Capítulo 8

1 0 0
                                    

Daniela se me había quedado mirando, sorprendida, por ese beso; pero a Fabrizio le había dado alas para acercarse más, para buscar más. Probablemente no era el hombre de mi vida, pero no era esa la meta a la que tenía que llegar. Hoy debía buscar algo diferente a lo que estaba acostumbrada. Lo que ansiaba era tener nuevas experiencias y liberarme. Pensar en el amor volvería a sumirme en la misma dinámica que antes. Solo tenía que ser consciente de hasta dónde estaba dispuesta a llegar porque un no es un no siempre.

Una nueva melodía empezó o eso creía ya que había llegado un momento en que todas las canciones me parecían iguales. No distinguía bien los ritmos y no sabía quién era el cantante.

Fabrizio no quitaba sus manos de mi cuerpo y pensé que quizá le había hecho creer más de lo que realmente iba a poder conseguir de mí. Sus ojos eran ardientes, sus manos calientes no me desagradaban y físicamente era guapo donde los hubiese. Mordí mi labio inferior pensando y después, me dije a mí misma que no había venido aquí a pensar y mucho menos a perder oportunidades de ninguna clase. ¿Iba a acostarme con ella en la primera noche que nos conocíamos? No, pero se podían hacer muchas cosas si uno quería experimentar.

Así que, en cuanto recuperé la consciencia de la realidad, sonreí y seguí bailando varias canciones más para olvidarme de la existencia del mundo entre los brazos de Fabrizio.

—¡Sí que sabes bailar bien! —dijo mi pareja de pista cuando nos alejamos de la misma y fuimos a por algo de bebida.

Sonreí encogiéndome de hombros y fingiendo que estaba acostumbrada a que me dijesen esas cosas cuando probablemente había sido el primer hombre si no contaba a Felipe. Me negué a pensar en él. Tan solo recordándome la palabra boda, desapareció pronto de mis pensamientos. Así que, me centré en el hombre que había optado por regalarme toda su atención en ese momento.

—Siempre me ha gustado bailar. Me ha dado mucha vergüenza, pero bueno, un día es un día, ¿no?

Él me dedicó una amplia sonrisa y asintió dándome la razón.

—La verdad es que cuando Daniela nos dijo que vendrías, pensé que te quedarías en un asiento y mirarías a todo el mundo como si el lugar no fuese para ti. No me malinterpretes, pero cuando te vi la primera vez hace un par de años, me diste la impresión de ser muy tímida —dijo acercándose a mi oído porque sino era más que imposible escucharse.

—Probablemente lo hubiese hecho, no te diría que no. Pero hoy no quiero ser la misma chica de siempre.

Con tan solo uno de sus dedos apartó un mechón que caía sobre la mejilla que tenía más cerca de él. Mis ojos se encontraron con los suyos y luego sonrió como si hubiese visto algo que le gustase.

—La verdad es que a mí me hubiese gustado conocer a esa Sole también.

Le miré sorprendida porque otra cosa no, pero no estaba acostumbrada a llamar la atención de ninguna manera y menos siendo como era. Así que, en ese momento tuve que pensar si estaba bromeando, pero su expresión no lo indicaba de ese modo. ¿Sería por ese beso? Quizá era la fachada de ahora la que había logrado atraerle de verdad. No tenía que pensar en tonterías.

—Quizá. Nunca se sabe —bromeé antes de encogerme de hombros una vez más.

Finalmente el camarero nos atendió y pedimos una bebida para cada uno. Las preparó con toda la atención posible, pero dio tiempo para que un empujón me desestabilizase y me mandase contra Fabrizio. Las personas perdían todos los modales cuando se trataba de esos momentos de aglomeración. Estar en la barra de una discoteca era precisamente eso, un montón de personas luchando por ser atendidas cuanto antes y algunas perdían fácilmente la paciencia.

—¡Ten cuidado! —gritó Fabrizio a quien me había empujado y después se puso detrás de mí para protegerme con sus brazos de cualquier choque, como si él fuese algo parecido al ser más fuerte del mundo.

Sin embargo, tenía que reconocer que estar de ese modo me gustaba. Él era lo bastante agradable para estar causándome mejor impresión que todos los demás que no habían perdido el tiempo en mi compañía, sino buscando alguien con quien poder sudar aquella noche.

Me permití tomarme ciertas confianzas y apoyar mi cabeza en su hombro mientras esperábamos. Él rio, pero no se quitó. Así que, después, me puse a bailar al ritmo de la melodía en ese pequeño hueco que aún permitían sus brazos. Su calor me invadía en una atmósfera lo bastante agradable como para que me sintiese libre de hacer lo que quisiese.

—¿Te lo pasas bien?

Di media vuelta dejando la barra a mi espalda y asentí con una gran sonrisa en los labios. Él me regaló otra similar y simplemente se quedó mirándome, como si no hubiese nada mejor que hacer en el mundo que eso. Acortó la distancia entre nuestros cuerpos, pero jamás separó las manos de la barra.

Aspiré su fragancia y me di cuenta de que olía de maravilla. Sus músculos se marcaban bajo la camisa y pocas cosas en el mundo podían ser más atractivas en ese momento para mí. Era el contraste ese blanco brillante de la tela, con ese calor que emanaba de su cuerpo. Y si hubiese sido de esas personas que se dejaban llevar por la emoción del momento, hubiese terminado cediendo a un deseo que alimentaba la música sensual que ahora estaba sonando de los altavoces, pero no era nada más que una burbuja que se volvía densa y exquisita.

Un golpe en mi brazo me hizo darme la vuelta. El camarero, con amabilidad, nos estaba diciendo que las bebidas ya estaban listas. Cogí ambas y le entregué a Fabrizio la suya fingiendo que no había pasado nada entre nosotros. Mis labios buscaron el frescor del vaso y del líquido en la copa para no pensar en nada más que no fuese en bajar la temperatura que podría haberme llevado a cometer una locura, la mayor de mi vida.

Regresamos junto al resto del grupo y permanecimos el resto de la velada entre bailes, bebidas y jugando con el poder de las palabras y las miradas mientras Fabrizio me protegía del resto de los presentes como si hubiese descubierto en mí algo que le gustase lo bastante como para no dejar que se aprovechasen del alcohol en mis venas. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora