Capítulo 32

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—¿Te importaría si me doy una ducha? —preguntó después de que me quedé callada queriendo volver a besarle aunque no me atreví a hacerlo.

—No, no, claro que no. Espera. —Me alejé de él y comencé a caminar sin importarme plantar el pie porque no me dolía ni lo más mínimo. Solamente era un ligero malestar al hacer el juego. Ahora, no quería probar cómo sería rotándolo o doblándolo porque sabía que vería las estrellas.

—Cuidado, cuidado —susurró Fabrizio en mi oído logrando que me estremeciese. Iba detrás de mí, con sus manos en mi cintura para evitar que me cayese.

Llegamos al baño y abrí un armario de dónde saqué una toalla antes de girarme y dársela a él.

—Puedes usar esta toalla y ¿usas esponja o...? —me paré en mitad de la pregunta puesto que quizá podía sonar un poco mal preguntarle si usaba la mano. Quizá era solo cosa mía o que estaba demasiado cerca como para que pudiese pensar con claridad.

—Con la mano podré —dijo sonriendo.

Asentí desviando la mirada intentando pensar cuál era el mejor momento para irme de nuevo al salón.

—Debería... —señalé la puerta.

—Ajá —susurró sin moverse por lo cual me era un poco más difícil poder irme del baño.

Hacía tiempo que, sin pensar en nada que no fuese ese hombre, estaba en un espacio tan reducido como un baño. El recuerdo de aquel polvo tan intenso en su coche, logró despertar poco a poco todo mi cuerpo igual que si fuese una llamada, un canto de sirena o algo parecido. Él entendía a la perfección porque mi cuerpo y el suyo hablando un lenguaje que yo desconocía, seguro. Así que, tragué con dificultad, cuando su dedo índice se deslizó por mi cuello en una sutil caricia.

—Tienes que ducharte...

—Lo sé —dijo mientras su dedo se aventuró a bajar hasta la base de mi cuello y buscar encontrar algo más de piel bajo la blusa—. Y también sé que tú y yo tenemos algo pendiente.

Sabía a lo que se refería. La última vez que había estado allí, no habíamos podido terminar follando como locos en mi cama. No tenía fiebre, solo era un esguince, así que qué otra cosa lo podía impedir. Ninguna, ni tan siquiera mi mente en esta ocasión.

—A la mierda —susurré y le besé atrayéndole a mi cuerpo agarrando el mono de mecánico que llevaba puesto.

Su boca no se hizo esperar, enseguida se dispuso para mí, besándome igual que si no hubiese un mañana, entregándome todo su deseo, toda esa atención que tanto bien lograba hacerme a mí y, por supuesto, a mi libido. Había sufrido tanto que lo único que quería era curar mis heridas por sus besos, por esa manera de entregarse a mí, estando en unos brazos que me deseaban y no solo para satisfacerse a base de orgasmos, sino mucho más.

Gemí agarrando su cabello en mis dedos, en un instinto porque no se separase. Él me demostró hasta qué punto no pensaba hacerlo, pues me cogió en volandas y caminó conmigo hasta la ducha. Nunca me había dejado llevar bajo el agua, pero siempre había leído que era una fantasía muy recurrente y muy fácil de hacer aunque a mi juicio hubiese sido peligroso.

Él abrió el grifo y el agua cayó tan solo por mi brazo derecho, pero lo suficiente como para que diese un grito porque había salido helada.

—Perdón, perdón, perdón —dijo entre risas dejando de prestarme atención para regular el agua de la ducha consiguiendo que saliese caliente en esa ocasión—. ¿Mejor?

Asentí sonriendo antes de comenzar una nueva batalla de besos apasionados. Besarse en la ducha tampoco era algo maravilloso. Odiaba la manera en que mi ropa se iba empapando, que la sentía demasiado pesada y pegada contra mi cuerpo, pero si aquello terminaba siendo lo que prometía, ambos estaríamos desnudos en menos de lo que cabría esperar.

Su boca bajó a mi cuello. Cerré mis ojos por instinto y le di espacio para que pudiese recrearse en aquella zona de mi cuerpo tan sensible. Desde luego que era una zona erógena, porque yo perdía el control cuando sus labios se encargaban de hacerme sentir inmensamente deseada recorriéndolo con lentitud, como si su vida le fuese en ello.

Me abracé a él y jadeé en su oído notando que, en un momento determinado, sus dientes dejaron una pequeña mordida en mi cuello, suave, que sentí como una simple caricia, pero que, sin duda, había logrado despertar todo mi ser con la rapidez de un rayo.

Se separó para mirarme a los ojos y pude ver el fuego en los suyos por lo que, me negué a dar marcha atrás. Me quité la camiseta y la tiré al plato de ducha antes de ver que él bajara su mono descubriendo su torso. El deseo se incrementó en el siguiente beso que nos dimos. La temperatura del agua ya no era tan caliente ya que nuestros cuerpos habían empezado a estar febriles.

Bajé del todo la cremallera del mono y él se deshizo de mis pantalones antes de empezar a recorrer mi cuerpo con sus manos cuando la tela había desaparecido de mi cuerpo. Podía sentir cómo mis heridas iban poco a poco terminando por curarse, logrando que todo mi cuerpo se estremeciese por sus sutiles atenciones. A duras penas si comprendía porqué mi cuerpo sabía reaccionar mejor que mi cabeza, pero suponía que era un instinto. No dejábamos de ser animales al final.

Gemí contra sus labios en el momento que me liberó del sujetador. Mis senos golpearon piel con piel contra su torso y me permití el delicioso placer de disfrutarlo. Su calor lograba hacerme sentir de maravilla, despertar la libido con una fuerza sobrehumana.

—Dime que te encuentras bien porque no creo que pueda parar en esta ocasión —dijo jadeante antes de que sonriese. ¿Cómo podía cuidarme tanto?

—Ahora la fiebre que tengo es solo por tu culpa —contesté mirándole a los ojos.

La sonrisa de satisfacción no tardó en aparecer en sus labios logrando derretirme por completo una vez más. Atrapó mi boca besándome igual que si no hubiese un mañana, como si el tiempo fuese demasiado corto para que ninguno de los dos hiciese otra cosa que no fuese sentir.

Nuestras lenguas se entrelazaron, nuestros cuerpos se entregaron a la pasión y sus manos empezaron a recorrerme otra vez. Nos quedamos completamente desnudos, el uno frente al otro y cuando estuvimos así, supe que jamás podría vivir un momento más excitante en toda mi vida.

Sentí la fría pared de la ducha contra mi espalda. Los azulejos que las solían adornar, servirían para mantenerla mejor, pero ahora reconocía que odiaba con todas mis fuerzas que fuesen de ese material. Me agarré a sus cuello y él, con habilidad, me subí a su cintura antes de dejar mis labios para centrarse en mis pechos. Besó, mordió y lamió aquella piel tan suave consiguiendo que me fuese aún más difícil no necesitarle mucho más que antes.

Sentí que entraba en mi interior mientras que me acostumbraba a esa nueva posición. Gemí echando mi cabeza hacia atrás, aferrándome bien a sus hombros y me concentré en como cada centímetro iba rozando con lentitud mi interior, doblegándolo para que se fuese acostumbrando a esa invasión.

Aumentó el ritmo de sus caderas paulatinamente, entró tan profundo como la posición lo permitía y ambos volvimos a dejarnos llevar entre besos y jadeos al orgasmo más intenso.

Una vez recuperamos el aliento, Fabrizio me duchó y yo también intenté ayudarle con su propio cuerpo. Dejamos la ropa en el suelo porque él se empeñó en encargarse. Me llevó a la habitación y me dejó descansar allí, tranquila, acurrucada en las sábanas y sonriendo como si fuese una quinceañera que acababa de descubrir los placeres del sexo mientras él, todo un amo de casa, se encargaba de todo lo demás.

—¿Te apetece dormir? —preguntó cuando se tumbó a mi lado tan solo envuelto en una toalla.

Acepté gustosa la petición sin comprender hasta qué punto estaba agotada sin que yo misma me hubiese dado cuenta. Me abracé a él y dormí, dormí un sueño extraño, difícil, diferente. Un sueño que me dejó intranquila y que me despertó por los gritos que había en él. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora