Capítulo 5

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Quizá los azares del destino era más difíciles de comprender para mí que para otras personas, pero allí estaba, en una cafetería esperando que Felipe apareciera. Habíamos quedado para tomar algo y conocer más el uno del otro. No podía evitar reconocer que me estaba emocionando, como si eso pudiese ser el preludio de algo, pero después mi cabeza volvía a situarme en el mismo lugar que siempre me correspondía. Yo era a esa mujer que se quería como amiga y no como algo más.

Felipe apareció en la cafetería con una sonrisa de esas que te hacen saber que él parecía estar contento siempre. Me miró del mismo modo que lo había hecho la primera vez y me abrazó dándome dos besos cuando llegó a mi posición.

—Espero que no hayas estado esperando mucho, pero había un tráfico horrible.

—No, no te preocupes. Tan solo llevo unos diez minutos aquí.

Se sentó en la silla que estaba frente a la mía y me di cuenta que no tenía nada que ver la manera en que se vestía normalmente con aquella especie de personaje creado para ese momento. Unos vaqueros y un jersey fino de color gris. No tenía un cuerpo escultural ni tampoco era demasiado alto, pero por alguna extraña razón era perfecto proporcionado en todas sus partes. Yo, en cambio, digamos que era un melón que era mejor no abrir.

—Tengo que reconocerte una cosa —comenzó poniendo sus manos sobre la mesa—, eres la primera persona que va a ver una obra mía con la que he terminado quedando después en alguna parte. No sé. Es... extraño. Suelo separar mucho mi vida personal de mi trabajo, pero he de reconocer que me gusta haber encontrado una amiga más dentro del público.

Su sonrisa era contagiosa y logró el mismo efecto en mí.

—Yo tampoco estoy acostumbrada a salir con nadie dentro del mundo actoril, así que digamos que es algo nuevo para los dos —bromeé mientras me hacía con la carta plastificada entre mis dedos porque siempre me ponía muy nerviosa no saber qué hacer con las manos.

—Me encanta ser el primero, entonces. Admitiré que no todos son tan extraordinarios como yo, pero... —rio y esperó paciente a que le entregase la carta.

Cuando lo hice, me di cuenta que sin ese maquillaje era mucho más atractivo. Sus ojos destacaban sin ese negro y me gustaba aquella barba, le daba un aire interesante aunque solían gustarme mucho más los hombres que se afeitaban. No sabía porqué, pero esas caritas suaves tenían una magia especial para mí.

Me di un golpecito de felicitación a mí misma porque estaba buscándole defectos y eso significaba que era mucho más fácil que no terminase enamorada como una colegiala. Era mi manera de alejar el amor de mi corazón y solía ser bastante efectivo.

—¿Qué vas a pedir? —preguntó levantando la mirada de la carta y descubriéndome mirándole.

—Un café solo ¿y tú?

—Estaba pensando en un batido de estos sanos —dijo volviendo a mirar a la carta y me la acercó señalando con un dedo a lo que se refería—. ¿Tú cuál crees que estará mejor?

Mordí mi labio inferior intentando pensar en cuál de todas esas mezclas podía estar buena, pero ninguna me hacía ninguna gracia. Había probado alguno de esos batidos sanos y maravillosos que todos decían que les encantaban y para mí estaban asquerosos por lo que no podía permitirme opinar ni recomendarle alguno.

—Estoy entre estos dos —comentó señalando uno que tenía el color verde por excelencia y otro el rojo.

—Hagamos algo —propuse—. Dejo el café para otro momento y pedimos los dos. Así puedes probar y te quedas con el que más te guste.

—Pero... ¿y si a ti no te gustan? —Frunció el ceño recordándome que, efectivamente, había dicho una tontería.

—Seguro que no están tan malos, digo yo —susurré.

Después de preguntarme unas cinco veces si estaba segura y responderle de manera afirmativa. Llamamos al camarero y le hicimos aquella petición. Se marchó rápido y me incliné hacia delante buscando ser yo quien sacase el tema de conversación esta vez.

—¿Qué tal terminó la fiesta cuando me fui?

—Bueno, no te perdiste mucho, en realidad —dijo encogiéndose de hombros—. Solo me quedé desnudo y se montó una orgía. —Cuando vio mi rostro no pudo evitar soltar una carcajada—. No, no, es broma. En serio. La verdad es que fue bastante aburrida. Todos estaban bebidos o la gran mayoría, así que me marché a mi casa pronto para descansar.

—No creo que llegases muy pronto porque...

—Sobre las cuatro de la mañana, creo. Me refería a que no estuve mucho tiempo más después de que te marchases.

Asentí y me obligué a no pensar en las cargas románticas que pudiese tener esa frase porque él no las había insinuado y serían solo producto de mi imaginación a la que le gustaba jugara las bodas con cualquiera que fuese mínimamente amable.

—¿Al final tenéis valoración ya de las críticas?

—Sí. Sí —asintió emocionado—. Nuestro director está en una nube, ni te imaginas. Está encantado de todo lo bueno que han dicho los críticos, pero siempre nos recuerda y, es algo que yo también tengo en común con él, que el verdadero crítico es el público. Así que ya se verá cuando sea una función mucho más grande. La próxima será el estreno oficial para el resto de las masas, para el público en general que quiera ir y no solo los afortunados, así que habrá que cruzar los dedos. Ese público es el que no se equivoca nunca.

Podía entenderlo. Toda persona que vivía del arte tenía que enfrentarse a la crítica artista que tenía conocimientos, pero también a todos los que consumirían ese arte. No era tan sencillo como otro trabajo, allí había que entrar en los gustos, atraer, seducir de alguna manera. El público podía encumbrar a la fama o hundir en la miseria.

—Desear suerte era algo malo en el teatro, ¿no?

—Lo peor —musitó mirándome como si hubiese dicho el insulto más horrible del mundo—. Solemos decirnos «mucha mierda» o «rómpete una pierna».

—Entonces os deseo mucha mierda a todos.

Sonrió agradecido y el camarero nos trajo aquellos batidos. Observé que ambos estaban en unos elegantes vasos de cristal que tenían la forma que aquellos que había visto en las películas de los años cincuenta o en grandes producciones. Probablemente podían conseguirse con facilidad, pero me maravillaron durante un segundo por tener esa forma tan característica.

—¿Cuál quieres probar primero? —preguntó sacándome de mi ensimismamiento.

—Creo que el verde.

Puso el verde delante de mí y él se quedó con el rojo. Dimos cada uno un sorbo como si nos estuviésemos deseando suerte y cuando notamos el sabor, nuestras caras fueron la máxima expresión del disgusto. No nos gustaban ni lo más mínimo.

—Mmmm qué rico —rio antes de coger la pajita y cambiarnos el vaso.

—Se nota que es tu favorito, sí —bromeé logrando que soltase una nueva carcajada.

—Como el tuyo. Ni sé porqué cambiamos.

Metimos las pajitas en la otra copa y probamos los otros batidos. Sorprendentemente me gustó el rojo y a él parecía encantarle el verde.

—No está mal —acepté de un grado aunque seguro que me encantaría cualquier cosa que no fuese ese líquido verde.

—No, no mientas, te gustó mucho más este, te lo vi en los ojos. Verde que te quiero verde apareció escrito.

Volví a reirme intentando contener las ganas de soltar una de esas carcajadas que hacen temblar las paredes o algo parecido porque sabía que asustaría a cualquiera. Un ataque de risa donde los haya, eso es lo que tuve y Felipe pareció seguirme en ese ataque ya que no paró aunque tenía la impresión que se estaba riendo más de verme reír que de su propia gracia. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora