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La primera persona a la que podía llamar su héroe cuando sus compañeros nombraban a ese personaje de televisión, no tenía una capa, por supuesto que tampoco lograría ir de un lugar a otro en cuestión de segundos. Sin embargo, Kim Naesang no necesitaba hacer eso para que Taehyung lo admirara. De hecho, un solo toque en la cabeza era una muestra grata de amor y orgullo.

Era un niño, ¿qué se suponía que debía entender? No más allá de que lo que su padre dijera era lo correcto, que obtener una mirada de aprobación debería ser lo primordial en su vida.

Lo amaba, lo respetaba, lo admiraba, ¿o únicamente le temía? ¿Eso importaba?

No realmente.

En ese preciso instante lo único que Taehyung hizo fue mirar a ese hombre con su corazón encogido mientras dejaba caer lágrimas de angustia debido a que sus labios estaban sellados por el pañuelo que esos hombres le habían colocado. El tiempo dejó de correr cuando escuchó la voz de Jungkook por el altavoz, porque, obviamente, su padre querría que escuchara, que Taehyung oyera que su plan estaba yendo a la perfección, como todo lo que el gran Naesang hacía.

No vengas, rogó dentro de sí mismo.

—Estaré ahí en unos minutos.

Los párpados del castaño cedieron y se cerraron junto con su cabeza, cayendo sobre el piso de cemento sucio de esa bodega. Arrodillado como estaba pudo encogerse, cubriendo el terror que sintió cuando oyó la risa suave de su padre, sus pasos acercándose lentamente.

—Mírame, Taehyung.

No, el castaño no solo no lo hizo sino que se escondió aun más, odiando el hecho de no poder gritar.

—El señor Jung está en camino. —Uno de los hombres anunció desde alguna parte, en ese momento Taehyung levantó la cabeza un poco, sus ojos desorbitados al darse cuenta de que Jungkook llegaría ahí y se encontraría con ese enfermo—. Él ya lo sabe todo.

—Bien. —Naesang tocó su barba en un gesto pensativo antes de girar con una sonrisa para ver a su guardaespaldas—. Necesito que consigas algo de makgeolli, a nuestro invitado le gustará.

Un silencio siguió a esa orden.

—Señor, no me está entendiendo —replicó el hombre con su ceño fruncido, no pudiendo comprender la razón por la que su jefe parecía mucho más preocupado por las bebidas—, el señor Jung sabe de la traición.

—¿Cuál traición? —Naesang rio con gracia, su mirada fija en su confundido empleado frente a él—. Prometimos darle a un jovencito para su nuevo juguete, ¿no?

El hombre le dio una ojeada a Taehyung, a esos ojos perdidos en alguna parte, luciendo tan desdichado. Carraspeó:

—¿Usted va darle a su...?

—¿Por qué sigues aquí? —Naesang cuestionó, pronto estaba frente al joven guardaespaldas, su mano se dirigió a la placa donde: Choi Sungmin, estaba grabado. Sonrió, mas nada indicaba que eso fuese buena señal—. ¿No entendiste lo que acabo de decir?

—Señor...

—Makgeolli —interrumpió, palmeó la mejilla de Choi, sintiendo su tensión ir en aumento junto con su propia risa—. ¿Por qué estás asustado? No te mataría frente a mi hijo, ¿qué clase de padre sería si hiciera eso?

—El peor, señor.

—El peor —repitió con un breve asentimiento—, ahora vete y consigue lo que acabo de pedir.

Cuando el joven desapareció por la puerta hacia fuera de la bodega donde estaban, Naesang se volvió y se encontró con esos ojos castaños fijos sobre él. Era fácil deducir lo que pasaba por la cabeza de Taehyung, tan fácil como decepcionante. No había rabia, en su lugar podía percibir una tristeza patética y predecible, la misma que su madre había mostrado en sus últimos días.

Promesa. [Kookv]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora