Capítulo N°3 : A menudo el sepulcro encierra sin saberlo dos corazones (II)

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A la mañana siguiente, antes de ir al funeral, entro a mi habitación, busco un papel que tengo oculto en un libro lleno de polvo, en la página catorce guardo un papel doblado en siete partes. Lo saco, tiene una lista de las personas que deseo que estén muertas y de las que, desde mi infancia hasta la actualidad, me han hecho mucho daño. A la cabeza de la lista están Jefferson y Richard. Saco mi lapicera roja y tacho sus nombres. Un ritual que cualquier asesino serial tendría. Por lo menos me libré de ellos. Es como si el asesino o asesinos estuvieran en mi mente y me hubieran hecho un gran favor al acabar con unos de los tantos males que tengo en mi vida. Repaso en voz baja cada nombre, no son muchos, pero sí es demasiado lo que representan.

Es muy difícil leer cada uno y que en mi mente no resuenen los traumáticos recuerdos. Como olvidar a Barry, un gordo grotesco que se bañaba muy poco, solo se dedicó a torturarme en la primaria. Hizo uso y abuso de nuestra diferencia física para darme las palizas más grandes que un niño puede soportar. No logré, jamás, borrar de mi memoria una pelea en donde me abrazó como un oso abrazaría a un pequinés, no podía separarme y me faltaba el aire. Le pegaba mientras se reía, solo pude escapar cuando le di un puntapié en los testículos. Fue un momento tan traumatizante que hasta el día de hoy me falta la respiración cada vez que lo recuerdo. O de April Stone, mi primer amor, ella me conquistó y logró enamorarme. Cuando me le declaré, siendo un preadolescente de trece años, se me burló en la cara diciéndome que todo había sido una apuesta para ver cuál del grupo de sus amigas podía estar con el más feo del curso. Y así podría continuar con las personas que en algún momento de mi vida quise asesinar. Pero soy interrumpido por Jess avisándome que se me hace tarde para ir al funeral. El taxi me espera afuera, salgo apurado luego de guardar todo, asciendo al automóvil y le dicto la dirección.

No tuve el valor de decir que no quería venir a un lugar donde se hablarían maravillas de personas que fueron malvadas. Por el momento prefiero apoyar mi cabeza en el vidrio y no pensar en nada.

Llegamos, luego de quince minutos, desciendo y camino hacía la iglesia.

—Ethan —dice Cristina al verme entre la multitud— ¿cómo te encuentras hoy?

—La verdad, bien —respondo sin rodeos— sabes que la relación con Jefferson y Richard no era la mejor, entonces no te puedo mentir si te digo que no me afecta su partida...

Sus ojos demuestran enojo.

—¿Cómo puedes decir eso? Sé que te encuentras en un estado de shock aparentando que no te afectan las muertes de nuestros compañeros. Pero aun así, no te puedo permitir que hables de esa manera.

—¿De qué manera? —desafío su criterio— solo dije la verdad... La simple verdad. Hace tres años que trabajo en Q.P.A. y desde el primer día me miraron despectivamente, esperando ver cuando fallaba para remarcar mi error. Husmeando en mi vida personal, en mi oficina. ¿Quieres que llore, que sienta lástima? No puedo, no me nace... No sería yo. Ahora, ver a su familia sufrir, ver a los hijos llorando sin consuelo, no entiendo cómo un animal pudo arrebatarles a sus padres. Las esposas destruidas por la pérdida de su amor; es ahí cuando empatizo y mis sentimientos no son reacios a la muerte, donde no interesa lo que sentí por los fallecidos, sino lo que sienten los que quedan en este mundo para recordarlos.

Suspira, me mira, me abraza con una leve sonrisa.

—Entiendo, Ethan, no hace falta que hables tan rápido y me expliques cómo llevas el duelo —se da media vuelta e ingresa a la iglesia.

Me quedo un momento fumando y pensando en la reciente discusión con Cristina. No entiendo por qué me quiere hacer creer que llevo un duelo cuando no es así. Deseaba que se murieran, es más, siento un gran alivio al saber que desde mañana cuando vuelva a trabajar no los volveré a ver. ¿Está mal sentirse liberado de personas tóxicas?... Mierda... Odio sentir culpa de pensar en lo que me hace bien; es más, no sé qué hago en este lugar si odio los funerales, odio las iglesias, odio todo este circo que genera la muerte. ¿Por qué no hacer un funeral vikingo? El fuego limpia las almas que buscan un lugar en el paraíso.

Apago el cigarrillo y cuando voy a ingresar me detengo y miro a mi alrededor, me siento observado. Siento unos ojos detrás de mí pero no hay nadie más que unos oficiales de policía. Seguramente en mi intención de no entrar busco alguna excusa. Mientras el cura da la misa pienso en los homicidios, no fueron en ocasión de robo por millones de razones, ¿por qué un hombre, o varios, irían hasta nuestra empresa que está en un sexto piso, custodiado en el ingreso, solamente para robar un par de dólares?

Nada tiene sentido, agregando que tenían que tener una tarjeta o Jefferson o Richard debieron dejarlos entrar. Otra de las circunstancias que no cuadra es la tortura y la diferencia en las muertes. Se centró mucho en Jefferson, pero ¿por qué?; ¿puede ser alguna forma de venganza? Si yo fuera a matarlo y me encontrara con un cabo suelto como Richard, lo descartaría rápidamente con un disparo y me centraría en mi objetivo principal.

No pude observar detenidamente los cuerpos y eso me irrita. Solo pude retener pequeños detalles, pequeñas sutilezas, como si se tratara de alguien que conoce el lugar. Entonces puedo decir que el o los asesinos pueden llegar a ser algunos de mis compañeros de trabajo. Pero ¿y si no es así?; ¿y si solamente, como dije antes, fuera venganza? En Jefferson noté muy levemente que en su cuerpo había heridas del tipo que un hombre con ira ejercería. Me imagino que luego de dispararle a Richard, se acercó a su segunda víctima, que seguramente con mucho miedo en sus ojos, ese miedo que una persona al borde de la muerte expresa, debe haber intentado desatarse, moviendo sus manos de un lado a otro, pero sin éxito. El asesino se posicionó de frente, con su cuchillo, y le abrió la garganta de extremo a extremo. Eso es ira y excitación, quería ver a Jefferson morir y que él viera quien acababa con su vida. Es obra de un asesino sádico, no de uno que se enfrentó a un problema y le buscó una solución rápida. Uno que necesita ver sufrir hasta el extremo a su víctima para llenarse de adrenalina. Lo malo es que si nos enfrentamos en Coverwall con otro asesino habrá un éxodo masivo. De seguro la policía va a desviar la investigación haciendo hincapié en homicidios en ocasión de robo o algo así. El drama es, que un homicida así nunca se detiene. Puede pasar un tiempo sin matar pero no se detiene. O la muerte o la cárcel acaban con su sangrienta matanza.

Entre pensamientos y pensamientos no me di cuenta que la gente ya se retiraba de la iglesia para ir al entierro y definitivamente no deseo ir. Tengo cita con Gerbero y no puedo faltar por más que quiera.

Camino lo más rápido que puedo así Cristina no nota mi ausencia, si me dice algo mañana le diré que tuve algún problema familiar y tema cerrado. Necesito apurarme, no quiero ver más gente triste, suficiente con mi vida, con mi sufrimiento, como para seguir absorbiendo más.

En las calles la gente está tranquila, pero yo no. No puedo estar tranquilo sabiendo que en cualquier momento, si es que ya no pasó, me puedo cruzar con el Dragón. Puede ser cualquier ser humano de esta ciudad, hasta puede haber sido Jefferson o Richard. O, también, por qué no, Jess o Cristina. Por más que las estadísticas digan que más del noventa por ciento de los asesinos seriales son hombres, uno nunca sabe si una mujer puede llevar a cabo estos actos. Me hace recordar a mi novela, una que comencé a escribir y dejé a la mitad. No la logré terminar por falta de ideas. Lo que nunca me voy a olvidar es que la subí a un blog y tuvo bastante repercusión. Muchos pidieron que la terminara, pero no es el momento. Necesito que mi mente no esté tan dispersa.

Me compenetré tanto en mis pensamientos que no reparo en que ya me encuentro en las afueras del consultorio de Gerbero. 

Oscuros pensamientos: El misterioso señor FryktDonde viven las historias. Descúbrelo ahora