inclusive nos separamos unos segundos que yo aproveché para mordisquear su cuello, uno de los puntos débiles que conocía. 
Y luego volví a su boca, con su lengua con la mía haciendo la mejor pelea de todas.

Me dejó caer en la cama con delicadeza, y al instante su cuerpo se acopló junto al mío. Justin y sus expertas manos no dejaron de acariciar mi cuerpo, incluso elevó mi vestido dejando a la vista mis bragas rosas y sonrió por sobre el beso. 
–No te vayas –susurró. 
Entonces yo reaccioné abriendo los ojos grandes. 
–No te vayas –pidió de nuevo con la voz ronca, sensualmente y jodidamente hermoso.
Carraspeé con dificultad. No tenía aire, ni tampoco conciencia. 
–No… –me callé al instante cuando me di cuenta que mi voz jadeaba de placer. 
Él abrió sus ojos, mirando los míos con una mirada oscura. 
–Por favor… –pidió. 
–No, Justin –logré decir con un intento vago de firmeza.
Me dio un pequeño beso.
–No quiero dejarte ir. Te prometí que estaríamos siempre juntos. 
Aunque sonrió con dulzura, yo no lo hice. Después de todo, él era Justin Bieber, hacia eso con Katy, con Chantel Jeffries, con millones de chicas que se acostó. Y por más que mis deseos nublaban un poco mi verdadero sentido común, no podía permitírmelo; no podría aceptar ser el juguete de él por más de que lo ame con todo mi corazón, y todo el alma.
–Lo prometiste cuando estabas bien –contesté. Y no le di tiempo a que conteste, cuando volví a hablar: –Ahora no lo estás. No sos el mismo, no estamos hablando de la misma persona.
Él chasqueó la lengua, haciendo desaparecer su sonrisa. 
–¿_____? –preguntó frunciendo el ceño.
–Tienes anemia, lo entiendo, sé que te tienes que cuidar por eso. También sé que sufres de depresión, y lo entiendo también. Pero no voy a aceptar que te drogues por esa razón, ni que andes con millones de chicas a la vez –sentencié mirando a sus ojos fijamente, con el dolor reflejada en mi mirada… y en la suya. 
–Estoy solo.
Sonreí irónicamente.
–Porque quieres estarlo, Justin. Tú solo te metiste en ese terreno –rodé los ojos y tragué saliva antes de seguir –. Olvidaste de donde viniste, gritas a todo el mundo, te drogas, tomas, sales, no te importa tener sexo con cualquiera, inclusive tienes problemas legales, ¿crees que eso está bien? –pregunté retóricamente. 
–No me vengas tú también con ir a esa mierda de rehabilitación. –dijo con voz enfadada.
–Yo no vengo con nada. Sólo te aconsejo, al parecer, tienes otros amigos que te aconsejan otras cosas que te hacen mal pero con ellos no discutes. 
Puso sus manos a los costados de mi cabeza y, con ojos furiosos, dijo:
–A veces las personas quieren cambiar, y por eso lo hacen. Otras, quizás nunca son como aparentaban ser, ______. Yo no necesito que me aconsejes, ni que me digas qué tengo que hacer –respondió con voz dura.
Algo dentro de mi corazón se rompió… de nuevo, como si fuera posible.
Esta vez, sonreí con tristeza. 
–Entonces tú tampoco a mí. Me voy. 

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Nunca digas nunca |JbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora