Capítulo 11

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—¡Cuéntamelo todo! —dijo Daniela que había vuelto a meterse en mi casa a pesar de que le había dicho que no me gustaba encontrármela por sorpresa.

Cerré la puerta detrás de mí dedicándole una mirada asesina.

—No pensarías que iba a quedarme todo el tiempo en mi casa y mañana tranquilamente hablar las cosas, ¿no? He dicho que no a un tiarrón para estar aquí contigo y que me cuentes todos los detalles de tu cita con Fabrizio —me dijo señalándome con un dedo antes de levantarse de un salto del sofá—. Además, te he preparado la cena.

Miré la mesa que estaba puesta y que sobre ella había un montón de pequeños recipientes de comida que le había traído algún restaurante.

—Al menos, si vas a mentir diciendo que lo has hecho tú, ponlo en platos, boba —me quejé sin contestarle aún.

—Soledad, habla ahora mismo.

—Sabes que odio cuando me dicen mi nombre completo —protesté quitándome la chaqueta de mala gana y tirándosela. Daniela la recogió al vuelo y continué—: ¿Qué quieres que te diga? No hay nada importante.

—¿Qué?

—Se portó como un caballero. Me trajo hasta aquí después de contarme su historia familiar e invitarme a lo que yo quisiese. Le sorprendió que eligiese pedir un helado, pero él se pidió otro y ya está, no hay más —dije encogiéndome de hombros casi un poco decepcionada de que no hubiese habido un deseo explícito de llegar a tener algo mucho más intenso conmigo.

—¿Me tomas el pelo? ¿Ni tan siquiera habéis hablado de ese beso que le diste? —preguntó anonadada.

Negué sentándome a la mesa. No mentía. Había sido todo un caballero, pero quizá el problema no era él sino que le había gustado mucho más la chica atrevida de la discoteca que me negaba a volver a ser tan solo para conquistar a alguien. Había sido cosa de una noche, para olvidarme del mundo y tal y como estaban las cosas era más que evidente que nadie se iba a sentir atraído con la mujer que era en realidad.

Después de mirar todo lo que había de comida, empecé a abrir algunos de los recipientes para así oler mejor ese aroma de comida recién hecha.

—Sole...

—¿Qué? —Levanté la mirada por puro instinto porque me gustaba mirarla cuando me hablaba y cuando vi una sonrisa en sus labios, no llegué a comprenderlo—. ¿Qué diablos pasa?

—Fabrizio nunca ha tratado a ninguna mujer como a ti.

Rodé los ojos y volví a centrarme en la comida. Lo que menos necesitaba en ese momento era que me dijese que todas las mujeres que habían pasado por su cama eran mucho más especiales que yo.

—Ya lo sé, estoy en la zona de las amigas...

—¡No, tonta! Él está con las chicas tan solo de usar y tirar. De hecho, no ha habido ni una sola chica que le haya gustado un poquito y que haya terminado en su cama el primer día que haya tenido una segunda cita o una oportunidad con él. Él no es de los que se andan con tonterías. Si te quiere para la cama, te mete en la cama, ¿me entiendes? —Su voz me indicaba una emoción que casi parecía estar narrándome el comienzo de algo maravilloso—. Si te ha pedido una cita, algo que no ha hecho con ninguna de sus amigas y te ha tratado así... yo creo que le gustas para más que un polvo.

—No digas tonterías.

Ella sabía por mi expresión que no tenía que decir ni una sola palabra más por sobre el tema, que había sido suficiente para mí. De hecho, aún no podía pensar en que esa idea tuviese un mínimo sentido. ¿Por qué iba Fabrizio a estar más interesado en mí de lo que había estado en otras mujeres? Si yo no era nada, no era nadie... Estaba confundida. Él estaba tan solo siendo amable y podría apostarme que no volvería a verle jamás después de aquella velada.

Ambas nos servimos la cena mientras me contaba lo que había hecho durante el día. Me había asegurado que aquel chico era maravilloso, como un Thor sacado de la mitología nórdica, pero que no podía fallarme en algo así. También me dejó bien claro que estaba harta de su jefe, que no podía soportar sus gritos y que, en cualquier momento, terminaría mandándole al diablo si no había alguien que se lo impidiese. Nunca había visto a su jefe, pero me lo imaginaba casi como un ogro. Quizá tan solo se trataba de un hombre que sabía bien lo que quería para su empresa y lo que no, pero tan solo conocía la versión que Daniela me pintaba siempre de ese hombre.

La cena estaba deliciosa. Tendría que hacerme con el nombre de ese restaurante para cuando hubiese cualquier clase de emergencia o ninguna gana de cocinar que de esos días había bastante más.

El teléfono sonó y fui a desbloquearlo antes de encontrarme que se trataba de un mensaje de Fabrizio. Esperaría a leerlo más tarde. No quería ponerme triste porque me dijese que todo había sido fantástico, pero que no sentía que conectáramos, algo que había oído demasiadas veces en mi vida. Así que, mentí diciendo que era un mensaje de Felipe para así seguir con la cena que había pasado a ser un desternillante monólogo de parte de Daniela hablando de todo lo que sería capaz de hacer a cualquiera que quisiese hacerme daño.

Cuando me fui a dormir, me aseguré de mirar el móvil por un intento patético de encontrarme peor antes de que terminase el día.

«Creo que no lo había pasado tan bien jamás, Sole. Me gustaría volver a vernos, que esto se repitiese, porque eres increíble».

Miré el teléfono tantas veces y tuve que leer las mismas el mensaje porque me parecía imposible. Era como si un milagro hubiese ocurrido ante mis ojos. ¡Había ligado! Quizá no tanto, pero al menos quería volver a verme cuando yo había aceptado que ya no había posibilidad. Aquello era algo digno de celebrar. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora