Capítulo N°13 Las pesadillas son los recuerdos de lo que te aqueja(I)

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Es una mañana normal y con un café espumoso y caliente me dedico a ver las noticias. No informan nada importante, solo dan algunas notas de relleno para esconder una dura realidad. Un dúo de asesinos anda suelto, matando a gusto y placer; y tampoco del Dragón, que de él no me he olvidado, ¿habrá matado a otra pobre mujer en este tiempo que lo he dejado de seguir? Seguramente lo ha hecho, nunca se va a detener hasta que cometa algún error, de lo cual no estoy seguro que suceda. Con cada muerte, se vuelve más y más eficaz. No sucede lo mismo con el Señor J, él, de a poco, está cometiendo errores, es como si quisiera ser atrapado, presiento que lo necesita. Quiere que nos veamos las caras, su egocentrismo tiene la necesidad de contarme porqué asesina, este pensamiento se hace recurrente y repetitivo en mi mente, me estoy obsesionando con él, como él lo está conmigo.

Agarro el celular y miro el mensaje que me envió Gerbero pidiéndome que hoy vaya a su consultorio, le respondo que me diga el horario y ahí estaré. No me interesa lo que tenga para decirme, solo quiero terminar la terapia en buenos términos. No deseo que se quede con la insinuación de que soy un tipo violento a causa de un hecho fortuito. Me contestó que dentro de dos horas me quiere ahí. Caminando me lleva media hora llegar a su consultorio, así que me dedicaré a ver un poco más de televisión y a disfrutar de mi café que me ayuda a acomodar mis pensamientos.

Llegando al horario estipulado, agarro mi abrigo y salgo cerrando la puerta con llave. Me coloco los auriculares, necesito escuchar música porque me ayuda a concéntrame, tengo ideas dispersas y quiero que todas estén alineadas. Mientras aumento el ritmo de la caminata voy observando gente e imaginando historias. Estoy buscando una trama nueva para la novela que la semana que viene voy a empezar a escribir. No quiero dejar la escritura por el Señor J.

Me detengo en un kiosco a comprar cigarrillos, tengo que dejar el vicio pero aún no estoy preparado. Sin darme cuenta, en este momento, estoy recorriendo la zona roja donde anoche estuve investigando, ahora se encuentra desolada. Me detengo en una esquina y me imagino cómo puede haber sido el suceso aquella noche en la que el vehículo se detuvo a hablar con Lucy. Una mujer de tez blanca, pelo castaño y lentes oscuros, nadie de mi entorno tiene esas tres características juntas. No debe ser su verdadero aspecto físico, probablemente haya usado algún disfraz, además, de noche es fácil camuflarse. En mi mente imagino la situación, pero hay algo que no tiene sentido ¿por qué solo amenazarla y no matarla? Se tomó el tiempo para investigarla, la buscó en un horario en el que sabía que podía encontrarla, la subió a su automóvil y la llevó a un lugar apartado ¿para solamente amenazarla? Son extrañas sus acciones. Si la hubiera asesinado, nadie se hubiera enterado hasta bastante tiempo después. Su amiga, de no ser por mí, aún pensaría que Lucy estaba en alguna isla paradisíaca conmigo. Si fuera yo, o mejor dicho, si fuera el señor Frykt en un abrir y cerrar de ojos estaría muerta y la carroña estaría alimentándose de sus restos. Vuelvo a entrelazar los pasos, me tomé mucho tiempo para plantear hipótesis que no me llevaron a ningún lado.

Me encuentro en la zona céntrica de la ciudad, edificios muy altos y, por ser día de semana, poco concurrida. Quizás se deba a que varios se encuentran de vacaciones, es la época ideal para alejarse de la rutina. Me quito los auriculares, la música me había aturdido.

Me avasalla un grito desgarrador, no sé de dónde viene, el eco me confunde, miro en todas las direcciones y no veo nada anormal. De pronto, un cuerpo cae y queda destrozado contra el asfalto. La sangre rocía mi rostro como una fina lluvia. Atino a mirar hacia arriba y una persona de la azotea me saluda y desaparece. Corro a su encuentro, ingreso al edificio tan rápido como me permiten mis piernas. No hay dolor que me pueda detener, la adrenalina oculta todos los malestares. Debe tener unos ocho pisos de altura, nos veremos las caras en la escalera, nunca subí tan rápido. Este edificio tiene las escaleras en las esquinas opuestas y para seguir subiendo hay que cruzar todo un pasillo; en el tercer piso nos encontramos. No me animo a dar el primer paso para enfrentarlo. No sé si esta armado. ¿Por qué decidió esperarme? El silencio toma por rehén nuestro encuentro, no logro distinguir bien su rostro. Tiene un buzo negro con capucha, su cara está cubierta con un pañuelo. Solo puedo divisar, a lo lejos, su vestimenta. Estamos separados por diez metros y mi visión no es la mejor, luego del accidente me recetaron lentes, ahora me vendrían bien. No logro saber si es una mujer o un hombre, tiene una postura que me desorienta. ¿Habrá enviado a su socia a acabar con los cabos sueltos? o ¿será él que decidió tomar al toro por las astas?

—Al fin nos vemos las caras —su voz es la misma que escuche en aquella llamada, voz masculina, aguda, fingida, desecho la idea de que sea su socia.

—¿Quién eres? —necesito preguntarlo aunque sé la respuesta—, ¿Por qué mataste a esa mujer? —exclamo agitado.

—Que pregunta más inocente ¿ahora no me reconoces? Soy tu gran amigo.

Cuántas son las posibilidades que me encuentre con él, justo en el momento que estaba asesinando a esta pobre mujer. Nulas, no obstante aquí estamos frente a frente, la tensión puede cortar el aire como una navaja.

No logro, por más esfuerzo, que haga distinguir su rostro, mi visión es borrosa, los nervios y la ansiedad tampoco ayudan mucho.

—¿Por qué asesinaste a esa pobre mujer? —repito y doy un paso hacia adelante.

—Las prostitutas no son pobres mujeres —saca un arma del bolsillo y me apunta—. Te pido que vuelvas sobre tus pasos. No hagas ningún acto heroico.

—¡Ella no merecía morir! —grito.

—En este mundo el que tiene el poder, decide quién vive y quién muere —dice jactándose.

—¿Y tú tienes ese poder?

—Solo até los cabos sueltos. Anoche vi como hablabas con ella y te dio datos que podían comprometerme, por si acaso, eliminé la molestia. No veo el problema, ella odiaba cualquier ser que tuviera a su lado. Antes de morir, me confesó que asesinó a una colega suya, llamada Paula Cortez y, aun así, la defiendes. Eres tan estúpido, Ethan.

La mujer de anoche era también una asesina, el mal me persigue, aunque posiblemente la policía estaba detrás de ella e iba a terminar tras las rejas. Voy a ignorar sus insultos. Entonces, ese automóvil que estaba parado anoche no era un proxeneta, era el Señor J. prestando atención a cada detalle de nuestra conversación. Qué estúpido fui, estuve tan cerca, pude haber terminado este asunto en ese momento.

—¿Y por qué no acabaste anoche con nuestras vidas?

—No deseo matarte Ethan ¿aún no lo entiendes?

—¿Y qué quieres de mí?

—Que sufras, sin ti este juego sería aburrido —da un paso hacia atrás.

—El que va a sufrir eres tú —doy dos pasos hacia adelante y él vuelve a apuntarme pero nada me importa, tengo que detenerlo.

—Me das mucha risa, tienes el humor de siempre —lanza una carcajada que produce un gran eco—. Te demostré en todo este tiempo que voy muchos pasos por delante de ti.

—Si tienes una socia es mucho más fácil —digo rápido sin pensar—. Dos contra uno, no es una pelea justa.

Se queda unos segundos pensando, no se esperaba que descubriera lo de su socia...

—En la guerra todo es válido, me encantaría quedarme más tiempo sin embargo escucho sirenas y eso me indica que es momento de partir. Gracias por la charla. —Rompe una ventana que da a las escaleras de emergencia y escapa a toda velocidad, cuando llegué para perseguirlo él ya corría por el callejón y sería en vano intentarlo.

Golpeo mi puño con todas mis fuerzas contra la pared, estoy tan enojado... no importa lo que haga, no puedo detenerlo... Miro hacia la calle, la gente ya está acumulándose alrededor del cuerpo, como si fuera una obra de teatro morbosa.

Es momento de marcharme y debo hacerlo evitando a la policía, llego a la salida, miro en todas las direcciones. El cordón policial mantenía a los curiosos alejados. El cuerpo de esa pobre mujer está destrozado en la acera, no quiero observar, los peores recuerdos ya quedaron grabados en mis retinas. Me coloco mi capucha y camino en sentido contrario a los policías. No quiero ser visto por el agente Johnson que acaba de llegar en su automóvil con sus lentes negros, mi velocidad aumenta y desaparezco de su visión al dar vuelta en la esquina.

Oscuros pensamientos: El misterioso señor FryktDonde viven las historias. Descúbrelo ahora