Capítulo 18

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—¿Puedo pasar? —preguntó ya que me había quedado estupefacta, pero asentí, me separé del hueco y él entró, respirando profundamente sin dirigirme siquiera una mirada.

Cerré la puerta detrás de él. Me di la vuelta encontrándole en mitad de mi sala de estar, algo que siempre había pensado que sería imposible. Todo vestido de negro formaba parte de un mundo muy diferente a mi mundo real. Era casi como si le hubiesen colocado allí por casualidad porque no pertenecíamos al mismo lugar, eso estaba claro.

—Verás, Sole, yo... venía a disculparme por lo que ha pasado hoy...

—Te quiero —dije de pronto dándome cuenta que en lugar de un pensamiento lo había dicho en voz alta.

—No, necesito que me escuches y... —Se paró de pronto igual que si hubiese comprendido al fin el peso de mis palabras—. Espera, ¿qué?

Podía haber empezado a mentir, pero me negué. Era innecesario y no era justo para mí misma.

—Que te quiero —repetí antes de coger aire para soltar todo lo que había estado conteniendo desde el momento en que le conocí—. Te quiero cuando ríes, cuando respiras, cuando miras. Te quiero como no he querido a nadie y tampoco sé ni cómo ni dónde ni porqué. Sé que no te conozco, sé que es una locura y también sé que no puede ser. Pero a mi corazón le ha parecido una idea maravillosa enamorarse de ti después de ese baile que tuvimos. Sentí una extraña conexión, algo que no me había pasado antes con nadie y por mucho que le dije a mi corazón que era una mala idea, él hizo oídos sordos y se enamoró. Sí, sé que no tiene sentido, que tan solo han sido un par de veces las que nos hemos visto, pero no he podido evitar adorar cada pequeño gesto tuyo. Esa forma en que te salen arruguitas cuando achinas los ojos porque sonríes, los vellos de tu bigote sobre el labio superior porque están demasiado largos, la sonrisa que asoma de dientes alineados cuando quieres hacerme sentir bien. Tu pelo revuelto y hecho un desastre. Tu aroma cuando estás lo suficientemente cerca y me das dos besos. La manera en que tu barba pincha contra mi piel cuando me los das. La suavidad de tus labios. El timbre de tu risa. La picardía en tu mirada cuando haces una broma. El timbre de tu voz.

»Y sé que no puede ser posible, lo sé. Sé que hay otra mujer en tu vida y que jamás vas a ser mío porque ni te merezco ni tampoco quiero darte el tiempo para que puedas conocerme del todo, para que eso pase —dije notando cómo las lágrimas se deslizaban por mis mejillas, pero eso no me impidió seguir hablando—. Porque sé que no tiene porqué pasar y eso es lo que más me asusta. Por eso quiero pedirte algo. Quiero pedirte que no volvamos a vernos, que no vengas a mi casa ni yo iré a buscarte, para que así pueda olvidarte en los brazos de alguien que sí me ve dentro de todo este amasijo de gente. Quiero olvidarte, quiero amar a otra persona, quiero poder entregarme en cuerpo y alma a la historia que no sea imposible, que esté al alcance de mi mano y que no me haga sufrir. Porque no quiero seguir viéndote tampoco en sueños, allí donde, aunque tampoco me besas ni me abrazas ni me correspondes, puedo distinguir ese amor que sigue sembrando esperanzas en mí, un amor que no puedo ver en tus ojos porque tan solo es producto de mi imaginación —expliqué antes de secar mis lágrimas con algo de virulencia—. Así que quiero darnos una oportunidad para que en un futuro, si nos volvemos a encontrar de manera fortuita, habiéndote yo olvidado, no tenga a mi corazón latiendo como un loco tan solo por tu presencia, sino que se alegre porque ha visto una cara conocida después de muchos años.

Pasé la lengua por mis labios antes de caminar hacia la puerta una vez más. No debería haber dicho todo eso, una parte de mí misma lo sabía y se lamentaba, pero él no había pronunciado palabra alguna porque yo misma le había dicho que conocía las circunstancias. Quizá fuese tan solo la sorpresa lo que no le había hecho reaccionar porque no había nada entre nosotros de ninguna clase, éramos amigos y la amistad, por el momento, era algo que podía llegar a destrozarme poco a poco así que no podía permitírmela.

Abrí la puerta, quedándome en silencio, en un intento porque Felipe comprendiese hasta qué punto había llegado la conversación y que no escucharía nada más. Ahora era egoísta, sí, miraba por mí y por el propio bienestar de mi corazón, pero tampoco podía hacer otra cosa. Me negaba a romper una familia o a que fuese él quien me alejase. ¿Qué otra reacción podía tener cuando estaba enamorado de su esposa?

Tardó un tiempo en reaccionar. Pude sentir su mirada sobre mí todo el tiempo. Mis ojos no dejaban de derramar lágrimas en un intento por controlar toda la vergüenza y el dolor que habían ido de la mano de ese desahogo de un corazón roto por un amor imposible.

Se acercó a mí, se quedó parado en la puerta unos segundos y después, desapareció sin decir una sola palabra.

Cerré la puerta de mi casa con las fuerzas que me quedaban y rompí a llorar contra la madera porque había sido lo más duro y humillante que había tenido que hacer en toda mi vida. Debía olvidarle, debía hacerlo pronto porque no era justo que perdiese mi oportunidad de ser feliz cuando era evidente que Fabrizio debía ser el hombre de mi vida. Felipe tan solo se había metido en mi interior como una maldita enfermedad.

Dije adiós contra aquella puerta, intentando borrar todo rastro de Felipe de mi ser. Él no había hecho nada y se lo había llevado todo consigo. No me había dado cuenta hasta qué punto estaba en problemas cuando él estaba presente y ahora, que lo sabía, debía centrarme tan solo en recomponerme. Fabrizio sanaría las heridas y volvería a ser la mujer que fui o, incluso, una mucho mejor. Sin embargo, ahora, derrotada y temblorosa, solo podía pensar en arrastrarme hasta la cama y llorar hasta quedarme sin lágrimas. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora