La última alita de pollo (1º parte)

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Cuando tu vida es monótona y vacía, a veces, haces las cosas sin siquiera pararte a pensarlo. Algunos de nuestros movimientos cotidianos están tan mecanizados que da miedo. El simple hecho de echarle azúcar a tu café, o picar el ticket en el autobús. Llegar a algún sitio y dejar la chaqueta en el mismo sitio de siempre, por ejemplo... Mi vida se había convertido en un triste guión escrito de principio a fin, cerrado y aburrido, además de irremediablemente triste. Todo lo que me ocurría ya sabía que iba a ocurrir y no podía hacer absolutamente nada para remediarlo. Estaba, de alguna manera, atrapado en mi propia realidad. Aquel pensamiento a menudo me arrebataba el sueño o me dejaba en el limbo unos minutos, pensando. Sentía que poco a poco estaba perdiendo el control de mi vida, y eso hacía que me molestara aún menos en arreglar alguna cosa. ¿Para qué intentar vivir feliz si, al final, todos moriremos?

—Profesor...—escuché un susurro a lo lejos—. Profesor... profesor—cada vez se escuchaba con más nitidez—. ¡Profesor!

Y, de golpe, me encontraba en mi aula sin siquiera saber cómo había llegado allí. Todos mis alumnos me estaban mirando intensamente, preocupados y curiosos, mientras yo estaba parado en frente de la pizarra con la tiza levantada. Miré al chico que había hablado y tragué saliva.

—¿S... Sí, Tyler?—murmuré en un susurro casi inaudible.

—¿Le ocurre algo? Se ha quedado callado de repente.

—Eh... Sí, sí, estoy bien...—miré la pizarra, en la cual había escrito "Juicio de Osiris". Estaba en medio de una clase, al parecer—. E-esto... Bien, hoy os explicaré el Juicio de Osiris que relataron los egipcios en el libro de los muertos.

—Eso ya lo ha dicho...—oí a alguien murmurar.

—En él se da a entender que, cuando alguien fallecía, su alma era sometida a un juicio para ver si era digna de vivir eternamente en el Aaru. Anubis era el encargado de colocar el Ib, es decir, el corazón de la persona sobre uno de los platillos de la balanza y, en el otro, estaba la pluma de Maat. ¿Alguien sabe qué significaba esta pluma?—nadie contestó—. Bueno... Eh... N-no pasa nada, sigamos. El alma era interrogada y, según sus respuestas, el peso de su corazón aumentaría o no. Thot era el responsable de anotar las respuestas. Si el corazón pesaba menos que la pluma el alma podía ir, acompañada de los dioses, al Aaru. De lo contrario el corazón era arrojado a Ammyt, una bestia con cabeza de cocodrilo, patas delanteras, torso y melena de león y patas traseras de hipopótamo, que devoraba el corazón. Esto suponía para el difunto la segunda muerte y, por lo tanto, aquella persona dejaba de existir para la historia de Egipto. ¿Todo... Todo el mundo lo entiende?—de nuevo nadie dijo media palabra. Miré la hora, faltaban unos segundos para que la clase acabara—. Bien, quiero que me traigáis para la semana que viene una redacción explicando todo lo que he dicho en esta hora—las quejas se empezaron a oír, aunque rápidamente fueron opacadas por el insufrible timbre de la campana.

Recogí mis cosas con prisa y torpeza y, rápidamente, salí del aula. No sabía qué había ocurrido, nunca me había pasado. Era como si, por un momento, mi mente hubiera abandonado mi cuerpo y, de repente, hubiera vuelto a aparecer en la mitad de esa clase de historia. Me masajeé las sienes, me dolía un poco la cabeza, y fui directamente hacia la sala de profesores. Con un poco de suerte me tomaba alguna aspirina y se me pasaba. Entré por la puerta y, nada más levantar la mirada, me topé de frente con Norman.

Agh, cómo odiaba a Norman...

Pero, por alguna razón, nunca me había atrevido a decirle nada. A decir verdad siempre he sido un cobarde...

—¡Hombre!—gritó al verme y me dio un fuerte abrazo. Sentí que me hundía entre toda esa grasa—. No te he visto esta mañana, pensaba que estabas enfermo.

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