Paholainen (2° parte)

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En la foto tenemos a Neida Katainen

Ingrid daba vueltas por la habitación, de la puerta a la ventana, donde se paraba a observar la mansión de los Espenæs, después otra vez a la puerta y de nuevo a la ventana. Haakon estaba sentado en el tocador, con la frente en la mesa y los brazos caídos, y Darko se encontraba sentado en la cama, frotándose de manera nerviosa las manos.

—Algo raro está pasando aquí.—Puntualizó la chica.

—¿Ahora te das cuenta?—Dijo sarcásticamente Haakon, e Ingrid le lanzó una mirada llena de ira.

—Sí. Porque tú, cabeza hueca, no me lo has explicado todo desde el principio.—Se cruzó de brazos.—Quiero toda la información, con pelos y señales.—Dijo enfadada.

—¿Por qué te molestas? De todas maneras nadie va a volver a aquella casa.

—Oh sí, sí que volverá alguien. Ese alguien seremos nosotros.—Haakon levantó la cabeza con vehemencia.

—¡Estás loca, ¿verdad?! ¡¿Tú has visto lo que le han hecho a Darko?!

—¡Haakon, estoy harta de mentiras!—Chilló asustando al joven.—Quiero la verdad. Ahora.—Haakon suspiró, cerrando los ojos con pesadez.

—Hace muchos años, una vez llegué a creer en esa estúpida leyenda... Por aquel entonces mis padres aún estaban vivos, y eran muy amigos de los padres de Darko, por lo que la mayoría de las navidades las pasábamos juntos. A menudo planeaba con Darko el día en el que, al fin, entráramos en aquella mansión en busca de aventura.—Hubo un silencio largo e incómodo. Después, cogió aire y continuó explicando.—Todo fue un error. Una noche, decidimos entrar. Al principio todo iba bien, hasta que mis padres se preocuparon y entraron a buscarnos. Después de unas horas nosotros volvimos a esta casa y fue entonces cuando los padres de Darko me dijeron que los míos aún no habían vuelto.—Ingrid miró por un momento los nudillos del chico, que se tornaban blancos poco a poco a causa de la fuerza con la que apretaba sus puños.—Nunca más los volví a ver...

Silencio.

Darko, a pesar de no saber noruego, entendió a la perfección lo que estaba narrando su amigo y se quedó cabizbajo.

—Desde ese día tampoco volví a ver ni a Darko ni a su familia... hasta hace poco, que volvió.

—¿Por qué volvió?—Haakon suspiró.

—Mediante cartas le prometí que, cuando cumpliera la mayoría de edad, volveríamos a entrar en la casa.

—¡Genial, hagamos eso!

—No, ni hablar.

—¿Por qué no? Se lo prometiste. Además, es la única manera de solucionar esto.—Haakon la miró indeciso.—¿O acaso tienes una idea mejor?—El chico suspiró.

—¿Cuál es tu plan?

***

La puerta principal se abrió con un estridente chirrido. La luz pasó por la apertura y dejó que un haz iluminara el interior que se encontraba completamente en tinieblas. El polvo flotaba por el aire, como si se tratara de niebla. Había algunos muebles, pero todos estaban cubiertos por telas blancas. Se podían escuchar, a lo lejos, los ruidos que hacía algún pájaro en la oscuridad. Todo estaba intacto, excepto las escaleras de madera que se encontraban en el extremo izquierdo del gran recibidor, que cada uno de los escalones estaban rotos y astillados como si un elefante los hubiera pisado con fuerza, y una puerta a los pies de las escaleras, también en la pared izquierda, que estaba llena de arañazos como si un puma hubiera intentado derrumbarla. Todo lo demás estaba totalmente congelado, como si en aquella casa el tiempo no pasara. De repente el silencio se quebró por un llanto lastimero proveniente de aquella puerta marcada por los zarpazos. Los tres se acercaron con sumo cuidado, temiendo que la casa se derrumbara. Al llegar a la puerta, Ingrid dio tres golpes limpios.

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