Después de unos cuantos besos, Fabrizio me pidió una cita. Me había asegurado que quería hacer las cosas bien, que ya nos habíamos saltado unos cuantos pasos previos y que quería intentar conocerme un poco más antes de que nos dejásemos llevar por la pasión de nuevo. Quizá aquello podía haber sido como un insulto o una patada, podía habérmelo tomado de ese modo, pero lo vi como algo bonito, incluso romántico. ¿Quién en su sano juicio que puede tener lo que quiere de una mujer lo dejaría a un lado tan solo por conocerla? Había otra posibilidad y era que no le gustase ni lo más mínimo la experiencia que habíamos tenido en aquel coche, pero sus besos no me decían lo mismo. Estaban cargados de deseo cuando pasaban los minutos, cuando se hacía casi imposible parar y ambos teníamos que hacerlo con toda nuestra fuerza de voluntad.
Me gustaba la idea de poder tener una relación tan bonita. De hecho, aunque me hubiese gustado poder seguir con ese ritmo frenético que habíamos empezado. Sin embargo, ahora no podía ni quería negarme esa posibilidad. Era como el cuento de hadas que siempre había querido vivir y que mi ex me había hecho creer que estaba viviendo. En realidad, yo había querido mentirme a mí misma fingiendo que todo era hermoso cuando no lo había sido en ningún momento.
—Así que una cita, ¿eh? —preguntó Daniela desde el otro lado del teléfono.
—Eso mismo podía decirte yo porque creo que vas a tener una nueva cita con ese donjuán que no quiso terminar en tu cama. —Sonreí sin poder evitarlo ya que me hacía extraordinariamente feliz que ella hubiese encontrado al fin a un chico que la tratase como se merecía.
—Ya veo que las noticias vuelan.
—Tienes unos amigos un poco cotillas.
No parecía molesta, ni mucho menos. Su tono de voz era incluso alegre. No era como si se pasase el día enfadada, pero debía reconocer que ahora se la veía ilusionada, algo que nadie había logrado jamás.
—¿Te imaginas? Que ambas terminásemos encontrando a los hombres perfectos sin esperarlo...
Mordí mi labio inferior intentando pensar en ella, en lo que debía ser su hombre perfecto. Luego, me imaginé a mí misma conociéndolo, que Fabrizio y él se llevasen bien y que todo terminase igual que en esos cuentos de hadas que nos habían metido a presión desde que teníamos uso de razón.
—Quizá sería lo mejor que pudiera pasarnos. Que por una vez ambas fuésemos completamente felices en el amor.
Después de una conversación sensiblona. Estaba lista para volver a salir con Fabrizio. Me había dicho que tenía todo preparado para nosotros, por lo que solamente tenía que vestirme y no pensar en nada más. La idea no me desagradaba y las sorpresas me gustaban, principalmente las que provenían de él, así que, no debía pensar en otra cosa que no fuese pasarlo en grande a su lado.
Por eso, esperaba ansiosa el momento en que tocase la puerta e hiciese que mi corazón latiese como un colibrí al saber que estaba al otro lado. Eso era lo que se debía sentir en el amor. Me alegró comprobar que era así, que me ponía nerviosa y me ilusionaba saber que Fabrizio estaba al otro lado de la puerta.
Abrí y sus ojos demostraron una gran alegría que dejó escapar en esa sonrisa capaz de mover montañas si quisiese.
—Estás... impresionante.
Bajé mi mirada a mi ropa y negué porque no tenía nada demasiado exagerado. Unos pantalones negros y una blusa de color coral había sido mi elección aquella noche. Había un poco de escote, pero no demasiado. Iba bastante sencilla en comparación con él que podría hacer temblar sobre sus tacones a todas las mujeres de la alfombra roja. Pantalones de vestir que iban a juego con un chaleco además de una corbata azul. Suspiré dándome cuenta que no podía estar más irresistible y él era el que decía que yo estaba impresionante.
—¿Podemos irnos? —preguntó cuando no recibió respuesta alguna de mi parte y me di cuenta que me había quedado mirándole como si fuese medio boba.
—Sí, sí... perdona.. yo...
Fabrizio se inclinó hacia delante, cogió mi mentón entre sus dedos y elevando mi rostro para que pudiese verme mejor. Su boca se encontró con la mía y rozó con sutileza mis labios dejándome temblorosa tan solo por el trato que me estaba dando. Después me besó, me besó como uno lo hace cuando extraña a alguien durante el tiempo que no está, cuando la ausencia no se soporta, cuando se necesita a la persona que se tiene enfrente.
Apoyé mi mano sobre su mejilla y correspondí aquel beso en un intento por olvidarme hasta de mi mismo nombre.
—¿Vamos? —susurró contra mis labios y asentí como una autómata.
Di media vuelta tan solo para cerrar la puerta y mordiendo mi labio inferior me recordé que debía mantener todo el control pese a que una parte de mí ansiaba entrar en esa casa y terminar lo que habíamos empezado por la noche en mi cama cuando se quedó a dormir.
—Ya está.
Me llevó a un restaurante. Un lugar que no era tan fino como para no permitir que nadie entrase sin ir de etiqueta, pero que se podía distinguir que costaría lo suyo pagar el precio final de semejante factura que nos entregarían.
—Pero, Fabrizio, ¿aquí? —pregunté sorprendida mirando todo el local como si perteneciésemos a mundos diferentes.
—Aquí. ¿No te gusta? —Distinguí el ligero temor en su voz cuando pronunció esas palabras y rápidamente negué para que no pensase que me refería a eso.
—Oh, no, no, por favor. Es maravilloso, en serio. Es... es yo creo el lugar más elegante en el que he estado nunca. Claro que me gusta —dije con una sonrisa en mis labios que causó la propia.
—Entonces, no pienses en nada más. Solo en qué vas a pedir para cenar.
Acepté un poco a regañadientes antes de seguirle por el salón. Nos sentamos en una mesa que tenía un cartel de reservado. No sabía si aquello iba así, pero cuando un camarero se acercó a nosotros, Fabrizio le dio un papel y él no dijo nada más, quitó el cartel, nos dejó dos cartas para viésemos los platos que tenían en el menú antes de marcharse para dejarnos a solas.
Todos los platos que estaban escritos allí tenían nombres un tanto diferentes a lo que estaba acostumbrada. Había cosas que no sabía ni tan siquiera qué era lo que llevaban. Por ejemplo, jamás había sabido qué tenía dentro una quiche o como se llamasen. Fuese como fuese, siempre estaban los platos de siempre a los que acudir y que uno sabía que gustaban seguro. Era como las madres cuando debían hacer las cenas a sus hijos. La pasta y los empanados siempre triunfaban.
—¿Me dejarías pedir por ti? —preguntó mirándome por encima de la carta.
Mordí mi labio inferior y asentí ligeramente aceptando que lo hiciese. No sabía porqué negarme a una experiencia nueva más si, desde luego, todo aquello estaba siendo nuevo para mí en todo el sentido de la palabra. Ya había hecho cosas que jamás hubiese imaginado en su compañía, me permitiría una más.
—Perfecto —dijo antes de llamar al camarero con una elegancia que me hizo saber que él estaba más que acostumbrado a todo ese mundo tan alejado del mío lleno de restaurantes de comida rápida.
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Por accidente
Lãng mạnSole no es la misma que era. Después de su ruptura se niega a intentar vivir la vida, pero tiene a Daniela a su lado, una chica que se niega a aceptar que su amiga se hunda en la miseria. Así que usa su influencia para sacarla de su zona de confort...