《Capítulo 17》

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Addison Miller

Harry y yo comenzamos a buscar la caja por toda la casa. No comprendía lo que intentaba hacer, pero a pesar de buscar y buscar no logramos encontrar la séptima caja.

La poca paciencia que tenía se estaba esfumando, y junto a ella la poca estabilidad que tenía.

—Tal vez la caja número seis la tenga él —dijo Harry.

—No lo creo —contesté—. Hay que pensar hasta el más mínimo de los detalles.

—¿Para qué? Si no es una caja tan pequeña.

—Cada pequeño detalle al que mostremos atención, puede convertirse en algo inimaginable para nuestras mentes.

—Es verdad —concordó cruzándose de brazos —. ¿Pero en dónde carajos puede estar escondida esa maldita caja?

Comencé a pensar en todos los lugares de mi casa, pero nada venía a mi mente. Estaba bloqueada, sintiendo como el pánico y la desesperación invadían mi cuerpo y se adueñaban de él. Interrumpiendo mis pensamientos, no podía pensar con claridad.

¿Por qué las cosas tenían que ser tan difíciles?

—¡Ya sé! —gritó Harry—. Bueno eso creo.

—No importa que tan ridículo sea el lugar, solo...

—En el techo.

—Es completamente ridículo... ¿Pero sabes qué es aún más ridículo? —inquirí, mientras corría hacia la puerta trasera para poder salir al patio—. Que yo piense que tal vez tengas razón.

—¡No es ridículo! —gritó Harry, corriendo detrás de mí.

Ambos miramos la parte trasera de la casa, pensando en cómo mierda íbamos a subir al techo.

—Voy a buscar una escalera.

— No hace falta, podemos subir por el árbol.

—¡Claro que no! —exclamé observándolo de arriba abajo—. Estás completamente chiflado, Reynolds.

—Vamos, será divertido —indicó, dirigiéndose hacia el árbol.

Era un pino muy grande. Mi madre cuando lo plantó jamás tomó dimensión de hasta cuánto podía crecer y en muy poco tiempo, este ya era más alto que la casa.

Recuerdo que gracias a sus gruesas y fuertes ramas me hacía columpios para hamacarme.

Mi madre lo odiaba, decía que era un árbol muy sucio, debido a que sus hojas caían en invierno y cubrían todo el césped. Sin embargo, jamás lo talo, su miedo a que cayera en el techo de la casa era más grande.

—No.

—No te comprendo —mencionó Harry—. Tienes un pino de más de diez metros, lo suficiente grande y resistente para aguantar tu peso y el mío.

—Nunca trepé a un árbol —susurré encogiéndome de hombros—. Mi madre nunca me dejaba.

—Eso lo llamo no tener una buena infancia —respondió señalándome con su dedo—. Ahora no está en casa tu madre, así que dame la mano y subamos juntos.

—De acuerdo —respondí, mientras agarraba su mano.

Lentamente fui trepándome por las ramas de los árboles, mientras que Harry me decía en donde debía pisar y en donde me debía agarrar. En cuestión de segundos, ambos ya estábamos arriba del techo.

Fue más fácil de lo que pensé, y no morí en el intento.

—Ahí está. —Señale la caja negra.

Nuestros Propios Demonios |EDITANDO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora