Capítulo siete.

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Séptimo capítulo de Caer. ~ “Cumpleaños arruinado”.


Eran las 11 de la noche. Ya habíamos comido, y ahora estábamos mirando la televisión entre los cuatro mismos: Justin, mi mamá, Scooter y yo; como dice el dicho: “El burro por delante” o sea, Justin. 
Mis párpados tentaban a cerrarse, mi cabeza empezó a doler por el cansancio y el único deseo que tenía en ese mismo momento, era: dormir. Anoche había descansado sólo un poco, lo que no era suficiente como para que resista hasta mi cumpleaños, que era en una supuesta hora más.
Ellos reían a carcajadas por la película de comedia que veían, yo intentaba poner atención, pero no estaba en perfectas condiciones para eso, entonces… me quedé mirando a la nada, ordenando a mi sistema y cuerpo que no me hagan dormir. 
–Má… –la llamé. La desgraciada de mi querida madre, me miró por un segundo y siguió con su vista en el televisor. –Má… –Volví a molestarla. Una carcajada se escapó de sus labios. Dirigí mi vista al televisor, y un tipo se había caído arriba del otro, y el otro tipo que se había caído quedó arriba del otro, entonces otro hombre apareció de la nada sin verlos y tropezó con las piernas de los de abajo, y cayó también. No entendía qué tenía de gracioso eso. –Voy a dormir, buenas noches. –Elevé un poco la voz, pero no obtuve respuesta de nadie; sólo Justin, que me miró y sonrió. Yo no devolví la sonrisa.

Me adentré en la cama, consciente que eran las 11:23 y me pasaría otro cumpleaños sin que me saluden a las 12 en punto. El año pasado había pasado lo mismo: en estas épocas recién nos estábamos incorporando a la ciudad y al departamento; la casa era un desastre, los papeles del colegio más complicado que lo normal, mi mamá no tenía trabajo y en danza era un desastre. Y a pesar que mañana era mi cumpleaños 16, no tenía vacaciones. Sí colegio, sí danza. Todo empeoraba cuando recordaba que tenía una evaluación de Biología y en danza, bueno… aguantar a esos fideos.
Sin más historia… me dormí profundamente.


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La mañana siguiente, abrí los ojos de golpe.
Mi despertador titilaba en un espantoso sonido y con luces brillantemente rojas pronunciando las 06:30 am. 
Bufé con cansancio y volví a cerrarlos por una milésima de segundo; si los mantenía así por unos cuentos minutos más, era consciente de que me dormiría y entraría tarde al colegio, y ya tenía suficientes faltas y tardanzas para un año escolar normal. Entonces, me senté en la cama quitando las frazadas innecesarias de repente; y empecé mi vestimenta diaria.
La cocina estaba vacía, <<cómo siempre>>, lo que me dejaba las posibilidades de desayunar lo de siempre sin el regaño de mi mamá: una manzana y uno que otro jugo. 

A mitad de la mañana, había recordado que hoy era 21 de abril. 16 años de mi nacimiento. ¿Estúpida, verdad? Lo suficiente para pegarme con la mano en la frente. Me había olvidado de mi propio cumpleaños, y parece ser que todo el mundo también. No había rastros de mi familia, y de familia, cuenta mamá y Justin, –que aún seguía enojada con él, pero no demasiado–. Sin embargo, no me sentía emocionada como todas mis compañeras del colegio que conozco estarían. Yo me encontraba normal, absolutamente sin emoción; casi me deprimo y me pongo en posición fetal cuando recuerdo que hoy tenía danza. Mierda. Era mi cumpleaños, y no podía descansar. 
“Buen día, Darling. ¡Feliz cumpleaños! Ya no crezcas, lo estás haciendo muy rápido” –recibió mi celular activado en vibrador, en plena hora de la evaluación de Biología. Sonreí inconscientemente y volví a guardar el teléfono. Por lo menos, lo recordó… eso era lo suficiente para mí.


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Introduje el can can rosado en mis piernas, seguido la malla negra con espalda cruzada atrás, y me miré al espejo una vez más: No me sentía feliz. 
Mis ojeras eran grandes bolsas debajo de mis ojos, tal pista del estrés que tenía; mi boca estaba apagada y para abajo; mis ojos también cansados y mi cuerpo… como siempre: horrible. 
Odiaba mi cuerpo. Odiaba no tener autoestima suficiente, como todas mis compañeras de danza. Ellas eran altas y perfectas, yo pequeña y no tan delgada; rubias con ojos azules impactantes, y yo castaña con ojos marrones claros; ellas vestidas elegantes siempre, ¿yo? Era feliz con mi jean favorito y alguna remera cómoda con zapatillas; ellas con el mentón en alto siempre, yo con la mirada abajo. ¿Por qué era tan así? ¿Tan rara y aburrida? ¿Por qué Justin seguía conmigo a pesar de todo? ¿Por qué todo lo que hacía me parecía hacerlo mal? 
Sin duda, este era el peor cumpleaños de todos. Estaba sola, y nunca me di cuenta.


–Cómo saben… necesitamos hacer la pequeña audición para el papel de Cupido en Don Quijote del 2do acto. Quiero que sea una competencia limpia, sin trampas y que lo disfruten. Elegiremos a la que creamos mejor. –Dijo Helena, nuestra profesora de danza. Ella dictaba la clase siempre y nos miraba, ahora, de una forma amenazante a cada una de nosotras. Pero no tenía miedo. Yo no quedaría. 
Entonces, minutos después, pusieron la música de la propia variación que debería bailar alguna de nosotras. Todas habíamos pasado; y yo ni me preocupaba si me había salido bien o mal. 
Un molesto dolor en el pie, empezó a titilar allí. Sentía como algo viscoso rodeaba la piel de mis dedos del pie; el amenazante y horrible sentimiento, me hizo sentar en el piso sin importar que Helena seguía dando indicaciones. Dirigí mis manos a las cintas de mis puntas atadas a mis tobillos; ardía, y dolía demasiado en el interior. Cómo si algo me estaba clavando. Y haciendo una mueca de dolor, fui abriéndolas rápidamente, para sacarla por completo… y examinar la gran mancha de líquido rojo que rodeaba mi pie y atravesaba el can can ahora repleto de… sangre. 
Sólo había una explicación, y las pistas se aclararon cuando metí mi mano dentro de la zapatilla de ballet también con sangre: pequeños vidrios triturados estaban metidos disimuladamente. ¿Cómo es que no sentí nada desde el primer momento? Estaba tan acostumbrada a sufrir y vivir en mi cabeza, que no me encontraba pendiente de ello. Y alguien, sin duda, tenía en claro que yo no era de su agrado.
–¡No puede quedar ella! ¡Hace un año está recién aquí! –chilló histérica una voz femenina, reconocida al instante por mi memoria pero… no conseguí respuestas del nombre de la dueña de la voz. Me había terminado de vestir para volver a casa, pero antes de que pueda pasar por la puerta del baño, escuché como murmuraban cosas llamando mi atención; entonces, a mi “inteligente” e impulsiva mente, se le ocurrió esconderse en otro baño, donde podía oír todo también. 
–Ella baila bien. –susurró en respuesta otra voz, también conocida. Hablaban en murmullos disfrazados de susurros; pero se escuchaba. Demasiado. 
No sabía de quien hablaban.
La otra voz bufó. –Vamos, Stella… ¿no viste sus piernas? Es más gorda que una vaca. –mi estómago volcó en desagrado. Hablaba con una naturalidad increíble, como si no le lastimara.
–No hablo de su cuerpo… ella tiene las mismas condiciones que tú, Marie. Lo sabes. –ella sonó decidida y fulminante.
–¡_____ no puede ganarme el papel! ¡Es una vaca! ¿No lo ven? –exclamó. Entonces… sentí como si me quedaba sin aire en los pulmones; como si me estaban ahorcando. 
–_____ puede quedar. Escuché a Helena. Ya te lo dije. –Stella sonó convencida, pero eso no me importó.
Estaban hablando de mí. De una vaca, que era yo. La supuesta dueña del papel, que le ganó a la estúpida pelirroja con la que nunca compartí palabras, solo miradas sin sentido. Pero, ahora que lo pensaba, había encontrado a Marie mirándome con ojos para nada amables. Rencor, odio y furia. ¿Qué había hecho para ganármelos?
Pero cuando quise escuchar esa respuesta, me di cuenta que estaba sola… sola en el baño. 
Nuevamente: este es el peor cumpleaños de mi dieciséis años. 
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Nunca digas nunca |JbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora