—¿Qué coño haces aquí? —dijo una voz que no supe reconocer porque acababa de despertarme.
—Eso es lo que te tendría que preguntar yo.
¿Estaba aún soñando? Seguramente. Abrí los ojos y me encontré que Fabrizio no estaba en la cama así que palpé por puro instinto intentando descubrir si las sábanas estaban frías o no. Lo estaban. Se había levantado hacía un rato, el bastante como para que su calor se hubiese marchado hacía rato.
—¿Ahora no respondes? ¿Me puedes decir qué haces en la casa de Sole? —preguntó un Fabrizio enfadado—. ¿La estás acosando, capullo?
No entendía qué estaba ocurriendo, así que no me hacía demasiada gracia permanecer allí como si no pasase nada o como si no estuviese escuchando una conversación que no parecía nada halagüeña. Me puse de pie, dándome cuenta que el tobillo me dolía más de lo que recordaba. Tenía los músculos entumecidos y era de noche, por lo que había estado durmiendo más horas de las que creía.
—¿Está ella aquí?
—No. Dime, ¿qué quieres de ella?
Caminé hasta la puerta y al mirar hacia el pasillo, me encontré con la flamante figura a pecho descubierto de Fabrizio. Tenía la mandíbula apretada y una mirada de pocos amigos. Estaba claramente impidiendo el paso a alguien, pero no podía ver a quien porque tenía la puerta impidiéndome la visión.
—¿Qué pasa, Fabrizio?
—Conque no estaba, ¿eh? —dijo el otro hombre al que reconocí inmediatamente, se trataba de Felipe.
Ambos forcejearon intentando pasar uno y el otro que no entrase.
—¡Ey! ¡Basta!
Caminé hasta ellos y me puse al lado de Fabrizio para ver a un Felipe dispuesto pelear por algo que no lograba entender del todo.
—¿Se puede saber qué quiere? —pregunté intentando ser amable y no mandarle de paseo por montar semejante espectáculo.
—Me gustaría hablar contigo.
—Me temo que no tiene sentido. Me voy a tomar una excedencia, así que ya no voy a ser la profesora de su hija por lo que no tiene porqué estar aquí para hablarme nada acerca de ella.
—¿Qué? —preguntaron ambos a la vez.
—Sí. No quiero seguir trabajando por un tiempo, necesito algo de tranquilidad. Aunque no sé para qué le doy explicaciones, pero ya lo sabe. Por lo que puede darse media vuelta e irse por donde ha venido —expliqué moviendo mi brazo antes de intentar cerrar la puerta.
Felipe me lo impidió. Sus ojos miraron fijamente a los míos con un sentimiento en ellos que casi parecía culpa.
—Solo quiero hablar, por favor...
No supe bien porqué accedí, pero lo hice. Así que, abrí la puerta de nuevo permitiéndole el paso.
—¿Podría ser a solas? —preguntó mirando a Fabrizio quien, evidentemente, no se había movido de allí.
Asentí y miré al florentino dejando un beso en su mejilla.
—Por favor —le pedí antes de acariciar su otra mejilla.
Me miró durante unos segundos como si esperase que le dijese que se quedase. Resopló y aceptó de mala gana.
—Iré a dar una vuelta —contestó colocándose el abrigo y se marchó de allí. Por suerte tenía los pantalones puestos.
Me quité de delante de la puerta para que Felipe pudiese pasar. Él, en su menuda estatura, se metió a mi hogar igual que si lo conociese perfectamente. Ninguna conversación que habíamos tenido allí había sido buena para mí o para mi maltrecho corazón. Odiaba que pareciese tener un chivato que le indicase cuándo tenía que aparecer. Conseguía estar bien con Fabrizio y tenía que estar en algún momento, en alguna parte, para lograr derrumbar todo lo que había construido. Pese a que no me gustaba cómo se estaba comportando, no podía dejar de mirarle igual que si fuese el hombre más guapo del mundo. No sabía qué diablos tenía, quizá había sido aquella obsesión patética de ese baile que no había logrado nada en él, pero fuera lo que fuese, me estaba matando lentamente.
—¿Por qué te vas?
Le miré sorprendida y fui hasta el sofá cojeando un poco.
—Ya te he dicho porqué me voy y tú me has dicho que tenías que hablar conmigo así que dime qué es lo que quieres.
Se dio cuenta de mi cojera y me ayudó a llegar al sofá, como si lo necesitase. Una de sus manos se posó en mi cintura y la otra, agarró mi mano logrando que sintiese de nuevo piel con piel. Ese cosquilleo deslizándose por cada una de mis terminaciones nerviosas con algo tan simple, no tenía comparación a las emociones que Fabrizio me provocaba. Felipe estaba a otro nivel porque ni tan siquiera tenía que haber intención de nada. Eso era lo que me dolía y mucho.
—Estoy bien, puedo sola —dije sentándome.
—¿Qué te ha pasado?
—Un esguince, nada grave. ¿Puedes decirme ahora qué es lo que quieres?
Suspiró y se sentó a mi lado antes de tragar con dificultad.
—Dime que no te vas por mí.
Cerré mis ojos antes de echar mi cabeza para atrás.
—No me voy por ti, Felipe. Es solo que no quiero seguir trabajando, nada más. Necesito un tiempo para mí —mentí mirando al techo.
—No te creo.
Me molesté por su comentario. Sabía que, probablemente, tenía escrito en mis acciones que todo era por su culpa, que estaba huyendo de él, pero ¿qué podía hacer? Era por mi bien, porque necesitaba alejarme de él, del daño que me estaba haciendo.
—¿Y se puede saber porqué?
—Porque hace poco me dijiste que me querías y...
—Pero ya no te quiero. He encontrado a Fabrizio.
—¿Le amas?
—Sí. Es el hombre de mi vida.
Se quedó callado y volvió a escudriñar cada porción de mi rostro igual que si fuese un mapa donde algo, cualquier cosa, pudiese revelarle si mis palabras eran sinceras o no.
—No te creo —añadió.
—¿Ah, no?
Furiosa, me acerqué a él y besé sus labios apasionadamente mientras mis dedos se enredaban en su pelo. La manera en que su boca y la mía se acoplaban, era todo lo que necesitaba. Ni en miles de años Fabrizio lograría hacerme sentir tanto en un beso. Era ambrosía pura, una mezcla de delirio y de adicción que se entremezclaban en mi interior demostrándome que no había nada en el mundo mejor que besar a quien se amaba.
Me separé de sus labios, jadeante, mirándole asustada por lo que había hecho y encontrándome una expresión que no quise descifrar en sus propias facciones.
—¿Ves? No he sentido nada —susurré mintiendo una vez más antes de que una pequeña parte de mí se muriese allí, delante de él.
Asintió despacio. Se separó de mí y se limpió los labios con el dorso de la mano igual que si le diese asco.
—Vete, por favor —dije cerrando mis ojos porque aquel último gesto suyo había conseguido matarme por completo. Me había clavado miles de puñales sin darse cuenta aunque fuese la reacción normal de un hombre enamorado.
—Pero...
—Vete —supliqué abriendo los ojos e intentando recomponerme pese a que estaba pálida.
Lo último que escuché fue la puerta abrirse y volver a cerrarse. Me hundí en el sofá sintiéndome miserable. Había renegado de lo que sentía y había besado a un hombre que no me quería. ¿Por qué había caído tan bajo? Era evidente que la opción de marcharme era la mejor que podía haber tomado. Quizá, así, no volviese a cruzarme con Felipe en toda mi vida.
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Por accidente
RomanceSole no es la misma que era. Después de su ruptura se niega a intentar vivir la vida, pero tiene a Daniela a su lado, una chica que se niega a aceptar que su amiga se hunda en la miseria. Así que usa su influencia para sacarla de su zona de confort...