Cita a ciegas

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Negro.

No recuerdo cuando todo a mi alrededor se volvió completamente negro. La oscuridad, literalmente, me rodeaba por completo. Estaba perdida en un mar inmenso de sombras. Cada día me despertaba y veía un manto oscuro en mi retina.

"Vale, concéntrate Erin. ¿Dónde estás?" Palpé con algo de miedo a mi alrededor, notando la textura un poco rugosa de las sábanas. Después inspiré con esmero y percibía el ténue aroma de mi hogar. "Muy bien. Estás en casa, en tu habitación." Repasé el colchón hasta que encontraba el borde y me incorporaba posando mis pies en el helado suelo. Una débil brisa acarició mi cara, proveniente de la ventana de la derecha, seguramente abierta de par en par. Me puse en pie y me posé sobre la pared, repasándola suavemente con la yema de los dedos hasta encontrar el marco de la puerta.

—Toby, ven aquí—llamé mi perro guía y lo escuché trotar por el largo pasillo, jadeando ligeramente.

Cuando ya estaba lo suficientemente cerca su olor invadó mis fosas nasales y alargué el brazo para alcanzar su rígida correa. Ésta estaba fría, al igual que el suelo, y tenía un tacto suave y metálico.

—Toby, llévame al baño—oí su sutil gruñido—. Al baño—repetí ahora más lentamente.

El perro comenzó a tirar de mí, andando unos cuantos metros hasta que, al final, se detuvo y escuché como se sentaba en el suelo.

—Gracias—acaricié su áspero pelaje y estiré mi brazo hasta alcanzar el marco de la puerta del lavabo.

Entré y me desvestí, dejando el pijama encima de un pequeño taburete que había en la esquina izquierda. Palpé con mis manos la rugosa cortina de la ducha y tanteé hasta encontraba la grifería de la ducha.

"Izquierda caliente, derecha frío."

Giré un poco para la izquierda y luego subí la mano a la grifería que había justo encima.

"Izquierda apagado, derecha encendido."

Encendí la ducha y me aparté un poco, dejando que las heladas gotas pasaran sin rozar mi piel hasta que el agua se hubiera templado. No pasaba mucho hasta que notaba un ambiente más cálido y acerquaba mi mano. Comprobando que el agua, en efecto, estaba justo a la temperatura que la quería. 

Cerré mis inútiles ojos y metí la cabeza debajo del agua, dejando que esta me empapara poco a poco de arriba abajo. Sentí como repasaba todo mi cuerpo, eliminando gran parte del sudor de la noche. Tanteé por las suaves baldosas de la pared hasta que me topé con dos objetos de plástico.

"El grande para el cuerpo, el pequeño para el pelo."

Analicé la medida de uno y, después el del otro, comprobando que el que había cogido primero era el pequeño. Abrí el tapón con un poco de dificultad y vertí el frío gel sobre mi mano. Volví a dejar el bote sobre la pequeña superfície metálica en la pared y masajeé mi cabeza repetidas veces mientras el agua no paraba de caer sobre mi espalda. Eché mi enjabonado cabello hacia atrás y metí la cabeza bajo el agua de nuevo, eliminando la espuma. Una vez la cabeza estuvo totalmente limpia. Repasé la pared de la ducha hasta toparme con una base metálica y, allí, estaba la esponja. Cuando acabé de ducharme salí de la ducha con cuidado de no resvalar y alargué la mano hasta alcanzar una áspera y rugosa toalla. 

—Toby, ¿dónde está mi habitación?—escuché un gruñido de su parte, pero no era uno amenazador, sino simplemente para indicarme dónde estaba mi cuarto.

Caminé hacia él tanteando por las paredes.

Entré y me dirigí a mi izquierda, donde tenía el armario con la ropa. Me vestí sin mucha dificultad, me peiné con rapidez y fui hasta la puerta de entrada. Allí tenía un pequeño plato con el dinero y las llaves, pero las llaves no estaban.

—¿Me traes las llaves, Toby?

Lo oí trotar de nuevo y noté como algo frío y metálico rozaba mi pierna.

—Gracias cielo.

Cogí las llaves, acaricié su cabeza y abrí la puerta. Dejé que primero pasara él y luego salí yo, cerrando la puerta con llave. Caminé recta hasta palpar una superficie metálica y, buscando por los bordes, alcancé el botón para llamar al ascensor. Las puertas se abrieron con un tintineo y entré junto a Toby.

Pero notaba algo extraño en el ambiente.

—¿Estoy sola?

—Eh... no—escuché la voz de un chico bastante joven, seguramente adolescente.

—Oh, genial. Vamos al piso cero, ¿verdad?—me alegraba estar con gente.

—Sí.

—Bien.

Otra vez las puertas se abrieron y Toby me arrastró al exterior. Bajé por la rampa y salí del edificio.

Hacía muy buen clima, no notaba en el aire. El sonido de los coches invadía mis oídos y mi piel disfrutaba con el roce de la brisa.

—Vamos chico, tenemos que ir a desayunar—dije animada.

Toby soltó un ladrido y tironeó de mí por las calles de aquella ciudad hasta llegar a una conocida cafetería. Paró en seco, indicándome que ya habíamos llegado.

—¡Oh, hola Erin!—exclamó una voz a mi izquierda y posó una suave mano sobre mi hombro—. ¡Buenos días!

—Hola Linda. ¿Hay alguna mesa libre?

—¡Por supuesto!—me cogió del brazo—. Ven, yo te acompaño. ¡Vamos Toby!

Linda me guió por la cafetería hasta dejarme frente a la mesa libre. Tanteé para encontrar la silla y me senté en ella, dejando a Toby a mis pies.

—¿Te traigo lo de siempre?

—Sí, por favor.

—Perfecto—escuché cómo se alejaba.

Relajé el cuello que lo tenía un poco tenso y me dediqué a escuchar a mi ardededor. No había mucha gente, no hablando al menos. Los coches de la carretera se confundían ahora con el sonido de la cafetera y el tintineo de las cucharas contra las tazas de porcelana. Corría una suave y casi inexistente brisa, Linda debía de haber dejado la puerta de la entrada abierta.

—Aquí tienes, cielo—Linda interrumpió mis pensamientos, dejando algo sobre la mesa.

—Gracias.

—Madre mía...—exclamó.

—¿Qué pasa?

—Acaba de entrar un tío que está buenísimo—solté una pequeña sonrisa—. Es alto, metro ochenta aproximadamente diría yo. Tiene el pelo castaño, con un tupé. Sus ojos son claros, aunque no sé si verdes o azules... Viste como un motero, con una cazadora de cuero y unas botas.

—Gracias por la descripción—intenté no reírme.

—¡Ay, que viene!—oí como se alejaban sus pasos, apresurados.

—¿Está ocupada?—preguntó una voz grave, seguramente señalando alguna silla de la mesa.

—Tú dirás—sonreí y señalé a Toby.

—Oh vaya, lo siento muchísimo—negué con la cabeza—. ¿Puedo sentarme?

—Por supuesto—alargué mi mano—. Erin.

Me cogió la mano y nos dimos un apretón.

—Kay, encantado—sonreí.

A pesar de todo, no creáis que mi vida era tan mala.

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