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Al llegar a casa, la primera en entrar fue Laura, quien se dirigía a la habitación del rizado, no sabía si estaba ahí o en algún otro lugar de la casa, pero ese era el primer sitio donde se le había ocurrido buscarlo. Necesitaba verlo, abrazarlo, y olvidar de algún modo el mal rato que había pasado en el juzgado.

-Laura. - dijo Maia, deteniendo a la nombraba, quien ya había subido algunos escalones. -Lo mejor será que se tranquilice un poco, antes de verlo. - sugirió, acercándose a Corazzina. -A Mateo le va hacer mal verla así. - comentó, logrando que la morocha se alejara de las escaleras.

-Hola. - saludo Catherine, haciendo acto de presencia en la puerta principal. -No los escuché llegar. - dijo con tranquilidad, la cual se esfumó de inmediato. -¿Todo bien? - se atrevió a preguntar.

-No. - fue la respuesta que la morocha dio con la voz entrecortada. -Nada está bien. - susurro, sintiendo un intenso dolor de cabeza.

-Un té, le vendría bien. - sugirió el abogado. -Así se tranquiliza un poco. - agregó.

-Es muy buena idea. - afirmó Mónaco, guiando a Laura a la sala. -Catherine, ¿podría poner la tetera? - cuestionó, recibiendo un asentimiento.

-Si, por supuesto. - esta acepto, dispuesta a dirigirse a la cocina, pero Manuel la detuvo.

-Mamá. - le llamo el menor.

-¿Si?, ¿qué sucede? - preguntó curiosa.

-¿Dónde está Mateo? - cuestionó, dejando sorprendidos tanto a su madre como a Valentín, quien estaba detrás de él.

-En su habitación, ¿por qué? - consulto, sin recibir respuesta. -Entiendo. - dijo, comprendiendo la situación. -Solo tene cuidado de no alterarlo, hace rato se puso mal después de haber tenido una pesadilla, y sigue un poco nervioso. - indicó, para marcharse en silencio.

-¿Acaso estoy pensando, lo que vas hacer? - preguntó Oliva. -¿Estás seguro de esto Manuel?

-Muy seguro. - respondió Vainstein. -Solo necesito que estés presente, no quiero que Mateo se altere y no me deje calmarlo. - pidió.

-Como siempre tengo que vigilarte para que no te mandes una. - el ojiazul comentó en medio de una risa.

-Que te puedo decir. - dijo Manuel, comenzando a subir las escaleras, en dirección de la pieza del rizado.

Cada escalón que subía le hacía arrepentirse, como si una voz dentro de su cabeza, le dijera que diera marcha atrás, que no iba a conseguir nada bueno de lo que estaba por hacer. Pero el castaño la ignoró, repitiendo en silencio, que tenía que hacerlo, para dejar atrás toda la culpa que aún tenía.

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