Capítulo 2

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—Jovencito, llega veinte minutos tarde—rezonga el profesor, cruzándose de brazos al verlo entrar.

—Lo siento, una tonta me golpeó con su casillero y tuve que ir a la enfermería, ¿no ve cómo tengo la cabeza? —se defiende.

El docente lo observa con los ojos entrecerrados tras los gruesos lentes, como intentando descifrar si dice la verdad o no.

—Tome asiento, rápido—le ordena al fin.

¿Por qué existiendo tantas clases tenía que estar en la mía? Si bien por un lado me alegra, ya que podré verlo todos los días, por otro me preocupa pensar que puede reconocerme en un abrir y cerrar de ojos, ¡y nunca me perdonará el hecho de haberlo golpeado! Por suerte se sienta cuatro asientos detrás de mí, que como todos los años me he ubicado junto a Amalia en la segunda fila.

El profesor sigue dictando la clase y cuando llega el primer recreo salimos al patio, donde le cuento lo sucedido a mi amiga, que hasta este entonces no comprendía mi actitud de espía ninja escabulléndose de la clase.

—¡No puedo creer que te haya tratado así! —es la respuesta que me brinda tras mi breve relato.

—Quizás fue un poco grosero, pero tiene razón. Además de fea, ¡soy tan torpe!

—No vuelvas a repetir eso Fiorella, ¿me oyes? Tú no eres ni fea ni torpe. Si ese chico supiese lo buena persona que eres y hubiese tenido el placer de apreciar tu belleza interior se hubiese retractado de sus palabras instantáneamente.

—No te engañes, ni me engañes. Lo hubiese dicho igual, porque por más buena que sea, ¡siempre seguiré siendo fea! —expreso hundiendo la cabeza en ambas manos.

—¡Te he dicho que no lo repitas! —continúa Amalia.

Me da un abrazo, el cual no logra aliviarme, porque sé que estoy en lo cierto. Sé que la gente que se aparta de mí y no me da una oportunidad está en lo cierto, por más doloroso que sea experimentarlo y admitirlo. Y sé que ella intenta decirme que no es así para que yo me sienta bien, porque me quiere.

Finalmente, tras una larga jornada evitando al chico guapo y escuchando a Amalia decir que no hay razón para esconderme, toca el timbre de salida y puedo sentir cierta libertad correr por mis venas, al menos hasta mañana.

Recorro parte del trayecto a casa con Amalia, hasta que ella dobla rumbo a la suya y debo continuar mi camino sola. Al quedarme sin compañía logro conectarme con mi yo más interior, ese que he estado ocultando toda la mañana y que ahora siento explotar. Sin querer, siento cómo las lágrimas ruedan por mis mejillas. Lágrimas reprimidas, desde siempre. Corro a toda velocidad por las calles que, a medida que avanzo, comienzan a tornarse más desoladas. Tanto como yo.

Quisiera ser otra. Otra, a la cual todos volteen a ver, admirados por su belleza. Otra, a la cual nadie pisoteara como basura. Otra, a la cual el chico de los casilleros no llamase fea. Otra, a la cual la vida le sonría, en todos los aspectos. Lo deseo. Lo deseo con toda el alma.

—Quiero ser otra. ¡Quiero ser otra! —gritó, aun sabiendo que nadie va a compadecerse de mí; esta calle es muy solitaria y nadie puede oírme.

Bueno, quizás no tan solitaria, ya que hay una venta de garaje en una casa cercana, y la señora que la atiende me está mirando. Vergüenza. Esa es la palabra que cruza por mi mente en este momento. No pasaré por allí. Ya no puedo soportar más insultos, risas o lástima. Ya no.

Doblo a la derecha, para evitarla, pero su voz me obliga a detenerme.

—¡Señorita! ¡Señorita, acérquese, por favor! —grita casi suplicándome.

Quiero ser otraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora