Capítulo N°3 : A menudo el sepulcro encierra sin saberlo dos corazones (I)

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El sol aún no salió, sin embargo la alarma ya sonó para que empiece el día. Intento no quejarme, al ver a mi hija y a mi esposa durmiendo, las malas energías se esfumaron. El desayuno es abundante ya que la noche anterior no cené lo suficiente. Estaba un poco enojado porque Jefferson quería que ingresara más temprano para devolver las horas que debía por faltar desde la semana del accidente. Me molesta el sistema que maneja que no contempla a sus empleados, no busqué esquivar mis responsabilidades, solo salvé la vida de alguien. Siempre pensando en el dinero más que en los recursos humanos.

No tengo tiempo para sandeces, a pesar del avasallador dolor que se me presentó al levantarme apurado, prefiero ir caminando a la oficina, aunque no estoy a más de medio kilómetro de casa, siempre tomo el autobús. Esta madrugada necesito respirar aire puro para empezar más relajado y acomodar mis ideas. El aire que ingresa por mis pulmones me llena de vitalidad, sentir que la gente pasa a mi lado me da seguridad de que nada me va a pasar, pero igualmente solo me dedico a caminar sin miramientos.

La radio me informa de la temperatura y de noticias sobre mi humilde ciudad. No sucede mucho en Coverwall, nada más que políticas ambientalistas o medidas sobre la seguridad por la ola de robos a bancos que se hicieron más frecuentes desde que aumentó el desempleo, si bien nada de esto es importante para mí, excepto el Dragón... Todos mis pensamientos van dirigidos a él.

Me detengo a comprar mi maldito vicio, necesito calmar la ansiedad, esa que me genera mi ambiente de trabajo. Miro el reloj, sé que estoy llegando demasiado temprano por eso me detengo a descansar, ya que el dolor por momentos se vuelve insoportable, entonces... entre pitadas puedo pensar en otras cosas. Pienso que sería de mi vida si hubiese tomado otras decisiones, como ser detective o psicólogo, sin embargo también sé que si mis pasos hubiesen sido otros, tal vez mi familia no existiría. Es ahí, donde detengo mis pensamientos y, a duras penas, continúo con mi marcha. Cuando llego mi a destino miro la gran puerta de vidrio que me separa de Owen, el guardia que se encuentra en el hall. No sé por qué tardo tanto en ingresar, como si esperara que alguien me salvara, pero eso nunca sucedió antes y, esta vez no va a ser la excepción. Paso mi tarjeta, saludo a Owen y espero el ascensor.

Llego a las oficinas que están en el sexto piso, son de vidrio polarizado y piso alfombrado. Paso la tarjeta y no funciona. Intento nuevamente y no tengo suerte. Me preocupa sabiendo que cada mes se actualizan y parece que se olvidaron de renovar la mía, es extraño dado que antes del accidente ya me habían entregado la nueva, o, tal vez, esté confundido, puedo confundir los recuerdos, me sucede seguido desde ese día. Golpeo la puerta de vidrio y el eco retumba, nadie se hace presente. Tendrían que estar Jefferson, Richard y Cristina. Observo por una rendija de la puerta y veo todo muy desolado. Asumo que deben estar desayunando por lo que golpeo de nuevo y no tengo suerte. Me intranquiliza quedarme afuera pero más me preocupa que algo haya sucedido. Soy una persona que tiene presentimientos, casi nunca les doy importancia, no obstante en este caso eran más fuertes de lo normal. Llegan de diferentes maneras, son como agujas imaginarias que se incrustan en mi mente y se vuelven difíciles de retirar.

Saco mi celular y llamo a Cristina no obstante tres veces me atiende la contestadora. Titubeo en llamar a Richard y opto por Jefferson. Antes de cortar la comunicación escucho de fondo el ringtone característico de su celular, es una banda llamada Castillos de Naipes, una melodía placentera, algo curioso tratándose de él. Intento de nuevo y lo vuelvo a escuchar. Ellos están ahí, pero ¿por qué no me escuchan? Me asomo por todos lados, golpeo, salto para ver algo y nada. Me voy hasta la última esquina del pasillo donde se puede ver mejor dado que las letras del nombre de la empresa quitan el maldito polarizado. Logro divisar a lo lejos un zapato, me parece extraño y me da mala espina. Bajar a llamar a seguridad no es un opción... no sé qué hacer, la ansiedad sumada a mi desesperación toman posesión de mí. Lo mejor sería llamarlos desde mi celular, si hay alguien adentro no puedo permitir que escape. Les aviso que suban porque no puedo ingresar a la oficina, algo pasó dentro. Los minutos se hacen horas, calculo haber pasado más de veinte veces la tarjeta y el color rojo nunca dejó de aparecer.

Oscuros pensamientos: El misterioso señor FryktDonde viven las historias. Descúbrelo ahora