Salimos del restaurante y yo aún no podía dejar de pensar en la maldita mala suerte que había tenido. De todas las personas del mundo, encontrarme con esa familia cuando parecía que la chispa empezaba a crecer entre Fabrizio y yo, no era nada más que un dolor de cabeza añadido a una lista incontable. Me dolían los huesos y volvía a sentir que el frío se deslizaba por mis venas logrando entumecer y quemar, como si fuese hielo, mi sistema nervioso que se quejaba obligándome a mantener la compostura en medio de aquella terrible noche.
Los brazos de Fabrizio me rodearon despertándome de mi ensimismamiento. Sentí su aliento contra mi piel y cómo dejó pequeños besos en mi mejilla y después en mi cuello. Recé porque no me resultasen repulsivos, porque hubiese aún algo que salvar en todo eso. Aquella noche me había prometido a mí misma que iba a descubrir hasta qué punto mi corazón no era tan misterioso ni rebelde, sino que podía ser razonable y hacer lo que debía. Ahora, en cambio, estaba hecha un lío, queriendo que la tierra me tragase porque había sido una de las peores citas de mi vida tan solo por cómo yo me había sentido en todo momento.
Había intentado no mirar a esa mesa, no buscar su mirada ni tampoco escuchar su risa o su voz en medio de todo el gentío. Sin embargo, cuando me había girado, ahí habían estado sus ojos asegurándome hasta qué punto no podía aceptar esa invitación si no quería sufrir una nueva tortura, pero Fabrizio había querido asegurarse de que aceptásemos, así que, al final, nos habíamos acercado a la mesa y aunque su mano apretó ligeramente mis dedos al verle sentado allí por lo que había ocurrido después de la función, habíamos salido con una fecha en la agenda, una cita inamovible aunque suplicaba con la mirada porque Felipe me echase un cable para alargarlo o impedirlo.
—¿Qué tal te lo has pasado? —preguntó con un susurro cariñoso.
Cerré mis ojos intentando pensar si debía ser sincera o no. Así que, le expliqué la verdad, a medias.
—Al principio ha sido fantástico, pero cuando vino Aurora...
—Sí, yo también noté que esa pequeña rompió completamente nuestra burbuja.
Al menos, había comprensión por su parte y eso siempre era un punto a su favor. No le negaría, ni mucho menos, que hubiese deseado que él no hubiese añadido más leña al fuego, pero había prometido que aquella noche sería para nosotros.
—¿Quieres que te lleve a casa?
Negué. Sí, era lo que quería en el fondo. Meterme en la cama y no pensar hasta el día siguiente, pero no podía dejar que un contratiempo hiciese que mi vida fuese aún más complicada de lo que ya lo era. No. Yo tenía unos planes y huir de todo no lograría calmar mi tormento así que, era mejor seguir ciñéndose al plan.
—¿Segura?
—Sí. Quiero darle al destino una posibilidad más para que vuelva a dejarnos tener esa burbuja de nuevo —susurré ganándome de ese modo un beso que hizo que me estremeciese en un agradable cosquilleo de los pies a la cabeza porque había atacado un punto débil: el cuello.
—Entonces, déjame que intente arreglar la noche.
Cogió una de mis manos y caminó conmigo hacia el coche. Me abrió la puerta y condujo en silencio, con una sonrisa grabada en su rostro y un brillo especial en su mirada. Era como un niño que estaba escondiendo un secreto. Me pregunté a qué lugar podía llevarme, pero no conocía la ciudad tanto como para saber orientarme sin problemas. Yo debía preguntarle siempre a un plano o al GPS del móvil dónde estaba cuando alguna calle no me era demasiado conocida. Las ciudades grandes no estaban hechas para personas como yo, pero como me sabía al dedillo los tramos habituales que siempre seguía para ir a mi trabajo o a los lugares que me gustaban, al menos, una pequeña porción de esa ciudad estaba tatuada en mi memoria a prueba de cualquiera clase de pérdida. Si no era mi memoria, era la memoria del cuerpo. Antes de pensar, mis pies me estaban guiando hacia ese lugar al que yo quería ir.
El coche era bastante silencioso. Un ronroneo agradable que indicaba que, o era nuevo, o su dueño lo cuidaba demasiado bien. No dudé ni un momento de esas fantásticas habilidades que podía tener en su profesión ya que un buen mecánico debe verse reflejado en cómo cuida su coche. ¿Qué buen profesional descuidaría lo suyo propio? Aunque algunos aseguraban lo contrario, que se era más descuidado con lo propio que con lo ajeno.
Fabrizio puso la música. Era una melodía lenta, suave, de música clásica que me hizo relajarme y sonreír. La música siempre tenía algo terapéutico. Lograba calmar todos los males que pudiesen estar perturbando la mente.
Después de una media hora, paró el vehículo y se bajó del mismo. Me abrió la puerta, pero en lugar de permitirme bajar, se puso de cuclillas delante de mí cogiendo mis manos.
—¿Estás mejor?
Asentí notando esa agradable sensación cálida en el pecho porque él estuviese tan preocupado por mí. Ahora, en ese lugar, no había nada ni nadie que pudiese molestarnos. Seríamos él y yo solos.
—¿Sabes dónde estamos? —preguntó besando el dorso de cada una de mis manos.
Levanté la mirada y me di cuenta que habíamos ido a un cine. Parpadeé varias veces pensando si eso podía lograr que tuviésemos de nuevo una burbuja a nuestro alrededor, pero comprendía que había pocas cosas en el mundo que me hacían desconectar más que una película. Así que, sonriente, le seguí rumbo hacia el edificio dispuesta a adentrarme en una nueva aventura cinematográfica.
—¿Cuál quieres ver?
Miré la cartelera antes de señalarle una de las películas que había en taquilla. Debido a alguna razón que desconocía, estaban volviendo a estrenar las películas de Harry Potter en aquel cine, así que, no pude negarme ese placer culposo de darle un capricho de nuevo a mi adolescente interior que quería poder experimentar el goce de saber que la película me envolvería y me encantaría.
—¿No quieres ver una nueva?
—No. Prefiero asegurar porque el resto no sé de qué van. —Hice un puchero al darme cuenta que quizá estaba siendo muy egoísta—. Perdón. Si tú tenías planeado...
—Yo quería que tú escogieses, Sole. Así que veremos Harry Potter.
Me sonrió de aquel modo de nuevo en el que lograba hacerme sentir que era la persona más importante para él. Había pocas cosas en el mundo que pudiese hacerme sentir cómoda, pero él lo intentaba con todas sus energías haciéndome creer que todo podía merecer la pena, incluso pasar un mal rato para después descubrir que una cita se solucionaba con Harry Potter de fondo.
Dentro de la sala la temperatura era ideal. Me acomodé en esas butacas que podían ser perfectas como volverse endemoniadas a medida que avanzaba la película. Fabrizio me acercó a sí y su calor era mucho más reconfortante. El único problema era ese reposabrazos que había entre ambos que se clavaba de una manera poco agradable a la altura de mis costillas.
—¿Eres de las que disfruta comentando las películas? —preguntó contra mi oído como si fuese necesario. No había una sola alma allí, pero la manera en que buscaba algo de intimidad conmigo resultaba adorable y tentadora.
—Prefiero disfrutarlas en silencio en el cine, comentarlas estando en casa —expliqué cruzándome de piernas mientras su nariz acariciaba mi mejilla.
—Comprendido. Nada de hablar.
Asentí cerrando los ojos porque era imposible no querer concentrarse en esas caricias suaves, en sus cálidas atenciones que me hacían enloquecer.
La luz de la sala se fue apagando recordándonos que pronto empezaría la película, pero mi corazón desbocado había empezado a crear otra en su mente de un género muy diferente.
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Por accidente
RomantizmSole no es la misma que era. Después de su ruptura se niega a intentar vivir la vida, pero tiene a Daniela a su lado, una chica que se niega a aceptar que su amiga se hunda en la miseria. Así que usa su influencia para sacarla de su zona de confort...