Diferente

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Ser diferente es dificil, es triste, es aterrador... pero por encima de todas esas cosas, ser diferente es peligroso. Peligroso para tí y para todos los que te rodean. ¿Por qué lo se? Porque desde que nací he sido diferente. Un extraño poder corre por mis venas. Tengo la posibilidad de mover las cosas, romperlas o incluso convertirlas en cenizas con solo una mirada. Me di cuenta a los cinco años, cuando sin querer prendí fuego a mi casa de muñecas. Asustada, corrí hacia mi madre y le conté lo ocurrido. Su rostro estaba igual de aterrado que el mío, pero me abrazó, me dio un beso y me dijo que todo iba a salir bien.

Pero no salió bien.

Mis poderes cada vez se descontrolaban más y empecé a hacer daño a la gente. Recuerdo perfectamente un día en el que discutía con mi hermana pequeña y de repente todos los libros de la estantería cayeron sobre ella. Por suerte se apartó a tiempo, pero su mirada se posó sobre la mía, con terror en los ojos.

—¡Monstruo!—Bramó asustada.

—Yo no...—Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos.

—¡Mamá!—Mi madre llegó corriendo.

—¿Qué pasa Cecilia?—Miró los libros en el suelo y dio un paso hacia atrás.—Bianca, ¿qué has hecho?

—¡Yo no he hecho nada!—Protesté.

—¡Sí que ha hecho algo! ¡Es un monstruo!—Gritó mi hermana.

—¡Cecilia, no digas eso! Bianca, cariño...—Caminó hacia mí.

—¡No te acerques!—Di un paso hacia atrás.—No te quiero hacer daño...

De repente llegó mi padre.

—Adriano, los poderes de Bianca se desbordan.—Informó mi madre.

Mi padre caminó hacia mí y me cogió de los hombros.

—Bianca, a partir de ahora no puedes dejar que nadie sepa lo de tus poderes, ¿me entiendes? Nadie.—Asentí de forma rápida.—Ya verás como no pasa nada.

Pero pasó.

Unos poderes no se pueden ocultar así como así...

No quería salir de casa, ni siquiera de mi habitación. En ella, los objetos volaban y las flores ardían, pero no le podía hacer daño a nadie.

—Bianca...

Mi madre intentaba por todos los medios que saliera, pero no lo haría. De todas maneras mi futuro ya estaba escrito... Pero nunca pensé que aquello pudiera perjudicar a mis seres queridos.

Un día.

Un único día que decidí ir a la escuela y mi mundo quedó reducido a escombros.

Maté a la hija del alcalde.

Salí corriendo de aquel lugar hacia mi casa, donde me volví a encerrar esperando a que todo pasara. Aunque la imagen de su cuerpo cubierto por las llamas no era facil de borrar.

Dos semanas después, mientras leía, algo rompió la ventana y la habitación se llenó de un espeso humo. Después, lo vi todo negro.

Un cubo de agua fría me despertó, estaba atada y justo en frente tenía al alcalde con unas pintas desaliñadas, como si no hubiera dormido en semanas. Se movía de forma nerviosa y llevaba una pistola en las manos.

—Hola Bianca, ¿sabes por qué estás aquí?—Negué con la cabeza y él hizo una mueca de asco.—Tú te llevaste a mi pequeña Bella, tú me la devolverás.—Intentó sonreír.—¿Sigues sin entenderlo? ¡Es muy fácil! ¡Devuélvele la vida!—Señaló un cuerpo chamuscado.—¡Vamos, no tengo todo el día!—Se había vuelto loco.—¿Qué pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato? ¡Díme de una vez como hacer que vuelva a respirar!

—Yo... no... no lo se... no se como...

—¡¿No lo sabes?! ¡Muy bien, tal vez tu familia lo sepa!—Señaló a mi izquierda y pude ver a todos los de mi familia atados, con los ojos y la boca tapados con pañuelos. Cecilia, el pequeño Benito, mis padres...—Te doy cinco minutos.—Apuntó a la cabeza de mi padre, que al escuchar como cargaba la pistola se revolvió aterrado, intentando escapar.—Si en cinco minutos no me lo dices, disparo.

—Pero esque no lo se...—Dije en un hilo de voz.

—¡Me aburro!—Canturreó y apretó el gatillo.

Me negué a mirar.

—¿Vamos ahora a por tu madre? Venga, dime como volverla a la vida.—Posó la pistola sobre la cabeza de mi madre.

—¡Pare por favor, de verdad que no se nada!—Hacía ya rato que lloraba.

—Mira que eres cabezota, si no cooperas...—Disparó.—...te quedarás sola...

—¡No! ¡No! ¡No!—Me balanceé en la silla donde estaba, intentando escapar.

—¿A quién debería matar ahora? Hmm... ¿Qué tal a tu hermanito pequeño?

—¡No dispares a Benito!

—¿Entonces a tu hermana?

—¡Tampoco!—No me escuchó.

—Muy bien, a tu hermana entonces.—Otro disparo, y de mi garganta escapó un grito desgarrador.—¿Me dices ya cómo hacer que el corazón de Bella vuelva a latir?

—¡No lo se!—Sollocé con fuerza.—No lo se... De verdad que no lo se... Si supiera...

—Muy bien, despídete de tu hermano pequeño.—Intenté gritar, pero antes de que pudiera decir algo un último disparo resonó en la sala.

Ahora sí, dirigí la mirada hacia los cuerpos de mis familiares y me entraron náuseas, por lo que aparté rápidamente la vista.

Todo había sido mi culpa, desde que nací...

Ya no me quedaba nada por lo que luchar.

Agarré con fuerza las patas de la silla e hice que la madera prendiera fuego. Por primera vez vi terror en la mirada del alcalde, sabiendo que su juego había acabado.

El fuego me consumió por completo en cuestión de segundos y al fin dejé de existir.

Como ya he dicho, ser diferente es muy peligroso.

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