Capítulo N°5 : Para apreciar la luz, se debe conocer la oscuridad (I)

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¿Dónde está? digo en voz bajasé que en algún lado lo guardé.

Mi habitación es un desastre, libros tirados por doquier, cajones abiertos, pero no encuentro lo que estoy buscando. El miedo me invade, los nervios son los que dominan mi cuerpo desde que anoche descubrí que soy el causante de la muerte de Robert. Este maldito que se hace llamar Señor J está manchando con sangre mi obra literaria. ¿Por qué me hace esto?; ¿Por qué me culpa de su locura? No importa ahora...

¡Al fin, aquí esta! —exclamo levantando mis brazos en forma de victoria, fue un dura búsqueda.

El alma me vuelve al cuerpo, es un pequeño trozo de papel que contiene un par de números y letras. Me siento y desbloqueo la computadora. Ingreso a misescritos.blog y escribo la contraseña que tengo en el papel. Quiero releer los comentarios de mis diez capítulos y ver si puedo encontrar alguna pista para saber quién puede llegar a ser el Señor J. Reviso uno a uno los comentarios; realmente no tengo muchos conocimientos en investigación o en psicología, pero tengo que dar mi mejor intento, no puedo dejar que siga matando.

Son más de mil, solo leo críticas positivas, otras no tanto pero, ninguno que se distinga del resto. Me frustro, me sirvo un vaso de agua y enciendo un cigarrillo, mientras miro por la ventana buscando alguna estrategia para poder combatir a este maldito; en los cinco minutos de descanso se me ocurrieron unas diez ideas, ninguna muy realizable... Lo que importa es buscar entre todas las noticias si no ha ocurrido algún homicidio que se relacione con mi libro, de esa manera podré aproximadamente saber dónde puede atacar de nuevo.

En un pizarrón que tengo colgado al lado de la biblioteca, en el que suelo anotar hechos importantes, comienzo a escribir. En la parte media coloco el nombre de Señor J. y lo encierro en un círculo rojo. Sé que en mi libro hay diez muertes, cinco hombres y cinco mujeres. Él hasta ahora ha matado solo a Robert. O, por lo menos, es lo que sé. Saco diez flechas y, en la primera, escribo Robert, las otras quedan vacías. Bebo el último trago de agua y me siento nuevamente en la computadora. Mi novela fue posteada hace aproximadamente un año y casi me he olvidado de todas las muertes. Antes de releerlas una a una para refrescar mi memoria, imprimo varias noticias de homicidios con fechas del año pasado. Hojeo y descarto las que ya hayan tenido resolución y, así, durante las siguientes tres horas, voy descartando. Solo encontré tres posibilidades. Las dejo a un costado de mi computadora. Necesito acomodar mi mente, estoy trabajando a más de lo que realmente puedo soportar. Muchos pensamientos me invaden en este momento y ninguno es positivo. El señor Frykt vuelve como una estrella fugaz, ingresa como si nada y quiere adueñarse de mi consciente.

Debería buscar a este estúpido que ocupa mi lugar y asesinarlo. Pero, antes, torturarlo, por ejemplo, hacerle pequeños cortes en todo su cuerpo y dejar que las ratas lo coman. Que suplique por su vida, mientras lo grabo y me río. Nadie puede usar mis ideas para matar a la gente que yo deseo asesinar. Nadie, pero nadie, se debe tomar el trabajo de amenazarme sin saber que es peligroso jugar conmigo. La guerra comenzó y uno de los dos saldrá vencedor y, seré yo.

Me golpeo con las palmas de mis manos la cabeza para salir del mundo de Frykt, no debo entrar en ese terreno, debo ser yo quien maneje la situación. Leo detenidamente una de las muertes que había impreso. Se trata de un mujer llamada Abbie Carter, joven de unos veinticinco años. Fue hallada muerta en medio de la calle, atropellada, por lo menos, dos veces. Según fuentes policiales, cuando el vehículo la arrolla por primera vez, ella queda con vida pero lastimada de gravedad, con fracturas expuestas en las dos piernas, a la altura de la tibia. El asesino volvió marcha atrás para pisar su cabeza y destruirla, esparciendo restos de masa encefálica por todo el asfalto. No hubo testigos, o nadie que se animara a hablar. No hay filmaciones y la investigación quedó estancada. Solo se pudo saber, por las marcas de los neumáticos, que el homicida aceleró al máximo a pocos metros de ella sin darle oportunidad de esquivarlo, el suceso no duró más de dos minutos.

Oscuros pensamientos: El misterioso señor FryktDonde viven las historias. Descúbrelo ahora