Vinieron a buscarme a casa. Ninguna de las veces les abrí. Aproveché que estarían ocupados o durmiendo, para mandar a un cerrajero de urgencia a casa y listo, no pudieron entrar en ningún momento. Golpes, súplicas. El teléfono fijo también desconectado y no pudieron dar conmigo. Me importaba poco si venía la policía, no quería hablar con nadie. Fueron a sus respectivos trabajos, al menos, eso fue lo que supiese. En su lugar, yo me quedé dentro de mi hogar, haciendo el mínimo ruido posible, llorando de vez en cuando y aferrándome al odio como única oportunidad. No quería escucharles, no quería que me explicasen nada; por eso, cuando volvían a la carga, me ponía los auriculares y escuchaba música para callar lo que dijesen a voz en grito con la llave de por medio.
Desistieron. Se centraron en el teléfono móvil. Cuando lo conecté, las llamadas se volvieron incesantes y después los mensajes. No respondí ninguno. No quería hacerlo. No se lo merecían. Tampoco los leí. Silencié el teléfono y di un plazo para colocarles en la la lista negra si no dejaban de incordiar. Esa misma noche, dejaron de llamar. Puede que entendiesen el mensaje, puede que aceptasen que no iba a hablarles, quizá su paciencia también había llegado a un límite, pero aunque sentí cierta paz, también noté miedo por ser tan insignificante para ellos como que hubiesen dejado de insistir tan solo en unas horas. Me enfermaba la idea de imaginarles juntos, pero con aquella visión, poco más podía hacer.
Fue entonces que volvieron a llamar. Quizá, esa sensación de indefensión fue lo que me hizo acercarme a la mirilla para ver quién era. No se trataba de Daniela ni de Fabrizio, sino que allí volvía a estar Felipe. Lo que menos tenía ahora mismo eran ganas de más problemas, pero pensé que, quizá en ese momento en el que estaba tan vulnerable, podía permitirme enterrar el hacha de guerra para así hablar pacíficamente con él. Habíamos sido amigos durante un par de días, ¿por qué no intentarlo ahora que sabía que estaba tan rota por dentro que no podía estar enamorada de él?
Abrí la puerta y cuando lo hice, Felipe me miró de una forma, pero pronto su expresión cambió por completo.
—Sole, ¿estás bien? —preguntó y negué comenzando a llorar de nuevo.
Él entró sin importarle que se lo permitiese o no, cerró la puerta tras de sí y me abrazó tan fuerte que sentí que quizá con la fuerza de sus brazos podía hacer presión en mi cuerpo para que todos mis pedazos rotos volviesen a formar una sola pieza.
—Así que les has visto besándose, ¿no? —preguntó manteniéndome apoyada en su hombro—. Pero tu amiga estaba borracha y tu... Fabrizio, ¿él también había bebido?
—Menos que Daniela, pero más que yo, sí...
—Quizá solo haya sido por estar borrachos, Sole.
Negué al escucharle y luego suspiré profundamente.
—Por favor, no hagas de abogado del diablo —pedí volviendo a llorar a moco tendido.
Por instinto, me atrajo a su cuerpo y me rodeó con sus brazos de nuevo intentando calmar mi llanto. Debía reconocer que aunque odiaba llorar delante de otras personas, era desde luego una liberación tener allí a Felipe, dándome su calor en ese abrazo.
—¿Sabes? Siempre me pregunto qué es lo que yo tengo de malo porque chico en el que me fijo, me sale rana —sollocé.
—No tienes nada de malo, Sole. El problema no eres tú. Nunca eres tú —susurró acariciando mi cabello.
Levanté mi mirada hacia su rostro y negué haciéndole saber que estaba equivocado.
—Entonces, sino soy yo, ¿por qué siempre tengo problemas en todas mis relaciones? ¿Por qué? ¿Es que tengo algo que os haga a los hombres saber que no se me tiene que amar o algo por el estilo?
Mi mirada se fijó en la suya que estaba pendiente de mis lágrimas. Podía ver que recorría el camino de las mismas y luego, volvía a mantener su atención puesta en mis ojos. Llevó su mano derecha a secarme las lágrimas con el pulgar y cuando lo logró, soltó un profundo suspiro porque volvieron a salir, ya que en mi interior, me dolía que no pudiese tener un tacto tan suave para mí, para nadie más.
—Yo no veo ese "algo" que tú dices que pueda alejarnos de ti.
Bajé la mirada intentando encontrar alguna explicación. Sabía que él lo decía porque estaba siendo amable, porque él tenía esposa y estaba enamorado de ella. Por eso también sabía que aquel beso que me había dado debía haber sido solamente una ensoñación, porque él no era así.
—Me gustaría tener la misma suerte que tu mujer, ¿sabes? —Me sequé las lágrimas con un pañuelo que estaba hecho un gurruño—. Tener un hombre como tú, tan bueno, tan dulce, que me quiera por encima de todas las cosas en este mundo. ¿Es tan difícil?
Su silencio provocó que volviese a fijar mi mirada en él. Él negó despacio y acarició mi cabello con sus dedos.
—No tiene tanta suerte, créeme.
—Ya, ya sé que no puedes ser el hombre perfecto o algo parecido —dije rodando los ojos y resoplando—. Pero la quieres, eres incondicional, habéis tenido una hija...
—No lo decía por eso, Sole. —Su expresión se había enturbiado como si hubiese dicho algo demasiado malo, incluso, doloroso para él.
Quizá debía haber sido mucho más prudente, pero la curiosidad me pudo.
—¿Por qué lo dices?
—Un hombre como tú describes no besa a otra mujer —explicó de un modo que parecía evidente.
La sorpresa fue tal, que levanté las cejas por instinto.
—¿Tienes una aventura? ¿Tú?
—Sole, ¿me estás tomando el pelo? —resopló antes de pasarse una mano por la cara—. Te besé a ti, aquí, el otro día. ¿No te acuerdas?
Parpadeé varias veces y luego negué. Negué y solté una risa antes de volver a negar.
—No, no es cierto. Tú te fuiste y yo soñé que me dabas un beso, eso es la verdad. No sería la primera vez que lo soñase, pero lo soñé... Tú no...
—Yo sí, Sole, yo te besé. No fue ningún sueño ni nada por el estilo. Me abriste la puerta, te pusiste a buscar lo que fuese y cuando te diste la vuelta, te besé —dijo con un rostro que parecía estar luchando por ver qué emoción era la que correspondía expresar en ese momento.
Mi corazón empezó a latir a mil por hora. Lo que yo había creído falso había sido tan cierto como el hecho de que estaba respirando en ese mismo momento. Sin embargo, si Felipe era capaz de hacerle algo así a su esposa, ¿qué posibilidades tenía yo de encontrar un amor firme? Sus ojos no dejaban de contemplarme y me sentía entre sucia y atraída. Quería saber si volviendo a besarle volvería a sentir lo mismo que había sentido en ese beso, pero el recuerdo de Daniela y Fabrizio logró alejar de mí las ganas de ser prudente. Estaba despechada, cansada y con ganas de sentir algo que fuese un mínimo de cariño. El único problema es que si me acercaba a él, él saldría huyendo porque había podido ver fácilmente la culpa en sus ojos.
—No pasa nada porque tú no sentiste nada —dije rápidamente antes de volver a colocarme en su hombro buscando dejar zanjado ese tema.
Sin embargo, en lugar de una afirmación, lo único que recibí como respuesta fue un incómodo silencio.
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Por accidente
RomanceSole no es la misma que era. Después de su ruptura se niega a intentar vivir la vida, pero tiene a Daniela a su lado, una chica que se niega a aceptar que su amiga se hunda en la miseria. Así que usa su influencia para sacarla de su zona de confort...