20.

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Por su parte, Nieves había llegado a casa de Akira -una casa lejos de la de Vegetta-, ella sabía dónde estaba, así que no tuvo demasiado problema en irse para allá. La rubia la había recibido con una gran sonrisa, por los momentos estaría tranquila de que Nieves estaba a salvo con ella, pero primero tenía que saber una cosa.

— ¿Por qué estás aquí? ¿Qué te ha hecho esa maldita rata de mierda?.— y no le importaba insultarle tan vulgarmente.

—... Tenías razón, Akira!.— estaba llorando, ella quería a Rubius, pero no soportaba la idea que tanto le pesaba, el ahora saber que él era feliz en los brazos de alguien más, y para empeorar el asunto, en brazos de un hombre.

— Calma cielo, todo va a estar bien, ahora estás conmigo, nada puede hacerte daño. — y era una promesa que duraría toda la vida, si Nieves así lo permitía, porque en su corazón Akira jamás dañaría a un ángel tan puro como lo era su bella y hermosa pelirroja, con esa piel tan delicada, ojos llenos de pureza, y un corazón tan fiel y cristalino, que sólo merecía el calor y el amor que en los brazos de la mujer ajena encontraría, proclamándose así el ángel guardián de las sombras de Nieves, así que todo el que intentase tocar siquiera uno de sus cabellos conocería el verdadero embestir de una flecha de fuego, una espada de diamante, e inclusive el puño de la misma chica.
Acarició con mucha suavidad un ligero mechón de cabello que se posaba en el rostro de la más baja. Estaba enamorada de ese pequeño e indefenso trocito de persona.

— Akira... ¿Tú... Tú me quieres?...— interrogó en un tono bajo, sólo quería escuchar una respuesta positiva de aquello, quería sentirse amada, quería sientirse importante, aunque sea para alguien.

— Yo te amo mi princesa, y no te dejaré sola otra vez...— confesó para luego soltar una leve sonrisa, nada podía ir mal después de esa pequeña muestra de afecto, la cuál había estado necesitando desde hace ya varios meses — Ven, te he preparado una habitación para que duermas a gusto.

— No... Yo quiero dormir contigo — hizo un pequeño puchero ya separándose de la rubia — ¿Podemos dormir juntas?.

¿Acaso no podía ser más tierna? Es que la estaba matando de dulzura. Akira la abrazo otra vez, asintió levemente, mientras aguantaba un poco las ganas de llorar. Había querido compañía desde hace mucho, y era muy lindo que no tuviese que pedirlo ella, ya que le daba mucha vergüenza.

— Sí podemos dormir juntas — la pelirroja correspondió el abrazo contentandose un poco más por la respuesta ajena.

— Gracias, Aki...

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