Capítulo 26

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¿Quién puede resistirse a que lo traten de ese modo? Nadie me había dicho nunca que era un ángel. En ese momento casi podría haber asegurado que estaba flotando en el aire ya que era una experiencia nueva, tan nueva que se había grabado a fuego en mi corazón. Una sonrisa se extendió por mis labios mientras fingía que estaba acostumbrada a escuchar eso mismo todos los días, como si alguien fuese a atreverse jamás a decirme algo semejante. Así que, sin pretenderlo, estaba temblando de la cabeza a los pies dándome cuenta que no era del todo invulnerable. Fabrizio había cruzado las puertas demostrando que un hombre como él también sabía conquistar románticamente hablando.

Fue entonces cuando una pequeña mano dio en mi hombro. Salí de mi ensimismamiento y me giré para encontrarme el rostro de Aurora que me sonreía de oreja a oreja. ¿Aurora?

—¡Señorita! —dijo abrazándome con todas sus fuerzas.

La envolví también entre mis brazos y dejé un beso en su cabeza.

—Hola, princesa. ¿Qué haces aquí? —pregunté buscando por instinto a los padres de aquella criatura.

Había bastantes mesas así que tardé unos segundos hasta que logré ubicar a sus padres mirándonos desde la distancia para tener controlada a la pequeña. Cuando mis ojos se encontraron con Felipe, mi corazón dio un vuelco doloroso en mi pecho.

—¿Ese es tu novio? —preguntó con la inocencia propia de los niños que siempre preguntaban todo lo que se les ocurría sin ningún filtro.

Aurora estaba mirando a Fabrizio y él contemplándonos con una sonrisa. Ya se habían visto en ese restaurante de comida rápida, pero parecía que ninguno de los dos había terminado por recordarlo.

—Algo así —respondí sonriendo a Fabrizio.

—Se nota que te quiere mucho —susurró éste con ternura, incluso, en sus ojos tan penetrantes. No podía decirle que no era así porque estaría mintiéndole. Era evidente que me quería mucho y yo también la quería a ella. De hecho, a todos mis niños, todos los que cuidaba todos los días en clase.

—¿Están tus papás aquí? —pregunté intentando alejarme por completo de todo el terreno romántico teniendo a Felipe allí. Era como si me hubiesen recordado todas las emociones de golpe.

—Sí. He venido con ellos.

Los tiernos ojos de Aurora me mostraron que no había nada que temer si estaba con ella porque nadie podía decir nada inapropiado con una niña tan pequeña delante que se pondría a hacer millones de preguntas.

—¿Te importa si la llevo con sus padres?

Fabrizio negó antes de dar un beso a mis nudillos.

—Aquí te espero.

Asentí soltando mi mano y levantándome, le ofrecí la misma a la pequeña que la agarró con todas sus fuerzas como si tuviese miedo que fuese a marcharme o algo parecido. Probablemente me había echado de menos ya que había estado enferma dos días y era común que los niños se encariñasen mucho con sus profesores, eran una figura cercana, casi como un padre.

Caminé con dificultad hacia esa mesa porque cada paso me estaba costando Dios y ayuda poder darlo. Notaba cómo la distancia se acortaba y la vergüenza se transformaba en horror al recordar el papelón cuando me declaré a Felipe en mi propio salón.

—Buenas yo... —empecé cuando llegué allí.

—Disculpe que la haya molestado, pero Aurora quería abrazarla y bueno, se nos terminó medio escapando de la mesa —indicó la madre a la que procuré dirigirme todo el rato para así no tener que enfrentarme a esa mirada de pena que encontraría en Felipe.

—No se preocupe, en serio. Es un encanto y no me importa abrazar a mis peques cuando les veo en otros sitios. —Di un beso a la cabeza de Aurora en un intento por recobrar fuerza o fingir que aquella situación no me estaba matando—. Espero que les aproveche.

Con una sonrisa hice todo lo que pude para alejarme y así poder regresar a la distancia de seguridad que probablemente me haría mucho menos daño que estar en el campo visual de nadie.

—¿No puede quedarse a comer con nosotros?

Mi rostro fue de puro terror, así que hice todo lo que estuvo en mi mano para que entendiese. Me puse de cuclillas al lado de la silla donde se había sentado Aurora y le di una gran sonrisa.

—¿Recuerdas que me has preguntado si era mi novio cuando estabas allí? —Ella asintió y yo continué—: Pues verás, los novios salen a cenar y tienen citas para estar ratitos solos, ¿sabes?

—¿Para darse besitos?

Enarqué mis cejas dándome cuenta hasta qué punto era espabilada.

—Sí, así es.

—Papá y mamá se dan besitos delante de mí —contestó frunciendo el ceño como si no entendiese.

—Pero es que son tus papás, cielo, eso es normal y...

—Aurora, cariño, necesitan estar solos.

Felipe carraspeó y dio un trago a su copa.

—Pero, mamá...

—Hagamos algo, ¿quieres? Un día invitamos a tu profe y a su novio a cenar a casa.

—¿En serio? —La emoción en el rostro de Aurora fue tal que casi se me rompió el corazón pensando la manera en que podía decirle que no porque aquel plan era más parecido a una tortura china que otra cosa.

—¿Le gustaría? —preguntó aquella amable mujer a la que le dirigí mi atención.

—Tengo que preguntárselo a Fabrizio, pero quizá pueda ser —acepté sin gana alguna de tener que decir que sí solo porque al no recibir un sí rotundo, había escuchado un sollozo de parte de Aurora y me mataba hacerles infelices a los niños por algo que podía ser fácil de cumplir sin que todo estuviese viciado por mis propios sentimientos.

Me volví a levantar y tras despedirme una vez más dándole la mano a ambos, regresé con una carga sobre los hombros de tantos kilos que algunos se habían acoplado en mi pecho impidiéndome respirar con facilidad. ¿Por qué no podía ser todo mucho más sencillo? ¿Por qué no podía olvidarme de él para ir a esa casa y lograr que la sonrisa de Aurora fuese permanente?

Me senté en mi silla habiendo perdido todo contacto con esa nube en la que había estado flotando minutos antes. La comida no me sabía bien, el vino era un caldo de la peor calidad y nada pasaba fácilmente por la garganta recordándome porqué motivo se cerraba el estómago en los temas de amores imposibles.

—¿Qué te dijeron?

—Nada, solamente nos invitaron a cenar un día a ambos en su casa y...

—¿Qué dijiste? —preguntó llevando un poco más de comida a su boca.

—Que te lo tenía que preguntar y...

—Cuenta conmigo.

Le miré sin entender. Había tenido una pequeña esperanza de que él me librase de todo aquello diciendo un no como una catedral de grande, pero en su lugar, allí estaba, bebiendo de nuevo la copa de vino como si nada estuviese pasando y aceptando un plan que más podía ser el peor encuentro con el diablo. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora