Rock & Drug: Phobia

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Segunda parte de Rock & Drug


Un recuerdo vagó por mi mente.

Amargo, desagradable, terrorífico.

Muerto...

Abrí los ojos cuando el coche pasó por un bache y volví a la realidad. Hacía ya cinco años que Kalen y Bryan habían muerto. Ahora, yo era el grande de la ciudad. Junto a Sam, mi nuevo socio, nadie nos podía parar. Y esque la vida era eso. Ascender, descender, ascender otra vez y volver a descender de nuevo. Hice crugir mi cuello y comencé a tamborilear la puerta del automóvil. Nos dirigíamos a solucionar un pequeño... contratiempo que había surgido con un cliente.

—¿Ese hijo de puta nos ha vuelto a timar?—Dije de mal humor.

—Así es.—Contestó Sam sin apartar la vista de la carretera.—Hemos perdido nada más y nada menos que cincuenta gramos.—Apretó el volante hasta que sus nudillos se tornaron blancos.—Va a pagar por esto.

—Sin duda. Hay que hacerlo desaparecer.

Llegamos a uno de los barrios marginales de la ciudad y nos pusimos a buscar la casa de aquel hombre. No me desagradaba aquella vida que había tomado. Me lo jugué todo por un sueño y, a la larga, acabé ganando. Sí, habían muerto dos de mis mejores amigos, pero yo seguía vivo y lo volvía a tener todo otra vez. Una vez que ganas... ganarás siempre. Finalmente encontramos la casa del capullo que nos había timado y, armados hasta los dientes, interrumpimos en su hogar.

Si es que eso se podía llamar hogar...

—Jaque mate tío. Danos la pasta.—Dije apuntando a su frente.

—¿Qué? ¡No jodas! Yo no he hecho nada.—Se le veía sucio y alarmado, muy alarmado.

Hice un gesto con la cabeza a Sam y este le disparó en la pierna, haciendo que el chico cayera al suelo adolorido.

—No lo voy a volver a repetir. Danos la pasta ahora mismo.

—¡De verdad que yo n-

Disparé.

—Sam, busca por los cajones. En algún lugar tiene que estar el dinero.

No tardamos mucho hasta encontrar lo que nos debía y, quizá, un poco más por las molestias. Después, volvimos a casa. Decir que ahora vivíamos entre billetes de los grandes era decir poco. Aunque, por mucho dinero que tuviera, me seguía sintiendo horriblemente vacío. Me senté en el sofá, saqué mi guitarra y puse nuestro tema más escuchado a todo volumen. La música estaba tan alta que el vaso de whisky que seguía encima de la mesa vibraba con vehemencia.

—¿Otra vez perdido entre los recuerdos.—Preguntó el pelirrojo.

—Cállate.—Dije de mal humor y me concentré en la canción.

En ella se podía distinguir perfectamente los instrumentos de Kalen y Bryan, el teclado y el bajo en aquel respectivo orden. Aquello no era más que la huella que habían dejado. Un testimonio que todos habían olvidado. Cinco años ya... ¿Habría alguien en la faz de la tierra que nos recordara? Sweet Revenge murió y, con él, todos mis sueños. Después de todo, ¿alguna vez fuimos algo más que un simple sueño representado por títeres? Nos manipularon haciéndonos creer los reyes del mundo pero, en realidad, siempre fuimos la misma escoria de siempre. Tengo miedo. Miedo de Sam, miedo de mi nueva vida, miedo de los negocios...

Miedo de mí.

Comencé a tocar la guitarra al ritmo de la canción, recordando vagamente como eran los acordes. Paré un momento para encender un cigarrillo que dejé entre mis labios resecos. Había perdido mucho peso, y se notaba con solo mirarme. Después de todo la mala vida no trae nada bueno. Y es que nuestra vida, a pesar de parecer de ensueño, era horrible. Aspiré el humo del cigarro y lo dejé ir por entre los dientes mientras volvía a tocar la guitarra. Aquella melodía me traía recuerdos. Como cuando comenzamos a tocar en el bar de la madre de Sam, o cuando me llamó aquel hombre prometiéndome el mundo entero. Seguí tocando sin mucho énfasis las notas de aquella canción. Era buena, muy buena. Pero, como todo, quedó en el olvido. De repente un extraño setimiento de vacío se apoderó de mi estómago y dejé de tocar. De buenas a primeras me sentía muy deprimido. Me concentré en el cigarro y cerré los ojos. El pasado se queda en el pasado, era lo que siempre me repetía. Ahora era cuando estaba realmente en la cima. Ahora era cuando tenía al mundo a mis pies. Sam apareció por la puerta de la cocina y se sentó a mi lado con una hamburguesa entre las manos.

—¿Ya has parado de tocar?—Asentí con la cabeza vagamente.—Deberías deshacerte de ese disco. Quémalo o tíralo al mar, pero deshazte de él.

Me revolví incómodo.

—No puedo. Es lo único que me queda.

—¿Malos recuerdos? ¿Es eso "lo único que te queda"?—Contraatacó.—Yo ya me deshice de la batería. Ahora te toca a tí.—Hizo una pausa.—Tienes que olvidar, Matt.

—No puedo.—Repetí.—Tengo miedo de olvidar.

Me miró de arriba abajo por un momento y luego se recostó en el sofá.

—El miedo solo produce más miedo. Lo mejor que ahora puedes hacer es olvidarte de tu pesadilla.

Amargado, aplasté el cigarrillo a medio fumar contra el cenizero y encendí la televisión. No sin antes soltar un chasquido con la lengua.

A pesar de las molestias Sam tenía razón, y por suerte estaba a mi lado.

Pero me lo arrebataron.

La única luz que me proporcionaba cordura fue apagada.

Un día que volvía de una entrega importante lo encontré en el salón con tres tiros. Dos en el pecho y uno en la frente. La casa estaba patas arriba, pero no había nadie más.

La demencia no tardó en llegar.

¿Quién era ahora? Estaba solo. Y los miedos incrementaron notablemente. Miedo a la oscura noche, miedo a los recuerdos y miedo a mi reflejo. Rara era la noche que no me ponía a gritar como un loco, presa de mi miedo. Bueno, no como un loco. Literalmente estaba loco. Completamente loco. Y, dejadme recalcar, que la locura es el peor compañero.

—¡Yo no quiero esto!—Dije dando un fuerte golpe al espejo con el que lo quebré en pedazos y mi mano comenzó a sangrar.—¡Vete!—Le grité a mi reflejo distorsionado por las grietas del espejo.—¡Vete de aquí, nadie te quiere!—Volví a dar otro golpe.—¡Nadie te quiere!

Nunca he sido una persona fuerte, y el miedo solo augmentaba mi debilidad. A pesar de tenerlo todo no era capaz de nada, y la presión del poder me estaba aplastando como si fuera un cigarrillo. ¿Por qué elegí este camino? Dijeron que no tenía otra opción, pero... ¿de verdad esto era la única salida? No me lo creía. No me lo quería creer. Y a medida que pasaban los días me sentía más y más agotado. Y mis miedos no paraban de crecer, dominándome...

Nunca debí aceptar ser narcotraficante.

Hasta la persona más imbécil del mundo se daría cuenta de que estaba matando a personas lentamente, y destrozando familias a cambio de... ¿de qué? ¿Dinero? Ya no me importaba el dinero. La otra cara de la luna era mucho más oscura de lo que había imaginado. Y todo este tiempo no me di cuenta...

De repente empecé a echar de menos a todo el mundo. A Sam, a Kalen y Bryan, a mi madre, a los managers y a todas las chicas que estaban a mis pies. Estuve rodeado de personas y no les hice caso, y ahora estaba totalmente solo.

Si matas a un narcotraficante el negocio recae sobre tus hombros, pero... ¿Y si el narcotraficante muere y no tiene ningún socio que ocupe su lugar?

Fin del negocio.

Estaba claro, tenía que morir antes de que alguna persona sedienta de poder me arrebatara la vida, como hicieron con Sam.

Sí... definitivamente había perdido la cabeza.

Pero fue lo que hice, y una tarde de invierno comencé a engullir pastilla tras pastilla.

Fin del negocio.

Fin de las muertes.

Fin... de mis miedos.

Aquello nunca debió ser algo más que un simple sueño.

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