Capítulo N°9 : La razón y la locura son mis aliadas (I)

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Mi vida se encuentra en caída libre, en este momento estoy despidiendo con un fraternal abrazo a Emma que va a pasar un tiempo a la casa de sus abuelos. Jess decidió que necesitábamos algo de distancia luego del vergonzoso acto que tuvo que presenciar. Le expliqué, una y mil veces, que solo fue un arranque de ira por el trato que él tuvo sobre Emma pero no me quiso escuchar. Su llanto fue desgarrador para mi alma, sin embargo también una alarma para darme cuenta que estoy perdiendo los estribos con mi vida. Un desquiciado aparece para vengarse y mi mundo se pone cabeza abajo. Desde que el Señor J decidió hacerse presente no logré tener días normales. Jess piensa que fui muy afectado por las muertes de Jefferson y Richard pero no es así, ni siquiera recuerdo sus rostros. Es mejor dejarlas ir, ellas van a estar fuera de peligro, lejos de las garras de mi enemigo; Frykt, yo, por otro lado, voy a tener tiempo para planear mi trampa. El taxi hace sonar dos veces su bocina y, entre el sollozo de Emma, veo como se alejan. Jess ni siquiera se despide pero ¿cómo no voy a entenderla? Si en este momento piensa que puedo hacerles daño, el miedo nos hace hacer cosas inimaginables para proteger lo que más queremos, lo que amamos. Emma, en este momento, es lo único que importa en la vida de mi esposa y la va a proteger como una leona protege a sus cachorros. Mi hija estira sus manos buscando acercarse a mí, y a cada paso su llanto crece. Suben al automóvil, Emma apoya su rostro en el vidrio y me saluda con tristeza. Comienzan a moverse y yo corro buscando de una forma, sin gritar ni mover mis brazos, detener el taxi, sin embargo es tarde... Ya se fueron y yo caigo de rodilla al piso llorando. Quiero levantarme, no puedo, no tengo fuerzas... Un automóvil casi me atropella, me sobresalto del susto y corro hacia mi hogar.

Me recuesto y una lágrima recorre mi mejilla, solo siento el sonido de las agujas del reloj, tic, tac, y me doy cuenta de la realidad, de lo que comencé a perder, de lo que puedo llegar a perder y de la nada misma que puedo ganar, mi vida sin ellas no tiene sentido. Todo lo que construí fue para dejárselos y, ahora, llega alguien a arrebatármelo.

—¡NO SE LO VOY A PERMITIR! —grito como si estuviera en la guerra. Necesito descargarme. Me levanto, me seco las lágrimas y enciendo la computadora para ver cómo puedo comunicarme con este asesino. Ubicarlo por el blog no surtió efecto, solo me queda intentar contestar el mail. Me sueno los dedos y escribo:

»Sé que nos conocemos, sé que deseas vengarte de mí. Es más, sé que sabes todo lo que ocurre en mi vida. Pero no te dejaré tranquilo, te buscaré, te cazaré y te mataré».

Luego de enviarlo, la adrenalina bajó y el miedo llegó. ¿No habrá sido una locura haber enviado ese mail? Mi corazón me dice que no, mi mente me dice que sí. ¿A quién le creo? Yo soy consciente de mis debilidades, no soy detective, ni un sabueso. No poseo los conocimientos óptimos en criminalística, no tengo ningún informe de las escenas de los crímenes. Y, lo único que me conecta con él es la casilla de mail, que es ficticia y puede ocurrir que jamás responda. No obstante si lo hace, si responde, lo que debo lograr es ponerlo nervioso y que quiera buscarme; o que cometa un error mínimo, como el de la tarjeta, para poder hacer mi movida. Estoy seguro que vio la escena con mi vecino, que me ve destruido. Los grandes depredadores huelen la sangre y atacan. Quiero que huela esa sangre y se acerque lo suficiente. Tengo todo el plan en mente.

Miro por la ventana mientras cuento los autos grises pasar en minutos, es un método para liberar el estrés esperando algún tipo de señal de este maldito. Escucho un pitido en la computadora, me doy vuelta y observo que me ha respondido. Me siento, me refriego la cara y leo:

«Inténtalo, maldito, y veremos quién acaba con quién».

Una respuesta concisa, ciertamente me decepcionó. Esperaba que fuera un juego más psicológico. En un ambiente donde me manejo mucho mejor que él. No importa, voy a atacar donde más le duele. Comienzo a escribir mi respuesta:

«¿Quién te crees que eres para ingresar a mi vida y querer destruirla? Pronto sabré tu identidad, pronto verás un río de sangre, tu sangre. Te crees fuerte, indestructible y eres una escoria, una basura. Es más, te tengo tanta lástima que en este momento lloraría por ti. ¿Pensaste que Abbie, Robert, Jefferson o Richard representan algo en mi vida? NO REPRESENTAN NADA, AL IGUAL QUE TÚ».

Lo leo una vez más, quiero saber si ataqué su egocentrismo. Me va a maldecir cuando lo lea, quiero que se enoje, que se enfurezca al punto tal de venir a buscarme, y, cuando lo haga, estaré aquí esperándolo. Lo envío y me preparo un café.

Me envuelve el recuerdo de la partida de mi familia, el llanto de Emma, la indiferencia de Jess, la cara de idiota del taxista. Se presenta una angustia tan profunda, invade mi cabeza la idea del suicidio, siempre pensé que es de cobardes hacerlo, pero, por el momento, no encuentro otra salida. Si alguien pierde lo que más ama en la vida, solo le queda la muerte. No sería un ejemplo para Emma, no es momento de caer en la desgracia, no es momento para que la oscuridad tome de rehén a mi alma. Comienzo a ordenar mi biblioteca, cuando estoy ansioso necesito tener las manos ocupadas, de lo contrario, mi mente piensa a una velocidad abismal y es peligroso en este momento.

Es tan diversa la cantidad de novelas que poseo que, cada vez que las ordeno, me sorprendo. Desde ciencia ficción, pasando por drama, y finalizando en los policiales. Mis ojos brillan al encontrar, escondida, una caja donde están los borradores de mis anteriores novelas, desde mi adolescencia escribo y amo hacerlo.

Saco del fondo la primera de todas, la nombré «El umbral de lo desconocido». Trata de un periodista que trabaja en los misteriosos asesinatos que ocurren en el sur de Inglaterra. Es atrapante y con giros inesperados. No tuvo la aceptación que busqué de los lectores sin embargo como fue la primera, estoy encariñado con ella. Mis ojos se humedecen al leer un par de líneas, me remonto a épocas que pensé olvidadas. Mi maldita memoria siempre me juega en contra. Cada palabra, cada párrafo, no parece haber sido escrito por mí. No recordaba mucho de ella no obstante sí en qué momento la escribí. Fue en la ocasión en el que veía en la televisión un caso policial que me llamó la atención. Investigué e investigué. Hablé con policías, familiares e incluso periodistas. Y, luego de recabar todo lo que necesitaba, comencé con la escritura, lo único que saqué de la historia real fue el asesino, lo despiadado que fue, sin embargo muy desorganizado. Por algo, ahora mismo, está cumpliendo una condena perpetua. Un asesino desorganizado era perfecto para esta novela pero para la última, Jack debía hacerse presente. Y maldigo haberlo creado. Llegó la maldita respuesta:

«¿Qué quién soy? ¿QUÉ QUIÉNSOY? Ahora soy tu maldita pesadilla, ya perdiste a tu familia y ahora perderásmucho más. Tus palabras alimentan mis ganas de seguir matando. Hasta pronto,Ethan

Oscuros pensamientos: El misterioso señor FryktDonde viven las historias. Descúbrelo ahora