Capítulo 17

1 0 0
                                    

Tierra trágame. ¿Por qué la primera vez que cometía una locura semejante tenía que haber pasado con ese público precisamente? No me gustaba que me viesen, pero que hubiese sido Felipe era ante todo mala suerte en todas sus posibilidades.

Fabrizio miró también hacia delante y arrancando, encendió las luces logrando que eso le cegase. Pude ver que estaba algo enfadado por sus acciones, pero más aún cuando se bajó del coche mientras terminaba de colocarse la ropa.

—¿Se puede saber qué coño estás mirando?

Me sorprendió hasta qué punto se había tomado eso de manera casi personal. Su tono de voz y esa agresividad no era algo que esperaba de él, pero no parecía tampoco ser de esos chicos que se andasen con chiquitas. Quizá fuese por el momento, por la intimidad en un lugar tan poco íntimo, a saber, pero no me gustó demasiado su reacción.

—Tranquilo, tranquilo... Es solo que...

—Que ¿qué? ¿No has visto a dos personas follando? Si quieres ver porno, ve a internet y no espíes de ese modo.

Felipe ni tan siquiera se había dado cuenta de mi presencia en ese momento porque aunque solía tener un buen talante, no era como si le gustase que se metiesen con él o le hablasen de malas maneras.

—¡Eh! Tampoco es como que estuvieseis en vuestra casa, estáis en la calle y os lo estáis montando en un coche. Si no queréis que os miren, iros a otro lado —respondió con el ceño fruncido dando un paso hacia delante casi envalentonado.

—¡Basta! —dije poniéndome entre ambos—. Ambos tenéis razón y ya, ¿vale?

—No, Sole. Porque por mucho que diga, no tiene que estar mirando cuando te conoce. Menos aún cuando te conoce.

Miré a Felipe. Él ni tan siquiera podía poner sus ojos en mí, solo estaba pendiente de Fabrizio que seguía retándole con la mirada. El actor, bajó la suya como si no hubiese nada más que decir y se marchó de allí susurrando un simple «lo lamento»que a duras penas si se escuchó.

No sabía quién podía estar más avergonzada si él o yo, pero desde luego que el rubor de mis mejillas y la sensación de haber hecho lo peor que podía haber hecho en mi vida, logró que aquel polvo tan impresionante se volviese a una de las peores experiencias que recordar.

Fabrizio me abrazó apretando mi cuerpo contra el suyo y dejó varios besos en mi mejilla como si pudiese ver lo mal que me encontraba en ese momento.

—¿Tranquila, sí?

Asentí, pero no podía estarlo. ¿Cómo lo lograría con esa situación? Intenté centrarme tan solo en huir, en desaparecer. No quería pensar en nada más. Por eso, cuando me guió dentro del vehículo, le pedí que me llevase a casa. Entendí en su expresión que no era lo que tenía planeado, pero lo entendía. Aquella noche se había jodido porque precisamente Felipe había tenido que ser quien nos viese.

La puerta de mi casa sonó tan solo media hora después de que hubiese entrado. No quería hablar con nadie, pero suponía que debía hacerlo. Daniela estaría deseando que le contase los pormenores, como si eso fuese a ayudarme. Pasé mi mano por la cara y una vez que lo hice, abrí la puerta. No tuve ninguna sorpresa, Daniela estaba allí, masticando un chicle más nerviosa de lo que la había visto nunca. Entró como una exhalación y tiró el bolso en cualquier lugar.

—Dime, por favor, que es mentira —suplicó dándose la vuelta y moviendo sus manos de una forma muy teatral.

—¿El qué? —pregunté cerrando la puerta detrás de mí.

—Que has tenido la mala suerte de ver la cara de Felipe después de que por fin habías follado con Fabrizio.

Me quedé en silencio y ella se dejó caer en el sofá como si le hubiese dicho la peor noticia que pudiese escuchar.

—No me lo creo. Dios mío, no me lo puedo creer —susurró tan blanca como la cal, del mismo modo que probablemente me había quedado yo cuando le vi allí—. Dime que es una maldita broma.

Negué y me senté en el sofá a su lado antes de fruncir mi ceño algo confundida.

—¿Te lo dijo Fabrizio? —pregunté sin saber si sentir ganas de matarle por habérselo contado a alguien o cómo procesarlo.

—Me le encontré de camino aquí. Estaba enfadado y preocupado por ti. Me dijo que un idiota os había molestado y bueno, a ver... tampoco es que hay que ser muy lista. Sé que terminaste calentita como yo cuando vimos el espectáculo la última vez, por lo que pensé y bueno, acerté —musitó sin ese timbre en su voz que siempre indicaba que le había encantado no equivocarse en sus deducciones—. No me entiendas mal, me alegro de que por fin tuvieses un polvo, cielo, pero... joder, ¿por qué precisamente tenía que verte él? Ya te podía haber visto tu ex y así restregarle por la cara que no tenías nada de frígida.

La sola idea que dibujó en mi mente tampoco me hizo demasiada gracia, así que, me negué a seguir pensando en ello ni un minuto más. La miré de reojo y ella comprendió lo que quería decir. Hizo una mueca y me acercó a su cuerpo para intentar darme todo el cariño que sabía que necesitaba. No sabía si quería llorar, si quería reír o qué diablos. ¿Por qué había tenido que pasar eso cuando era lo último que necesitaba en mi vida? ¿No podía dejarme el universo que me olvidase de Felipe gracias a las maravillosas habilidades en el sexo de Fabrizio? El amor, si tenía que venir, que lo hiciese después, ahora solo quería olvidarme de mis limitaciones, pero, pese a todo, allí estaba, con todas ellas delante y más obstáculos destrozando mis deseos por alejarme de todo lo que fuese Felipe, el hombre fuera de esa función.

Me acurruqué en su pecho y esperé que empezase a contarme cosas sobre su día. No quería pensar, tan solo vivir la vida de ella desde sus palabras, en un mundo que no parecía tan complicado, que era mucho más accesible para todo solo porque encajaba a la perfección.

Supe varias cosas nuevas sobre sus amigos y también que había dejado a un lado una cita tan solo por haber venido a verme.

—Dime ahora mismo que eres tú quien me toma el pelo a mí —dije separándome de ella—. ¿Has dejado una cita solo por estar aquí?

—Sí, cielo. Una cita. No era como si fuese una noche para revolcarnos y...

—¡Precisamente por eso, boba! —grité exasperada antes de que ella me mirase como si no me lograse comprender del todo—. ¿Cuánto hace que no tienes una cita en la que no vas a terminar en la cama sí o sí?

Ella se quedó pensativa y luego se puso a hacer cuentas con los dedos.

—¿Ves? Haz el favor de llamar a ese chico y decirle que irás un poco más tarde, pero que vas a ir, que no pasó nada, que tu amiga está bien y punto.

—Sole...

—Ni Sole ni leches. ¡Dile! Ahora mismo —añadí amenazándole con mi dedo logrando que fuese ella quien aceptase sin rechistar mi orden.

La vi rebuscar en su bolso y después mandó varios mensajes.

—Ya está, ya lo hice, ¿y ahora te tengo que dejar sola? —preguntó haciendo un puchero.

—Me harás sentir muy culpable si no vas, así que no seas tonta y vete ya; pero ¡ya!

Hizo un nuevo puchero, pero no le dejé que siguiese, fui hasta la puerta y la abrí logrando que ella saliese hasta a empujones.

—Cuando termines, por favor, cuéntamelo todo, ¿si? —le pedí sonriente y cerré la puerta en sus narices.

Escuché sus tacones alejarse y me quedé más tranquila. No podía permitir que ella se perdiese algo como aquello. Era su primera oportunidad en mucho tiempo de lograr algo más parecido al amor o a un cuelgue que cualquier encuentro de los que había tenido antes.

Me separé de la puerta y fui a servirme algo de agua, pero justo entonces sonó el timbre una vez más. Rodé los ojos dispuesta a regañar a Daniela como hubiese vuelto. Así que, cuando abrí la puerta, mi expresión era de enfado, pero cuando iba a pronunciar palabra, me sorprendió encontrarme con la expresión de Felipe al otro lado de la puerta. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora