La última alita de pollo (3º parte)

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"Debería pedirte perdón, pero no lo haré. Lo que hice no debería importarte lo suficiente como para merecerte mi disculpa. ¿Recuerdas la chimenea en la que nos solíamos sentar en frente a observar con admiración cómo la madera se consumía lenta pero constantemente? He llegado a la conclusión de que mi vida es algo así como esa pequeña chimenea. El fuego es atroz, violento e imponente. Quema y destruye todo lo que le echas y, de esa manera, se extingue a sí mismo. Esas ansias tan características de las llamas, que consumen hasta el último trozo de madera, encontrándose entre montones de cenizas que no son suficientes para hacer que el fuego siga danzando dentro de esa pequeña chimenea. Viví con energías hasta agotarlas, así que no podía negarle a la naturaleza ese punto y final que ha decidido darme. Por favor, lo único que te pido es que lo olvides todo. Olvida mi nombre, mi color de ojos y mi piel. Olvida quien fui, quien quería ser y quien iba a ser. Olvida todo por lo que pasé y olvida las huellas que dejé en este mundo. A partir de ahora, soy solo cenizas.

Con amor,

Linda"

Kevin dejó la nota sobre la barra, justo donde yo la había dejado para que la leyera, y soltó un pesado suspiro. No levanté la mirada del suelo ni un solo segundo. Por mi mente todavía pasaban las imágenes de aquella noche de terror en la que hallé el cuerpo sin vida de Linda.

"Un suicidio", fue la vaga aprobación del detective.

Sí, un suicidio que no pude detener a tiempo. Sentía como mi interior se encogía ante tal sensación de culpabilidad, mezclada con tristeza, angustia y rabia.

—Y ahora... ¿qué vas a hacer? —la frase que ya tardaba en aparecer.

—No lo sé...—solté en un hilo de voz casi quebrado.

Volvió a suspirar, últimamente solo escuchaba suspiros.

—Qué quieres que te diga... Ha debido ser un golpe duro para ti, ¿por qué no te tomas un pequeño descanso?

—¿Ahora? No, ni hablar. Antes era un cobarde y así ha acabado, ahora toca ser valiente. Se lo debo a ella—soné convencido, pero siendo sincero creo que no había tenido tanto miedo en toda mi vida.

Sonrió de medio lado, casi de una forma felina.

—Eres increíble, James. Yo de ti ya lo habría mandado todo a la mierda...—solté una pequeña sonrisa, creo que por compasión, pues no estaba de acuerdo.

—¿Vendrás al entierro? —pregunté sin saber muy bien por qué, pues no me gustaba hablar de funerales.

—Claro, ¿cuándo es?

—De aquí dos días, el martes.

—Bien.

Nuestra conversación fue cortada de cuajo cuando alguien entró en el Crunchy dando un fuerte portazo. Pensé que se trataba de Norman, por lo que al principio no quise darme la vuelta, pero la curiosidad acabó ganando. No, no era Norman. Se trataba de un hombre desaliñado y sucio, tres cabezas más alto que yo y dos veces más ancho. Caminaba dando tumbos de derecha a izquierda y por allá por donde pasaba la gente se apartaba, asqueada. Llegó a la barra y se sentó a mi lado con malas maneras.

—Una cerveza—demandó con una voz rota.

—Lo siento, señor. No servimos alcohol a personas ebrias.

El hombre pareció arder en cólera con aquellas palabras. Se levantó de golpe y cogió a mi amigo por el cuello de la camisa.

—¡¿Qué?! ¡¿No vas a servir a un cliente?! —gritó atrayendo la atención de todos los presentes.

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