¿Cómo diablos se empieza una conversación? Suspiré pesadamente aquella tarde cuando había logrado que el maldito dolor de cabeza desapareciese. La pantalla de mi móvil estaba iluminada con aquella interfaz tan característica de los mensajes instantáneos. Podía ver la foto de Fabrizio en su perfil. Era guapo a rabiar y quizá por eso estaba aún más estresada pensando qué poner para no parecer medio boba. ¿Por qué era tan difícil mandar un mensaje cuando era evidente que se estaba ligando? Resoplé molesta conmigo misma por pensar todo el tiempo así que terminé mandando un simple «Hola, este es mi número. Daniela me dijo que querías hablar conmigo». ¿Dónde se había escondido mi yo coqueta?
Cambié de pantalla para ver si tenía más mensajes y, efectivamente, era así. No podía evitar mirar la ventana donde me llegaban los mensajes de Felipe quien me había preguntado qué tal estaba como hacía todos los días. La última vez que habíamos hablado había sido tan amable y pese a todo yo no había podido comportarme como hubiese querido; pero ahora tenía algo más que contarle que de costumbre, así que le mandé un buen texto sobre mi salida de anoche con emoción. No le conté nada de Fabrizio, al menos no de momento. Solo de lo bien que me lo pasé.
Me obligué a mí misma a estar más pendiente de lo que me decía Fabrizio que de todo lo que pudiese decirme Felipe. De hecho, en el momento que me respondió, me olvidé de la pantalla donde estaba aquel hombre casado.
Finalmente aquella conversación había terminado en una cita. Fabrizio y yo nos íbamos a ver pronto. Al día siguiente había querido que nos viésemos y yo había aceptado de buen grado dado. Él ponía mucho interés y me estaba haciendo sentir como una princesa. Sonreía mirando al teléfono aunque eso significase que me estuviese obligando a pensar maravillas que probablemente no llevarían a ninguna parte. Por eso, las horas pasaron demasiado rápidas para alguien que quería alejarse de todo lo que tuviese que ver con citas.
Daniela me había dado unas cuantas pautas, pero yo me había obligado a no hacerle caso. Tampoco era la mujer que fui en ese bar, aunque creía que siendo yo misma valdría también y si no podía dar media vuelta y marcharse.
Aquella tarde el estaba en el parque donde habíamos quedado cuando yo llegué. Su sonrisa resplandeciente me hizo saber que estaba muy contento de verme y aunque no había ido de punta en blanco o atrevida como en aquella discoteca, no pareció molestarle ni lo más mínimo.
—Esta sí es la Sole que yo conocí —sonrió y acercándose a mí me dio un abrazo reconfortante.
Seguía oliendo de aquella manera, tan increíblemente bien. Así que me concedí el pequeño placer de aspirar su aroma hasta que mis pulmones se llenasen de forma disimulada. Tendría que averiguar la marca de esa fragancia porque sin duda era la mejor colonia que había olido en mucho tiempo.
—Sí, me temo que volví a meterme en el cascarón de nuevo —dije encogiéndome de hombros separándome de su cuerpo.
—Bueno, te dije que quería conocer a esta Sole también.
Mordí mi labio inferior para controlar una sonrisa que quería escapar y es que cómo se podía reaccionar de otro modo cuando un chico tan atractivo como él te decía algo tan bonito.
—Dime, ¿qué tal has estado estos días? —pregunté antes de mirarle de reojo comenzando a caminar por el parque.
—Bien. He estado ocupado en el negocio. Soy mecánico y tengo siempre muchos clientes que quieren que les ponga el coche a punto...
—Terminarás de grasa hasta las pestañas —comenté demostrándole que le estaba escuchando.
—La verdad es que sí, no te voy a mentir —rio metiendo sus manos en los bolsillos de su abrigo—. ¿Y tú? ¿Qué tal el trabajo?
—Tengo unos niños un tanto revoltosos este año. Además, estamos empezando con la primera oleada de resfriados así que empezamos la lista. Primero empieza uno, se lo paga a otro y así hasta que termina la lista para luego volver a empezar porque es un ciclo sin fin —bromeé pese a que no le quitaba razón a la manera en que había expuesto cómo los niños se terminaban contagiando los unos de los otros.
—¿También te lo pasan a ti?
Asentí porque solía ser así. Había pocos años que no tuviese un resfriado que no fuese pequeño.
—Por suerte tengo de mi lado unos sobres que no sé cómo se llaman, pero que siempre me sirven mucho. Cuando noto los primeros síntomas, me los tomo y al día siguiente estoy como nueva, solo moqueando un poquito —admití y luego me di cuenta que estaba hablando de mocos en mi primera cita con Fabrizio.
Le miré de reojo, pero no parecía estar molesto sino que tenía una sonrisa en el rostro, como si le gustase escucharme aunque el tema de conversación no fuese el más maravilloso de todos.
—Se nota que te gusta tu trabajo.
—Los niños de otros son mi pasión —bromeé antes de suspirar—. Siempre me ha gustado cuidar a niños, pero durante un rato. Eso de pasar las veinticuatro horas del día seguramente no sea lo mío.
—Eso no se sabe hasta que uno no pasa por la experiencia, al menos, es lo que siempre me ha dicho mi madre. Según ella, jamás tuvo paciencia con sus sobrinos y ahora es la que más mañana tiene con sus hijos y con los hijos de los demás —musitó antes de volver a sonreírme—. Lo mismo resultas ser una madraza cuando estés preparada.
Bien, habíamos tocado ya dos temas que eran todo menos el aliciente para tener una relación. Los hijos y los mocos. ¿Por qué no podía pensar en temas de conversación que no implicasen asustarle de todas las maneras posibles?
—¿Hace mucho que os conocéis Daniela y tú? —pregunté.
—Algo así como tres años... Desde que llegué de mi viaje y me quedé definitivamente aquí.
—¿Tú viaje?
—¡Oh, sí! —Miró hacia unos niños que estaban chillando y corriendo detrás de una pelota jugando a algo parecido al fútbol sin reglas sino dando patadas a ver quién conseguía meter un gol—. Soy de Florencia y cuando terminé mis estudios tuve que desconectar un poco. Me fui de mochilero sin gastarme demasiado dinero por toda Europa y terminé aquí. Me enamoré de la ciudad y les dije a mis padres que había encontrado mi lugar en el mundo, así que tuvieron que aceptar que no verían tan a menudo a su pequeño Fabrizio. No fue fácil.
—Así que eres de Florencia, por eso el nombre... Pero no tienes nada de acento —comenté antes de abrir un poco más mis ojos sorprendida—. La mayor parte de italianos que he oído tienen siempre un deje propio de vuestro idioma.
—Tengo cierta facilidad para perder el acento. Dicen que soy bastante camaleónico —comentó casi con cierta vergüenza—. Así que me ha servido en varias ocasiones.
—¿Sí? —pregunté enarcando una de mis cejas.
—Sí, verás, es que... la mayor parte de la gente piensa que cuando tienes un acento eres medio tonto o algo por el estilo. Por eso, siempre me han intentado estafar o similares. También me ha servido para lo mismo, hacerme un poco el que no entiende lo que le están diciendo —rio un poco como si de esa manera me demostrase que la situación no había sido tan grave, pero cuando oía estafa siempre se me ponían los pelos de punta.
—Hay mucho desalmado suelto, pero tú fuiste inteligente para darle la vuelta a la tortilla —sonreí antes de agarrarme a su brazo mientras escuchaba más historias sobre él.
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Por accidente
RomanceSole no es la misma que era. Después de su ruptura se niega a intentar vivir la vida, pero tiene a Daniela a su lado, una chica que se niega a aceptar que su amiga se hunda en la miseria. Así que usa su influencia para sacarla de su zona de confort...