Con las botas llenas de arena

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24 de julio de 1883

Tombstone, Arizona

Arrastré mis pies por la arena, agotado. Hacía días que mi caballo había salido corriendo y, sin nada que hacer, tuve que seguir mi camino a pie. El sol me quemaba la piel; y la ropa, empapada en sudor, se pegaba a mi cuerpo de forma desagradable. Solté un suspiro, vacilando un poco, y caí a peso muerto en la calle principal de aquel pueblucho polvoriento.

Después de un viaje extremadamente agotador.

Después de bandidos e indios en mi camino.

Al fin había llegado.

***

—¿Está muerto? —preguntó alguien intrigado, a lo lejos.

—No, solo inconsciente...—dijo otra voz, totalmente diferente.

—¿Y qué piensas hacer? No se despierta.

—Ahora verás.

Sentí cómo sumergían mi cabeza en un gran balde de agua, y mi mente despertó. Comencé a dar golpes con las manos a ningún lugar en concreto, intentando gritar sin ningún resultado, y pronto me sacaron del agua con un fuerte tirón. Cogí una gran bocanada de aire, mareado, y miré a las dos personas que había a mi lado. Una de ellas, un hombre gordinflón y con un espeso bigote, me tenía sujetado del cuello de la camisa y me miraba con algo de pena. El otro, mucho más joven y con un bigote menos poblado me observaba de reojo, casi a una distancia prudencial, como si fuera a encajarle una bala en el pecho en cualquier momento.

Parpadeé varias veces, observando ahora mi alrededor. Estábamos a las puertas de una pequeña casita de madera, y el balde de agua donde me habían sumergido era el bebedero de los caballos. Hice una mueca, y volví a mirar al gordo.

—¿Dónde estoy? —pregunté con una voz ronca.

—En Tombstone, amigo mío—contestó el hombre de forma jovial—. ¿Qué te trae por aquí?

—Vengo...—hice una pausa—. Vengo buscando a alguien.

El joven me miró, alzando las cejas, y se alejó un poco más de mí. El gordo, en cambio, esbozó una divertida sonrisa.

—Con que buscando a alguien, ¿eh?... —finalmente me soltó y me miró de hito en hito—. ¿A quién buscas? Tombstone es un buen pueblo, pero no creo que aquí encuentres a tu chica.

—No, no busco a una mujer.

—¿Un viejo amigo, entonces? —hice otra mueca.

—Tampoco creo que se le pueda llamar amigo...

Se quedó un momento en silencio, aguantando la respiración, y después soltó el aire de golpe.

—¿Una venganza? —siseó.

—Me gusta más llamarlo un ajuste de cuentas.

Su rostro perdió la sonrisa, mirándome de forma serie. Vaciló un poco en el sitio, dudando.

—Este pueblo no tiene sitio para más asesinos, ya tuvimos suficiente con el tiroteo en el O.K. Corral...—esta vez, habló al borde del enfado.

—No me quedaré mucho por aquí, no se preocupe por ello.

—Señor—el joven habló por primera vez—. Debemos irnos.

El del gran bigote no se molestó en dirigirle la mirada, aguantando aún la mía. Dio unos pasos hacia atrás y frunció el ceño.

—No quiero verle por aquí—dijo de forma seca—. Si le veo, aunque sea solo de lejos, tenga por seguro que avisaré al Sheriff Behan.

Recogí mi sombrero, que por alguna razón estaba en el suelo, y me lo coloqué con un gesto galante y una sonrisa divertida.

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