La vela

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Las manos de aquella persona fueron, quizá, la sensación más cálida que había sentido jamás. Debo decir que me decepcioné un poco cuando vi que, en vez de encenderme, me envolvía en un papel de regalo. Quizá estaba demasiado impaciente, necesitaba calmarme. Pero no podía, simplemente no podía. ¿Meses y hasta años encerrada en una caja de plástico para ahora seguir esperando? No, no podía esperar más.

—Listo—susurró aquella persona, con una suave sonrisa sobre sus labios y repasando mi perfil con sus dedos—. Le va a encantar...

Antes de que pudiera darme cuenta estábamos de nuevo en la calle. No sabía a dónde me llevaba, pero iría hasta el fin del mundo si con eso conseguía quemarme. El timbre de una puerta se oyó, y alguien la abrió.

—¡Feliz cumpleaños! —ahí estaba de nuevo la voz de aquella persona que me había comprado, y después vino la otra.

—¿Javi? No... no te esperaba. Anda, pasa, pasa, estaba haciendo unas cosillas pero...—aquel hombre se vio interrumpido cuando, al girarse, se golpeó con un mueble—. ¡Joder!

—¿Dónde está tu bastón? —el chico me dejó sobre aquel mueble para ayudar a su amigo, cerrando la puerta y acompañándolo hasta un sillón—. Espera, voy a traértelo...

—¡No! —el grito del hombre detuvo los pasos de Javi—. No, no te muevas. No necesito ese bastón, ¿de acuerdo? Estoy... estoy bien. No necesito nada.

—Mario...—el chico soltó un pequeño suspiro y se sentó al lado de su amigo, sujetándole firmemente las manos—. No tiene nada de malo necesitar un poco de ayuda.

—Pero es que no necesito ayuda—se soltó de aquel agarre, frotándose la cara—. No necesito nada, ya te lo he dicho. Soy ciego, vale, ¡ay pobre de mí!—dijo en un tono burlón, haciendo una mueca desagradable—. ¿Estaba mejor antes del accidente? Sí, joder, claro que sí. Pero esto es lo que hay, y punto. Y no necesito la lástima de nadie.

Durante un momento toda la estancia se sumió en un espeso silencio. Javi parecía un poco incómodo, sin saber muy bien cómo actuar. A decir verdad, hasta a mí me puso nerviosa aquella situación. Yo solo quería que me encendieran, ¿iban a seguir discutiendo por mucho tiempo más? Javi inspiró una bocanada de aire profundamente, poniendo su espalda recta y se rascó la frente, sin saber a dónde mirar.

—Yo...—carraspeó un poco, sacudiendo la cabeza—. Joder, lo siento. Es que no me esperaba que te pusieras así... El accidente fue una putada, pero... no sé. Es tu cumpleaños, deberías intentar animarte—chasqueó la lengua contra el paladar y se levantó de aquel sofá, caminando hasta el mueble de la entrada y recogiéndome en sus cálidas manos—. Te he traído un regalo—con mi base golpeó suavemente la palma de su mano un par de veces, y luego caminó hasta Mario, entregándome—. Espero que te guste.

El ciego rasgó el papel de regalo y recorrió toda mi superficie con sus manos, con una expresión de extraño.

—Es... una vela.

El chico que me había traído esbozó una suave sonrisa y se agachó para estar a la altura de su amigo.

—Sí. He pensado que... bueno, podría darte algo de luz en los momentos de oscuridad.

—Una puta vela—casi pude escuchar cómo el corazón de Javi se ponía a mil—. Es una broma, ¿verdad?

—A ver, Mario...

—¡¿Para qué coño quiero yo una vela?! —se levantó de golpe del sofá, aferrándome con fuerza en su mano, demasiada fuerza—. ¡Soy ciego!

—Pero a ver, déjame hablar, es que...

—¡¿En serio es la mejor idea que has tenido?! ¡¿De verdad me estás diciendo que lo mejor que se te ha ocurrido para regalarme en una vela?! Oh, gracias, muchas gracias. ¿Me puedes decir al menos el color? Es que, mira, soy ciego ¡y no puedo ver ni si quiera el color de la puta vela!

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