Al día siguiente ni tan siquiera sabía cómo sentirme. El corazón me dolía, sentía que a duras penas podía comer, caminar, sentir. Tenía que obligarme a ser algo más que un despejo porque el trabajo era lo primero, pero no podía ver a Aurora y no acordarme de Felipe. Me abracé a la almohada suplicando en todos los idiomas habidos y por haber, a cualquiera que estuviese allí arriba, que me dejase vivir, tan solo un poco, ya que había sentido demasiado dolor en demasiado poco tiempo.
Tenía ganas de llorar de nuevo. Me sentía estúpida por haber caído en la horrible trampa del amor que me había obligado a negarme una y mil veces. Me había asegurado a mí misma que la única persona que llegaría a enamorarme sería el hombre de mi vida y ahora empezaba a alucinar sintiendo algo imposible por alguien que estaba casado. Había hecho algo egoísta, mucho y quizá fuese lo mejor que pudiese hacer en ese momento. No quería enfrentarme a la realidad, solo dejar de pensar, lejos, olvidada, sin que nadie tuviese que recordarme lo que tenía que hacer.
Estaba delirando, eso estaba claro. Palpé en mi mesilla y busqué el termómetro con la esperanza de tener una mínima excusa para así no ir a trabajar. Si había fiebre de por medio podría quedarme en casa aunque tuviese que lidiar con Daniela.
Después de haber rezado a todas las posibles deidades, me quité el termómetro y comprobé que tenía fiebre. Puede que ese fuese el verdadero motivo por el que me sentía tan mal, que no hubiese ninguna otra explicación salvo una enfermedad, que aquello no fuese un corazón sangrante.
Llamé al colegio y les expliqué la situación. Sabiendo que tenía fiebre, era un día de quedarse en cama necesario, más que nada porque todos los niños podían pillarlo ya que en una clase como las de infantil no se conocían distancia de seguridad mínimas. La cantidad de resfriados que había terminado padeciendo por estar limpiando mocos ajenos había sido bastante grande.
Me quedé en la cama sin ganas de levantarme. No tenía hambre ni sed, así que no me iba a tomar tampoco el antitérmico, solo quería dormir hasta que las horas pasasen y hubiese podido olvidar todo lo que ocurrió en mi propio salón el día anterior. No pedía demasiado.
Al mediodía, el teléfono comenzó a sonar. Me había vuelto a quedar dormida. Miré la pantalla y comprobé que era Fabrizio. No tenía muchas ganas de saber de él tampoco, pero no era su culpa nada de lo que había pasado, así que, descolgué.
—Hola, guapísima. ¿Cómo estás?
Su manera de pronunciar cada palabra igual que si estuviese haciéndole una oda de amor puro, era casi mágica.
—Enferma —susurré dándome cuenta que no habría sido mala idea beber algo de agua porque me había salido una voz varios tonos más grave.
—Ya te oigo, ya... ¿Estás resfriada?
—No sé. Me he puesto el termómetro esta mañana y tenía fiebre, así que he llamado al trabajo para decirles que no iría —expliqué lo poco que sabía de mi propio malestar.
—¿Fiebre? ¿Te has tomado algo? —Pude distinguir algo de preocupación en su voz y eso me derritió por completo.
—Sí, tranquilo —mentí—. Se me pasará.
—Dime, Sole, tú vives sola, ¿verdad? —preguntó moviéndose porque el ruido de lo que fuera que estuviesen haciendo en ese taller estaba empezando a ser menos fuerte.
—Sí. ¿Por?
—Por nada, por nada. Descansa, ¿vale? Te llamaré en un rato para saber cómo sigues —comentó antes de colgar.
Miré el teléfono confusa y después, lo dejé nuevamente sobre la mesilla. Me di media vuelta en la cama intentando pensar tan solo en la dulzura de Fabrizio al preocuparse por mí, pero de nuevo se cruzó en mi mente el rostro de Felipe cuando le dije toda la verdad, logrando perturbarme de nuevo. Tenía ganas hasta de vomitar.
Me escondí bajos las sábanas porque no quería volver a saber del mundo, pero me costaba muchísimo que mi cabeza no dejase de pensar, de procesar, de hacerme ver el mundo aún más negro de como realmente era. Odiaba a mi mente en esas situaciones porque no me resultaba beneficiosa de ningún modo. Todo era enfermizo, difícil, imposible a decir verdad. Me asfixiaba y me iba quedando sin aire a pasos agigantados porque, a menudo, era más fuerte que yo.
Tan solo lograba dominarla cuando me centraba en las sábanas, en su calor y volvía a dormirme olvidándome de la existencia del planeta.
Echa un ovillito, me despertó el timbre de la puerta. Debía ser Daniela. No sabía el tiempo que había pasado, pero sabía que iba a parecer en el transcurso del día ya que me tenía que contar todo lo que había pasado en su cita. Me lo debía. Solo esperaba que el chico no la dejase plantada por llegar un poco tarde, al fin y al cabo, había cancelado la cita antes por mi culpa.
Me levanté y me arrastré hasta la misma puerta. La abrí y me di media vuelta sin tan siquiera mirar quién era. Nadie venía a visitarme, así que si no era Daniela, lo peor que me podía pasar es que me terminasen robando y no me había planteado esa posibilidad aún.
—¿Sole?
Me giré al escuchar la voz de Fabrizio allí. No podía creer que estuviese en mi piso. ¿Por qué? Le había dicho que estaba enferma y pese a todo, allí estaba el guapísimo mecánico florentino cerrando la puerta de mi casa con una bolsa en la mano.
—¿Fabrizio?
—¿Cómo estás? —preguntó acercándose a mí con el rostro demostrando que su preocupación era genuina.
—Bien, no te preocupes —dije quitándole importancia ya que lo que menos deseaba era estar allí con Fabrizio cuando la gran parte de mi malestar era por culpa de otro hombre—. ¿Qué haces aquí?
Se acercó y puso una mano en mi frente estando mucho más dispuesto a hacer lo que debiese como cuidador que otra cosa.
—Cuando supe que vivías sola, también supe que estarías sola en este momento y me niego rotundamente a que estés enferma y nadie te cuide ni lo más mínimo —dijo antes de inclinarse y tomarme en brazos—. Tienes fiebre. Dime dónde está tu cuarto.
No podía creerme que ese hombre fuese real. Daba igual que pareciese que acababa de salir de un anuncio de alguna marquesina, estaba allí, cogiéndome en brazos y tratándome como si todo lo demás no fuese mucho más importante que mi bienestar.
Señalé hacia el pasillo y él me llevó en volandas. Me dejó en la cama y cubriéndome con las sábanas, fijó su mirada en mis ojos.
—¿Hace cuanto que te tomaste el antitérmico? —preguntó logrando que recordase que le había dicho que lo había tomado.
—No sé, cuando me desperté por la mañana —volví a mentir y él centró su atención al reloj.
—Vale, han pasado las horas y hace tiempo. ¿Has comido algo?
Negué y me hice un ovillo bajo las sábanas.
—Voy a prepararte una sopa, luego te doy el antitérmico. Esperemos que así te baje la fiebre un poco, ¿vale? —dijo con una sonrisa de esas tranquilizadoras, pero que en ese momento no lograban hacerme sentir mejor.
Su mano acarició mi mejilla y agradecí tanto el contacto de su piel contra la mía. Alguien me había mandado a ese hombre para que curase todas mis heridas, eso era seguro. Quizá, de ese modo, mi estúpido corazón se diese cuenta que se había confundido por completo porque nadie se merecía más mi amor que el florentino.
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Por accidente
RomanceSole no es la misma que era. Después de su ruptura se niega a intentar vivir la vida, pero tiene a Daniela a su lado, una chica que se niega a aceptar que su amiga se hunda en la miseria. Así que usa su influencia para sacarla de su zona de confort...