Capítulo 3

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Felipe había resultado ser un chico muy agradable. Nos habíamos sentado en un extremo y me había contado cómo había sido para él la experiencia de toda esa obra y su propia opinión sobre la misma.

—Jamás había hecho algo así.

—Pues se te veía bastante desenvuelto —admití en voz alta y mordí mi labio inferior pensando que había vuelto a liarla.

—¿En serio? —soltó una gran carcajada—. Hasta esta obra nunca había experimentado tan detalladamente todas las posibilidades que concede el sexo, ¿sabes? En fin, no era de los que no salen de la postura del misionero, pero tampoco era un experto en la materia. Con todos los ensayos, con los textos... Cada día vamos a llevar una experiencia diferente al escenario, así que probamos cosas nuevas que el mismo director nos da para que nos familiaricemos con ellas a la hora de tener que explicar sobre el escenario o usarlas —explicó sin dejar de mirarme a los ojos—. Así que, digamos que ha sido un cursillo intensivo y lo va a seguir siendo.

Bajé la mirada a mi mojito con varias preguntas en la cabeza que me negué a pronunciar.

—Creo que a mí no me vendría nada mal esa clase de cursillos. Mi última pareja me dijo que era una frígida, así que seguramente merecería la pena que tuviese más conocimientos. —Di un sorbo a mi bebida inmediatamente como si eso fuese a lograr esconderme de todo aquel que hubiese oído mis palabras.

—Vaya, pues menudo idiota es tu ex.

Le miré sorprendida y él me regaló una nueva sonrisa.

—Si eras frígida seguramente es que él no tenía que estar haciendo las cosas bien tampoco. El sexo es conocerse y amarse a uno mismo, es cierto. Hay que permitirse disfrutar, pero cuando lo practicas con alguien debe haber también una conexión. Al menos, al principio. No sé, sentirse más seguro, sentir que no pasa nada hagas lo que hagas o que nadie se va a enfadar... —Dejó su bebida sobre la mesa y continuó—. Yo creía que tenía que hacerlo bien, que no debía defraudar a la otra persona y que debía saberlo todo, completamente todo. Donde tocar, cómo hacerla sentir... Por suerte, más adelante descubrí que cada persona es un mundo y que lo que a mí me excita a ti no y no solo por ser mujer, sino porque eres diferente, tu cuerpo es distinto y al igual que tu mente necesita encontrar sus propios estímulos. Hay que aprender a excitar como a excitarnos.

Tenía una manera de decir las cosas que parecía sentir como todo el peso de esa palabra horrible que me había estado acompañando desde que salió de las palabras de mi expareja, desaparecía poco a poco para no ser nada más que un pequeño obstáculo en mi vida. Yo no era eso, simplemente debía experimentar, debía encontrar esa libertad que parecía que Felipe había encontrado sin ningún problema.

—De todos modos, cada uno tiene su propia manera de verlo, ¿no? En fin... hay hombres que veis todo erótico y yo, por ejemplo, aunque me excito, quiero que haya romanticismo —repuse comprendiendo que probablemente estaba chapada a la antigua para todo aquel mundo que liberaba grandes tabúes del sexo.

—Entonces, puede que lo que necesites sea a alguien del que te enamores y que, después, quiera experimentar todo lo que ambos deseéis.

Me acarició suavemente el brazo y volvió a sonreírme como si me estuviese animando de algún modo. ¿Por qué parecía tan sencillo hablar con él? Por instinto, miré sus manos dándome cuenta que no había ni una sola alianza en su dedo. No era como si pudiese haber algo entre nosotros porque no iba a fijarse de ese modo jamás en mí, estaba claro que había cruzado la línea de la zona de la amistad, pero nunca me había gustado sentirme demasiado ligada a un hombre casado por temor a lo que mi corazón pudiese llegar a sufrir.

Negué para mí misma. No iba a enamorarme de él ni nada por el estilo. Así que, solamente debía centrarme en esa conversación porque, en cuanto la fiesta terminase, ambos dejaríamos de vernos y no nos volveríamos a encontrar.

—¿Eres de aquí? —pregunté intentando alejarme del tema sexo.

—No. Soy extranjero. Nací en Argentina y ahora resido aquí, en España. ¿Y tú?

—Española de pura cepa —reí un poco por mi propio chiste—. Tampoco he salido demasiado del país. He visitado a algunos familiares que están en el extranjero viviendo, en Francia, pero no mucho más.

—¿Y te gustaría ver mundo? No sé, meter toda tu vida en un par de maletas y recorrer distintas ciudades como una especie de locura...

—Mmmm suena interesante —admití arrugando mi nariz mientras pensaba—, pero no algo que pudiese hacer yo. No soy muy valiente en ese sentido. Es más, Daniela suele sacarme a regañadientes a los sitios más aventureros, como este.

—¿Y por qué? ¿Qué te da miedo de lo que pueda pasar?

Relamí mis labios intentando encontrar la respuesta adecuada a esa pregunta.

—Exponerme al mundo —dije finalmente en voz baja.

Dos horas más tarde estaba en mi casa. Me dolían los pies. Había tenido que pedir un taxi y aunque Daniela me había asegurado que me lo iba a pagar, sabía que se le olvidaría. Ella había triunfado, se había ido con Mikel al apartamento de él y solo rezaba para que no fuese un degenerado y terminase viendo que habían encontrado su cuerpo descuartizado en alguna cuneta. Cuando hacía esas cosas solía pasar mala noche y me tranquilizaba únicamente cuando la veía, cuando volvía a hablar conmigo y sabía que estaba perfectamente.

Me quité los zapatos y los dejé en el suelo de cualquier manera. Me quité también la ropa que olía a alcohol, a antro cerrado y a sudor, ese sudor de excitación que había tenido durante toda la obra porque ni yo misma me había dado cuenta de lo mucho que había llegado a experimentar sin que me tocasen siquiera.

Fui hacia el baño y me lavé los dientes a conciencia porque odiaba tener ese aliento a alcohol rancio al despertar al día siguiente. Me puse una coleta y me aventuré a mirar mi cuerpo en el espejo. No era perfecto como el de aquellas diosas, ni mucho menos. Esas mujeres habían demostrado que tener un cuerpo delgado y curvilíneo era lo que se necesitaba para lucir apetecible para cualquier persona llevando esos conjuntos de lencería sugerentes. Yo ni tan siquiera desnuda podía ver ningún rastro de erotismo en mí misma.

Me puse el pijama y cuando terminé, recogí mi ropa y el bolso. Tenía algo de hambre así que caería un tentempié a esas horas que, en cuanto pasé por el microondas, me di cuenta que eran nada más y nada menos que las tres de la madrugada. Al día siguiente me iba a arrepentir de eso.

Un bollito de chocolate y cerrando el frigorífico con culpa, caminé descalza hasta mi habitación. Me tumbé en la cama y observé el techo mordiendo ese dulce. Respiré con pesadez, como si hubiese algo que me estuviese reconcomiendo, pero era un pensamiento al que me resultaba imposible llegar. Escondido en algún lugar de mi mente lo único que hacía era lograr mi ansiedad y mi malestar.

Ni tan siquiera la cama era un bálsamo para toda esa ansiedad acumulada. Intenté pensar en todo lo que había experimentado aquella noche, pero tan solo podía recordar ese baile, la manera en que Felipe había sido más cariñoso conmigo que todas las personas que había conocido en mucho tiempo.

Respiré profundamente y luego, me giré en la cama para rebuscar entre las cosas de mi bolso dando con mi teléfono. Miré la pantalla. La noche había dado para tanto que nos habíamos sacado una foto y, ahora, tenía el número de Felipe entre mis contactos. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora