¿Magia? ¿Estás seguro?

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Hola.

Mi nombre es Austin Hewis, y soy un chico de 25 años que vive en uno de los barrios de Nueva York en los años 30. Mis aficiones... los artistas callejeros, supongo. Me gusta deambular por las callejuelas descubriendo un sinfín de trucos y espectáculos de clase baja. Un hobby como otro cualquiera, ¿no?

Aquella noche pasaba por una calle bastante transitada por donde los trabajadores volvían a sus casas, o iban a sus oficinas. Yo volvía de una dura jornada de trabajo en el laboratorio donde, junto a mis compañeros, jugábamos a mezclar las especies animales. No se le podía decir trabajo ciertamente, pero era lo que me pedían hacer. ¿Para qué? Quién sabe. Me ajusé el sombrero que llevaba e intenté abrigarme un poco más con mi gabardina vieja. El vaho no tardó en empezar a salir de mi garganta como si fuera mi propia alma.

Alzé, por un momento, la mirada al cielo; intentando ver alguna estrella. Pero no divisé ninguna. Bajé la mirada repasando mi alrededor, y vi un corrillo de gente envolviendo algo. Me acerqué, pensando que seguramente sería un artista callejero.

Y acerté.

En el interior de la masa de gente se encontraba una preciosa maga. Y digo preciosa porque así me lo pareció. Vestía un maillot de ballet sin tirantes de terciopelo negro, acompañado de unas medias de rejillas, también negras, que le cubrían las piernas. Unos altos zapatos de tacón rojos como la sangre le adornaban los pies y una corta americana le resguardaba los hombros del frío y en la cabeza lucía una elegante chistera con una cinta roja. Su pelo, pelirrojo y hasta media espalda, lo tenía sujetado en una cola baja con un lazo de rayas, algunas negras y otras de color carmesí. Los ojos le relucían con un precioso color verde. Cuando llegué se encontraba saludando al público, agradeciendo por los aplausos que éste le brindaba. Cuando todos callaron se puso recta.

-Acérquense, damas y caballeros, acérquense.-Se quitó la chistera y la gente de acercó.-Porque cuando más crean que ven-Metió la mano.-Menos verán en realidad.-Sacó la mano, junto a una paloma blanca en su muñeca. Todo el mundo aplaudió y ella la soltó en el aire.

-¡Espléndido!-Exclamó uno de los presentes.

-¡Impresionante!

-¡Precioso!

Le siguieron los demás.

De repente me miró a mí.

Debería haber sentido el calor de su penetrante mirada, pero solo sentí como un gélido escalofrío recorría mi espalda. Instintivamente tragué saliva. Algo me decía que estaba en apuros. Pero no le hice caso a ese algo.

-Caballero.-Me llamó la atención.-Acérquese.-Obedecí no muy seguro de lo que hacía.-¿Usted cree en la magia?

-Siento decirle que no.-Me disculpé por mi hipocresía.

-¿Seguro que no cree en la magia? Sus ojos me dicen lo contrario.

Sí, creía en la magia, por supuesto que creía. Más de una vez la había visto con mis propios ojos. Pero vivíamos en una sociedad avanzada, y yo ya era un adulto. No podía ir diciendo por ahí que creía en la magia.

-Bueno, pues esta noche voy a hacer que crea en ella.-Se apartó un poco de mí.-¿Cómo se llama?

-Austin Hewis.

-Muy bien señor Hewis, cierre los ojos.-Hice caso con un poco de miedo.

-Estira los brazos y abre las manos.-Noté su aliento en mi oreja. Hice lo que me pidió.-Muy bien, ahora, dime qué es lo que más quieres en el mundo.

-Lo que más quiero...-Lo pensé un momento.-Dinero.-No era lo que más quería ni mucho menos, pero no me sobraba el dinero y, si seguramente iba a hacer aparecer lo que quisiera, que fuera dinero.-Lo que más quiero es dinero, un fajo de billetes, por ejemplo.

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