Festival de fuegos artificiales

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En un arcade local...

Algunas personas, luego de una quincena de duro trabajo y ganarse su paga, usarían el dinero para darse algún gusto o recompensa por su esfuerzo. Fuutarou Uesugi no era una de ellas.

- ¡Aaaaahhh! ¡Onii-chan! ¡Las monedas, las monedas!

Era sábado, y por cinco días de tutorías en cada una de las dos semanas ya le habían pagado un total de cien mil yenes, de los cuales apartó la mitad para llevar a Raiha al arcade para que pudiera divertirse a sus anchas, tanto hoy como la semana pasada. El chico se sintió muy bien de poder darle ese gusto a su pequeña hermana con su propio dinero. La pequeña ahora despilfarraba de lo lindo en los tragamonedas, y acababa de atinarle al premio gordo.

- ¡Jajajaja, así se hace! – le dijo él, mientras le ayudaba a ponerlas en un vaso. Con eso podrían jugar para rato y tal vez canjear lo que sobrara por algunos premios.

El arcade tenía todas las máquinas de juego que cualquier niño, grande o pequeño, pudiese desear. Estaban los juegos clásicos de peleas y plataformas para los amantes de la vieja escuela, simuladores de carreras en autos y motos, aviones de combate, y otros más sencillos como el hockey de mesa o la máquina de tenazas para atrapar muñecos.

Fuutarou realmente quería llevarse unos cuantos de estos últimos para Raiha, pero después de diez intentos fallidos, la pequeña se cansó de esperar y decidió llevárselo para probar la siguiente máquina. Ya les habían dado vuelta a casi todos los juegos del arcade así que ya les quedaban muy pocos.

- ¡Ah, rayos, volví a perder! – gritó de pronto una familiar voz chillona.

Instintivamente, Fuutarou dejó de caminar y volteó en la dirección donde escuchó la voz. Y con toda certeza, vio un familiar lazo verde sobresaliendo desde una de las máquinas que estaban al otro lado.

- "No jueguen conmigo, ¿será posible?"

- ¿Eh? ¡Ah, Uesugi-san! – exclamó parándose y agitando la mano. – ¡Qué sorpresa de verte aquí!

- Onii-chan, ¿qué sucede? – le preguntó Raiha al darse cuenta que su hermano se había detenido. – ¡Ah, Yotsuba-san!

Y sin que pudiera detenerla, Raiha rodeó las máquinas para ir a saludar, así que tuvo que ir tras ella. Pronto se percató de que no estaba sola; en el otro asiento de la máquina estaba una de sus hermanas, a la cual rápidamente identificó como Miku. Esta le dirigió una mirada inexpresiva y se limitó a levantar la mano para saludarlo, gesto que él correspondió de igual modo por cortesía.

- ¡Hola, Raiha-chan! – dijo Yotsuba abrazando a la pequeña. – ¡Qué casualidad, no pensé que los encontraría aquí!

- Onii-chan me trajo. Es un aburrido y tuve que arrastrarlo para que jugara conmigo.

- Jaja, qué aguafiestas. – se burló la chica del lazo. – Pero no puede resistirse a tus ojitos, ¿verdad? No puede decirte que no.

Fuutarou rodó los ojos. Decir eso era tanto como decir que el agua era húmeda; el que fuese capaz de resistirse a los ojitos tiernos de Raiha no tendría corazón. En realidad, no era que le molestara; simplemente tenía una imagen que mantener y por eso fingía resistirse. Cualquier capricho que Raiha tuviera, él con gusto se lo daría.

- A mí también me sorprende verte por aquí. – dijo él por desviar el tema. – No habrás descuidado lo que hemos estudiado, ¿verdad?

- ¡Onii-chan, ¿por qué la molestas si no están en horas de estudio?!

- No te preocupes, Raiha-chan. Tu hermano no tiene nada que temer, no he dejado de repasar. – aseguró Yotsuba. – Oh, déjame presentarte a Miku, una de mis hermanas.

Forma del Corazón - Trébol de Cuatro HojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora