Prólogo

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Te lo prometo papá

—Eres simplemente una persona despreciable que no le importó traicionar y buscar placer en nuestro enemigo —sus duras palabras hacen que mi corazón se rompa en mil pedazos.

Es cierto, fui yo quien provocó todo esto, soy la culpable de esta situación. Sin embargo, él no puede juzgarme cuando solo buscaba justicia.

Está actuando de manera irracional, él no merecía el daño que le causé y yo no merecía el dolor que he sufrido.

—Sí, tienes razón. No me importó involucrarme con el hijo de aquel que me hizo tanto daño. ¿Y sabes qué más? —seco mis lágrimas con el dorso de mi mano— Lo disfruté más de lo que puedes imaginar. Y si eso me convierte en una perra despreciable, como dices, entonces me declaro la peor de todas. En este momento, solo quiero que se aleje de mí.

—No puedo creer lo cínica que puedes ser. Nunca me di cuenta de tus verdaderas intenciones —tira de su corbata, visiblemente irritado—.

—¿Sabes por qué no te diste cuenta? —lo enfrento— Porque estabas demasiado concentrado en satisfacerte conmigo, en vez de prestar atención a lo realmente importante —su mirada llena de resentimiento confirma que estoy logrando mi objetivo—, porque estabas pensando con tus deseos más básicos.

Sujeta fuertemente mis brazos mientras dos lágrimas rebeldes escapan de sus ojos. Sus manos me lastiman, pero nada se compara con el daño que le hice.

—Yo te amaba —susurra, conteniendo el aliento, mientras acaricia mi rostro— Te amé con todo mi corazón.

Basta. No quiero escuchar más. No quiero seguir haciéndome daño.

—Te advertí que no lo hicieras. Parece que tus ansias por corromperme fueron tan grandes que terminaste sumergiéndote en mi oscuridad.

Me suelta de repente, como si quemara estar en contacto con mi piel.

—Ojala y termines en el infierno—gruñe preso del cólera.

Antes de salir de la habitación me volteo .

—Ojala y no te encuentre en el .

8 de Junio

Despierto sobresaltada por el irritante tono de llamada de mi celular.

¿Quién puede llamar a las 3 am?

Enciendo la lámpara de la mesita de noche junto a mi cama. Veo que es mi padre quien llama. Es extraño a esta hora.

— ¿Papá, estás bien? Son las 3 de la mañana — pregunto con voz somnolienta.

— Disculpa, es del hospital naval "Humpsted Jones". Tenemos el número del paciente Ramiro Saavedra Rodríguez, ha tenido un accidente automovilístico y está en terapia intensiva en este momento.

Cada palabra de la chica al teléfono hace que mi corazón se encoja.

Me doy cuenta de que tengo tres llamadas perdidas que ni siquiera noté.

Mi padre, mi única familia, mi razón de ser, está luchando entre la vida y la muerte y yo...

— ¿Sigues ahí? — pregunta la chica del teléfono.

No puedo responder, las palabras simplemente no salen.

— ¿Puedes decirme la ubicación? — logro hablar con un hilo de voz.

Rápidamente tomo nota del nombre y la dirección, y me apresuro a llamar un taxi.

— ¡Maldición! — exclamo frustrada, porque mi auto está en el taller y a esta hora no hay taxis disponibles en la calle.

Finalmente veo que un taxi se acerca. Le digo la dirección al conductor y nos dirigimos al hospital a toda velocidad.

Las calles oscuras y sombrías me hacen sentir que algo está muy mal.

Al llegar a la recepción, pregunto por mi padre. Aún no puedo creer que esto esté sucediendo.

— ¿En qué sala se encuentra Ramiro Saavedra?

— Terapia intensiva, último piso — me despido de la anciana que me indicó la dirección asintiendo con la cabeza.

Tomé el ascensor, que parece tardar una eternidad. ¿Por qué las cosas se demoran cuando más las necesitas?

Finalmente llego al último piso y vuelvo a preguntar por el estado de mi padre. Me informan que todavía está en el quirófano y que debo esperar aproximadamente 2 horas.

Esas fueron las 2 horas más largas de mi vida. La desesperación y la ansiedad me consumen, solo puedo pensar que todo estará bien a pesar de la opresión en mi pecho que dice lo contrario.

— Familiares de Ramiro Saavedra.

— Yo — me levanto emocionada de mi asiento — Por favor, dime que mi padre está bien.

Mis ruegos se desvanecen con su negativa.

— Lo siento mucho, hemos hecho todo lo posible, pero le quedan solo unas horas.

— ¡No! — siento un escalofrío recorrer mi espalda — Por favor, no.

Las lágrimas caen a raudales y mi corazón se rompe en mil pedazos. Él... él no puede ser.

Sin él, no soy nada. Solo lo tengo a él.

— ¿Puedo verlo? — logro susurrar un sí entre tantas lágrimas.

Camino en automático hacia la Unidad de Cuidados Intensivos, sin poder creer que esta podría ser la última vez que lo vea.

— Mi niña. Mi hermosa hija, te extrañaré mucho — el susurro de su voz seguido de los latidos de su corazón me golpea con la realidad que necesitaba.

Es el fin.

— Papá, por favor, no digas eso.

— Cariño, no tengo mucho tiempo. Los culpables de todo esto...

Su tos interrumpe lo que estaba a punto de decirme. Agarra mi mano y el sonido de la máquina acelera mis pensamientos negativos.

— Papá — acaricio su rostro magullado — ¡Ayuda! — grito a los doctores esperando un milagro — Papá, espera por favor, no me dejes, no ahora — un sonido insoportable invade mis oídos. ¡No, por Dios, esto no me puede estar pasando a mí!

Los médicos aparecen por la puerta e intentan sacarme, pero sigo aferrada a su mano, al igual que él, quien, a pesar de estar en una etapa terminal, me sigue mirando con el mismo amor de siempre. Me alegra saber que el brillo en sus ojos no ha sido opacado ni siquiera por la muerte.

— Hija, la empresa... el dueño... Debes prometerme que vengarás mi muerte.

¿Qué está pasando?

¿De qué está hablando?

¿El dueño de la empresa?

Su muerte.

— Cuídate, sé feliz. Los amo, a los tres.

No entiendo a qué se refiere. Pero haré todo lo posible para que mi padre descanse en paz. Cueste lo que cueste.

— Te lo prometo, papá.

El ensordecedor pitido de la máquina que marcaba su frecuencia cardíaca me hace darme cuenta de la cruel realidad.

Murió.

Papá ya no está.

¡ En Sus Marcas, Listos... Te Odio ! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora