Capítulo 2

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Cuando las luces volvieron a encenderse, aplaudimos a todos y cada uno de los actores que habían logrado llevarnos a algo parecido al éxtasis. Había cierto morbo aún en el ambiente y algo me decía que las parejas que hubiesen ido juntas al evento, no tardarían mucho en dejarse llevar por el deseo.

Respiré profundamente agradeciendo que todo hubiese terminado ya. Había sido una experiencia distinta, desde luego y no me arrepentía, pero la tensión en la que estaba en ese momento no iba a querer vivirla una vez más. Puede que fuese una puritana realmente, que todo aquello me quedase grande. Aún tenía demasiadas barreras en todo lo que tenía que ver con el universo de la sensualidad.

Me levanté y me dispuse a irme. Daniela se agarró a mi brazo y me guió hacia la puerta.

—¿Sabes? —dijo de pronto regalándome una sonrisa radiante—. Creo que tengo posibilidades con el guapetón que me sacó a bailar. ¿Tú qué piensas?

Puse los ojos en blanco porque la respuesta era evidente. Chico que quería, chico que tenía.

—Lo que no entiendo es cómo no te ha dado su número ya —bromeé.

—Darme su número no, pero me ha pedido que le esperase porque todo el elenco irá a celebrar este grandioso estreno en una pequeña fiesta privada —musitó mirándome de reojo.

—Vale, vale —suspiré buscando entre mis cosas el bono del metro—. Volveré a casa sola. No te preocupes. Pero tienes que contarme todos los detalles.

Puse su mano sobre la mía impidiéndome que mirase en el interior el bolso más tiempo.

—Vente conmigo, ¡anda! Me han invitado, pero a ti también porque eres mi acompañante y lo mismo conseguimos que uno de esos macizorros te haga aún más perfecta la noche. —Movió sus cejas intentando tentarme.

El problema es que, aunque imaginase alguno de esos rostros queriendo atraerme de alguna manera, sabía que no era nada más que un cuento de hadas. En fin, solo había que mirarme. Lo que menos hacía era atraer a dioses griegos, a hombres esculturales de los pies a la cabeza con sonrisas preciosas propios de esas novelas eróticas en las que te harían ver las estrellas con solo tocarte con un dedo. Eso no sucedía en mi mundo.

—No voy a estar de sujetavelas, Daniela.

—¡Qué no lo vas a estar! ¡Ten confianza en ti! Si yo tuviese esas tetas tendría a todos los tíos detrás. Así que saca pecho y pasa de esa —dijo señalando a mi cabeza con su dedo índice.

Me arrastraría con ella, lo sabía y, finalmente, tendría que volverme a casa en taxi porque ella se iría a su casa o a la de alguien a hacer a saber qué cosas. La odiaba en estos momentos cuando era tan insoportable que no se daba cuenta que mientras ella estuviese en la misma sala yo era invisible.

Acepté en silencio como se le dice que sí a cualquiera que quieres que esté contento y que se calle, antes de dejar que me guiase hasta donde fuese esa fiesta con todo el elenco. Solo esperaba que no fuesen tan intensos en la vida real o, probablemente, saldría corriendo de allí.

El local estaba lleno, pero uno de los chicos vestido de negro se había quedado fuera para esperar a Daniela seguramente. Cuando la vio le dio un abrazo y se trataron como si se conociesen de toda la vida. Me pregunté qué habían hecho durante ese baile para tener tantas confianzas.

—Esta es Sole —me presentó y le sonreí porque él tampoco se animó a darme dos besos ni nada por el estilo—, la amiga que te dije.

¿Cuánto habían podido hablar esos dos en el baile que habían compartido? Porque lo que menos se me ocurría a mí, cuando bailaba, era ponerme a hablar como si no hubiese un mañana, sentía que se perdía toda la magia.

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora