—Pero, ¿se puede saber que coño te pasa? —preguntó levantándose de mi regazo y asesinándome miles de veces con la mirada—. Dime que hay una explicación, porque como no la haya te voy a estar dando puntapiés hasta el día de tu muerte.
Sabía que Daniela estaba mal, así que no iba a ponerme a discutir con ella y mandarla al diablo tal y como me había apetecido hacer, porque no era justo para ninguna de las dos. Intenté mantener la compostura y tan solo levanté una de mis cejas en silencio esperando a que se le pasase aquel ramalazo de ira que la había azotado por dentro logrando que yo me llevase una guantada en forma de malas maneras.
—Vale, lo sé, pero explica porque de momento no te has ganado que te pida perdón ni mucho menos —añadió cruzándose de brazos y dispuesta a escuchar lo que tenía que contarle.
Tras explicarle todo con lujo de detalles, se derrumbó y pasó sus manos por su cara antes de mirarme entre los dedos.
—Te entiendo, en cierto sentido, en otro no. Pero si era tu forma de intentar alejarle de ti, vale. Lo que no entiendo es qué es lo que pasa con ese tío —dijo frunciendo el ceño y quitándose las manos de la cara.
—Ya te conté todo lo que pasó y empiezo a creer que está un poco mal de la cabeza.
—Pues yo empiezo a creer que le gustas, Sole. Es el típico y estúpido comportamiento de un hombre celoso.
Negué antes de poner mi pierna en alto. Era imposible que fuese esa opción.
—Ya, ya sé que crees que es imposible. Pero, piénsalo bien. No sería el primer ni el último hombre que le gustase una mujer estando casado o teniendo una relación formal —dijo con una muesca de asco propia de sus experiencias previas.
Sabía que Daniela no era una mujer que se dejase llevar por las leyes de la ética. De hecho, en varias ocasiones, había sido ella quien había sido la otra durante una noche y le había importado bien poco. Sabía que era diferente en ese caso porque ella sí había sentido cosas por aquel chico, el resto, la misma basura de tiempo que usaba y tiraba a la papelera.
—Mira, da igual. Puede sentir lo que quiera porque yo he decidido que el hombre con el que tengo que estar es Fabrizio. Él tiene su familia, tiene a su hija y, desde luego, yo me sentiría peor que mal si rompiese algo así. No, no puedo ser esa clase de mujer y vivir feliz el resto de mi vida. Me niego, en rotundo —expliqué en voz alta antes de mirar a Daniela soltando un suspiro—. Pero sentí tantas cosas con ese beso... Ni te lo imaginas.
Mi amiga hizo una mueca y se acercó a mí para darme un abrazo, de esos que buscan dar apoyo moral.
—Pero no es el hombre de tu vida. ¿Quién iba a ser tan cabrón ahí arriba de hacer que el hombre de tu vida estuviese felizmente casado? No. Es Fabrizio, sí. Además, sientes cosas por él, ¿no? —preguntó cambiando mi atención al florentino de sonrisa irresistible.
—Ay, sí. Es tan bueno conmigo. Ni te lo imaginas. Me trata como si fuese no sé, una princesa. Pese a haber tenido sexo conmigo no ha salido huyendo y siempre está, siempre es el que me salva, el que me eleva en el aire y me cuida pase lo que pase. —Apoyé la cabeza en su hombro y sonreí pensando en él—. Estoy segura que por eso tengo que estar con él porque me conviene. Es todo lo que quiero.
Asintió acariciando mi mejilla con el dorso de sus dedos antes de que yo misma me recordase que no era así, que no era todo lo que quería, porque por mucho que el conjunto fuese inmejorable, mi corazón quería a Felipe en su lugar.
Pasamos la noche cada una en una cama. Me acurruqué en el colchón abrazando a la almohada y sabiendo que no tenía ni pizca de sueño. Había dormido una siesta considerable después de aquella experiencia en la ducha y toda la tensión que había desaparecido tras ese momento, había vuelto a instaurarse en cada molécula de mi ser por culpa de aquella visita inesperada de Felipe. Algo me decía que no volvería a verle y esperaba no confundirme en esta ocasión porque debía ser así. Con el tiempo le olvidaría y él ni tan siquiera recordaría mi existencia.
No había sido nada más que un mal momento, una mala situación, un mal instante. Las equivocaciones también ocurren. No quería pensar en otra cosa que no fuese ese futuro incierto que me esperaba. Nunca había estado sin trabajar desde que había logrado entrar en ese colegio, tan solo en los procesos de vacaciones y ahora, yo misma me había aventurado a algo que no podía tener la certeza de que saliese bien y me aterraba muchísimo pensar que podía estar equivocándome en múltiples aspectos de mi vida.
Me dije a mí misma que dar marcha atrás no era la solución, pero tampoco había un libro en ninguna parte que nos asegurase cómo teníamos que reaccionar a nada. Sin embargo, debía reconocer que no había en ese momento que pudiese hacer que echase la vista atrás, tan solo un milagro que jamás aparecería por esa puerta.
El teléfono sonó. Me giré para cogerlo y cuando desbloqueé la pantalla, me percaté que tenía un mensaje de Fabrizio en el que me deseaba buenas noches. Era más que un simple buenas noches, era un mensaje demasiado bonito como para no leerlo varias veces, pero también lo bastante íntimo como guardarlo para mí misma, recelosa de que alguien más supiese que existía un hombre que pudiese pensar en esas palabras cuando tenía que escribirme a mí. Eso debía ser amor, eso tenía que ser amor, porque sino porqué estaría sonriendo como una boba a la pantalla mientras evocaba su voz intentando que fuese sea misma la que leyese las palabras en mi mente...
Dejé el teléfono a un lado y me abracé a la almohada apretando mis párpados con fuerza, pero manteniendo una sonrisa al pensar que Fabrizio siempre estaría ahí para mí. ¿Quién no se dormiría feliz sabiendo que no está solo pese a todo?
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Por accidente
RomanceSole no es la misma que era. Después de su ruptura se niega a intentar vivir la vida, pero tiene a Daniela a su lado, una chica que se niega a aceptar que su amiga se hunda en la miseria. Así que usa su influencia para sacarla de su zona de confort...