Tan fácil

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Tan fácil, tan sencillo.

Tan hipócrita.

Desde pequeño me había interesado la política, me metía en todos los debates familiares sobre esta misma y siempre buscaba información sobre los actuales partidos. Era evidente que, tarde o temprano, acabaría dentro de aquel mundillo.

Comencé a los dieciocho años como militante del partido de mi ciudad. Era una gran experiencia y poco a poco me gustaba más. Con el tiempo comencé a codearme con gente de puestos superiores. Estreché la mano de presidentes y vicepresidentes, todos interesados en mi forma de comportarme. Y seguí creciendo y creciendo hasta que, finalmente, y con todas mis carreras acabadas, llegué a ser ministro del govierno.

-¡Enhorabuena!-Exclamó mi madre destapando la botella de champán.

Habíamos reunido a toda mi família para celebrar mi entrada al ministerio. Era una gran noticia. Yo, Pablo Rodriguez, ministro de Hacienda. ¡Sonaba genial! Ilusionado a más no poder por mi trabajo comencé a elaborar leyes como loco, quizá consumido por el poder. Sentía como Hacienda estaba en mis manos y era fantástico.

Y antes de que me diera cuenta estaba ganando dinero.

Mucho dinero.

¿Quizá más del que me tocaba?

En efecto: un compañero me enseñó a blanquear dinero.

Ni siquiera yo entendía muy bien como iba la cosa, algo de llevar el dinero a Suiza y, ¡pum! Ya era mío. Parecía magia.

Era magia.

Y era mía.

No me preocupé de si eso estaba bien o no, ni siquiera si era seguro, pero me estaba forrando y era lo único que me importaba. Tuve que falsificar un par de datos de identidad, pero no fue difícil. Nada era complicado en aquel ruín juego.

Engañar y ganar.

Así de simple.

Aunque... no todo fue tan sencillo.

Una tarde de domingo, mientras veía despreocupadamente la televisión, picaron a la puerta de mi casa.

-¿Sí?

-¿Pablo Rodriguez?

-Eh... sí, soy yo.

-Salga de su domicilio, está detenido por blanqueamiento de dinero y falsificación de datos de identidad.

La sangre se me heló.

-¿Qué?-Dije incrédulo.

-Por favor salga de su domicilio.-Dijo el hombre ya un poco más alterado.

-Esto es imposible...

-Señor Rodriguez salga de su domicilio ahora mismo.

Me aparté de la puerta, asustado. Mi pulso se disparó y un sudor frío comenzó a recorrer todo mi cuerpo. No podía ser, no podían haberme encontrado.

Y antes de que me diera cuenta estaba frente a un tribunal.

-No se preocupe señor Rodriguez, usted niégelo todo y yo me ocupo del resto.-Dijo mi abogado.

Los flashes de las cámaras salían por todos lados, y me sentía como una liebre en el punto de mira.

-Señor Pablo Rodriguez, ministro de Hacienda, se le acusa de blanqueamiento de dinero y falsificación de datos de identidad, ¿cómo se declara?-Dijo el juez.

-Inocente.

-¿Podría darnos su versión de los hechos?-Mi abogado se levantó y comenzó a explicar con unos puntos muy detallados el por qué era inocente. Suerte que tenía dinero y me había buscado un buen abogado, sinó, iría a la carcel de cabeza. No dejaba de sudar, y creo que se notaba. Pero me daba igual, me recosté en la silla y me quedé mudo. Los minutos pasaron y no tuve que abrir la boca en ningún momento.

Todo iba a cámara rápida. Entrevistas y más entrevistas, en las que todas decía lo mismo.

"No me consta."

Negar y mantener la calma, era lo único que debía hacer.

Los juicios se repitieron durante varios días y, finalmente, el juez soltó la sentencia.

-Señor Pablo Rodriguez es sentenciado a seis meses de cárcel. Al no ser el mínimo de condena para ir a prisión queda en libertad.-Dio un golpe con el martillo y se acabó el juicio.

Solté una sonrisa maliciosa.

Tan fácil.

Bueeenas

Esta historia es un pedido de Kirika14, espero que te haya gustado. Últimamente ando muy desaparecida, pero esto se debe a que estoy trabajando en varios proyectos.

Gracias por leer.

Se despide, Kanade

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