No puedo creer que ya comiencen las clases nuevamente. Apenas he tenido tiempo de dormir, pues he pasado prácticamente toda la noche en vela pensando en cómo será mi primer día en el instituto Olfshire. Bueno, mi primer día del año que corre, para ser exactos, puesto que toda mi educación secundaria ha transcurrido en ese edificio inmenso por fuera pero pequeño por dentro con tanta gente circulando de un lado para otro en los pasillos. Tengo que apresurarme, ya es tarde y de no hacerlo el tiempo no correrá a mi favor. Además, ¿para qué le doy tanta vuelta al asunto? Todos mis regresos a clases ocurren siempre de la misma manera; me genero expectativas acerca de que será un año diferente; uno en el cual sume amigos a mi lista y enamore a alguien perdidamente. Estas se pierden generalmente en la primera semana, por lo cual esta vez lo único que pido es que no se burlen de mí.
Dando un brinco de la cama, me pongo de pie y estiro mis músculos a más no poder. Qué sensación tan placentera. Desde mi sitio, observo el uniforme tan bien dispuesto en la percha que cuelga fuera del placar. Desde mi punto de vista, es la mejor combinación posible, sacándole gran ventaja a las prendas de los demás colegios de la ciudad. La camisa blanca abotonada con cuello, la falda azul opaco tableada hasta por encima de las rodillas, zapatos negros. Sin dudas el uniforme perfecto para cualquier colegiala. Pero no para mí.
Exhalo desilusionada, intentando restarles importancia a mis negativos pensamientos, y descuelgo la ropa para vestirme. La imagen que el espejo refleja una vez lista no supera para nada mis expectativas. Se podría decir que hasta ha empeorado. Pero no es esta la forma correcta de comenzar el día. Claro que no. Debo de apartar cualquier mala energía y solo permitirle la entrada a aquellas que aporten bienestar y autoestima. O ese dice al menos el libro que me he comprado en la feria de la ciudad titulado "Ámate o no te amarán". Sí, indudablemente me encontraba muy mal ese día.
Voy casi corriendo a la cocina, aunque procurando hacer el menor ruido ya que mi madre duerme pacíficamente en su dormitorio. Anoche fue muy clara al ordenarme que no la molestase por nada del mundo, ya que tiene que descansar lo suficiente para la cita de trabajo que tiene esta tarde.
Con lo que encuentro en el refrigerador, preparo un sándwich, que engullo a la velocidad de un tren mientras me sirvo chocolate frío. Sí, lo hubiese preferido caliente, pero mi reloj pulsera no indica que sea hora de exigir demasiado. Cinco minutos más tarde atravieso la puerta principal y me dirijo a destino. Aquí vamos de nuevo.
***
Hay muchos alumnos fuera del instituto, por lo que deduzco no he llegado tarde a pesar de ser las ocho pasadas. Intento subir las escaleras sin chocar con nadie, pero me resulta imposible ya que están todos muy amontonados en la entrada y la gente no para de entrar y salir.
—¡Oye, torpe! ¡No vuelvas a tocarme, o me contagiarás lo fea! —me amenaza una chica morena de cabello corto y facciones delicadas.
Sus palabras me hieren, pero el que no sea la primera vez que las oigo ayuda un poco a mantenerme en calma. Me encantaría tener el valor de ponerla en su sitio, pero lamentablemente una parte de mí concuerda con ella y sus palabras. Fingiendo que no he escuchado nada, o más bien intentando olvidar que he comenzado mal el día, me introduzco en el edificio e intento localizar la sección B de casilleros, que según el panel general es el que corresponde a mi grado.
Hay varios ocupados ya, pero observo que a la izquierda aún hay dos con llave, señal de que se encuentran libres. Elijo uno en la segunda fila, justo a mi altura y cojo la llave para girarla sin éxito. Tal parece que se encuentra atascada, de modo que opto por quedarme con el restante, que se encuentra en la fila superior.
—Aléjate de mi casillero—oigo una voz masculina tras de mí.
Al darme vuelta me encuentro frente al chico más guapo que haya visto en toda mi vida, y no exagero. Sus ojos azules parecen penetrar los míos con gran furia, y su mandíbula tensa ha marcado un espacio entre sus rojos labios. Me quedo muda al verlo y más aún ante el severo tono de voz que ha utilizado.
—Lo siento, creí que estaba desocupado y el primero que probé me generó problemas—le informo señalando el casillero atascado.
Apoya uno de sus brazos en el gran conjunto de casilleros antes de pronunciar las siguientes palabras.
—¿Así que planeabas dejarme el que te generó problemas? ¡Vaya, que además de ladrona y fea resultaste astuta! —soltó con una sonrisa irónica dibujada en el rostro.
—¿Qué? ¡No! Pensaba avisar acerca de...
—Haz silencio y déjame poner mis cosas, ¿sí?
Con esas palabras me aparta de su presunto casillero. Sinceramente no se qué me ha dolido más: que me acuse de intentar robárselo o que me haya llamado fea. ¿Por qué tuvo que hacerlo justo él, siendo tan apuesto y tan encantador? Podría jurar que me he enamorado a primera vista, por más cliché que parezca. ¿Será posible?
Mientras él guarda algunos cuadernos observo que no tengo alternativa alguna por el momento y decido intentar abrir el problemático casillero una vez más. Jalo una, dos, tres veces, y nada. Al cuarto intento utilizo toda mi fuerza, y tras unos segundos se escucha un crack seguido de un golpe. ¡Oh, no! ¡He golpeado al chico que se encuentra a mi lado! Maldición.
—¡Auch! —se queja sorprendido ante la acción inesperada, llevando su mano libre a la zona de la cabeza herida.
—¡Lo siento, no ha sido mi intención golpearte, de verdad! Solo intentaba abrir mi casillero. ¿Te encuentras bien?
—¿Bien? ¡Me has asestado un golpe tremendo!
Dicho esto, cierra con fuerza su casillero y arreglándose la mochila se dirige a enfermería, seguramente para comprobar que no ha sido más que un susto, o quien sabe, para pedir algún calmante. Justo cuando creía que nada podía ir peor ocurre esto. Si antes no le he caído bien, ¡ahora es seguro que me detesta! No tengo ninguna chance con él, así que será mejor que no me haga vanas ilusiones. Aunque, ¿a quién pretendo engañar? Incluso ignorando los sucesos acontecidos, alguien tan atractivo como él jamás se fijaría en mí. ¡Cómo quisiera ser otra!
El timbre suena de pronto indicando que la primera clase del día ha comenzado, por lo que los pasillos comienzan a atestarse de gente tal y como siempre. Aquí en Olfshire es muy fácil cruzarte con un desconocido, por más que hayan asistido al mismo sitio por años consecutivos. Es lo que tiene vivir en una ciudad tan grande como lo es New Eye.
Al llegar al salón diviso a mi amiga Amalia en la entrada junto a otros estudiantes, esperando a que llegue el profesor. Es un gran alivio contar nuevamente con ella en mi clase, pues de no ser así no puedo imaginar cuán sola me encontraría durante toda la jornada escolar. La conozco desde que somos pequeñas pues concurríamos al mismo colegio de primaria, y desde entonces somos inseparables.
—¡Amalia! —grito eufórica mientras me lanzo a envolverla en un cálido abrazo.
—¡Fiorella! ¿Dónde te habías metido? Te busqué en cuanto llegue al colegio, pero no logre ubicarte hasta ahora—me pregunta, sin respirar hasta terminar.
—Luego tendré tiempo de contarte, ¡me ha pasado algo terrible!
—¿Qué? ¡Cuéntame! —suelta, carcomida por la intriga.
—Ahí viene el profesor, en el recreo hablamos, ¿sí? —le prometo al ver acercarse al docente.
—De acuerdo— acepta no muy convencida.
Todos ingresamos al salón y nos ubicamos en los lugares ya ordenados para recibirnos a medida que el profesor se presenta y comienza a explicarnos el programa que daremos en el correr del año. Gran parte de los alumnos prestan atención, como suele ocurrir a principio de año, y así transcurre la mitad de la clase cuando inesperadamente la puerta se abre llamando la atención de todos por completo. Un chico rubio y de ojos azules se hace presente en el interior del aula. Abro bien mis ojos y enseguida me vuelvo hacia delante. Es él. Es el chico que hoy golpeé con el casillero. Es él y está en mi clase.
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Quiero ser otra
Teen FictionTodos tenemos algún complejo en esta vida, algo que querríamos cambiar a costa de cualquier sacrificio. Fiorella no es la excepción. Toda su vida le hicieron creer que no era bonita, y su autoestima se vio afectada por ello. Sin embargo, en su coraz...