Capítulo 7

1 0 0
                                    

Cuando llegué a mi casa después de aquella tarde con Felipe, dejé que mi bolso cayese en el suelo. Me quité los zapatos a patadas y como tenía el wifi conectado, noté la cantidad de mensajes que iban entrando en el mismo. Sabía que todos eran de Daniela. ¿Quién más que ella podía preocuparse por lo que me pasase? Nadie más lo sabía. Además, Felipe había sido tan caballero que me había acompañado hasta la puerta de mi casa.

No quise mirar por la ventana porque si lo hacía dejaría que mi corazón cayese en ese enamoramiento patético que no podía permitirme. Así que, centrándome en el dichoso teléfono, accedí a leer los mensajes que no eran nada más que miles de preguntas por parte de mi amiga.

Tan solo le respondí una vez. No quise hablar más.

«Tiene una hija».

Para mí que tuviese una hija no era compatible con la idea de ser un padre soltero. ¿Por qué lo sería? Me hubiese hablado de ello, hubiese sido un matiz necesario. Debía estar aún con la mujer que había logrado engendrar a esa pequeña a su lado.

En cuanto Daniela leyó el mensaje, el teléfono comenzó a sonar una vez más. Ahora me estaba llamando, quería hablar conmigo y quizá hacerme pensar que había más posibilidades en todo eso. No quería escucharla, era mucho mejor así. Si pensaba en todo lo que Felipe me había dicho volvería a agarrarme a un clavo ardiendo y a soñar con algo que no podía ser.

Respiré profundamente cuando la tercera llamada de Daniela entró en el teléfono y opté por descolgar.

—¿Sole? ¿Estás bien?

Suspiré antes de contestar.

—¿Sabes? Felipe tiene razón en algo. Tengo que conocer chicos, urgentemente.

Ella sabía lo que eso significaba.

—Esta noche, a las diez.

A esa hora estaba lista. Daniela me había comprado hacía años un vestido que jamás me había puesto y unos tacones en unas Navidades que me había jurado que no tocarían mis pies. Necesitaba dejar que esa diosa que Felipe había visto saliese de mi cuerpo y no había más remedio que salir de la zona de confort.

Cuando llamó a la puerta, fui para abrirla y me encontré a Daniela que se llevó la mayor sorpresa de su vida.

—¡Deja que te mire! —dijo emocionadísima y cogió mi mano para darme una vuelta sonriendo casi orgullosa—. ¡Estás impresionante!

Reí negando por aquella tontería que acababa de decir porque yo e impresionante no podíamos coexistir en este planeta.

—He llamado a algunos de mis amigos, esos que siempre te has negado a conocer —me explicó antes de sacar de su pequeño bolso una especie de boli que era un pulverizador de perfume, dio un toque de manera que mi escote se perfumó—. Sé que no te gustan ni un poquito, pero es hora de que te olvides de tonterías y te dejes llevar.

Asentí muchas veces como si fuese mi entrenadora y estuviese a punto de salir al campo demostrando que estaba concentrada en mi objetivo. Me negaba a pensar en otra cosa que no fuese ser diferente, pero al mismo tiempo ser quien era en realidad. Tenía que hacer lo que sentía y no lo que mi mente me decía que tenia que hacer. Sí, eso era.

Dos horas más tarde estábamos en el sitio más exclusivo porque después de hora y media de cola habíamos logrado entrar. Me había presentado a esos amigos, en realidad a una parte, que se habían quedado para hacer cola con nosotras porque otros debían buscar a los que ya habían entrado que tenían cierta mano en aquel local.

Me negaba a pensar que hubiesen tardado una hora y media en encontrarles, pero ellos aseguraban que sí. De todos modos, ese no era el caso. Todos los chicos que estaban allí eran impresionantes. Se parecían a Mikel el ligue que había logrado Daniela durante la función teatral.

Cuerpos esculturales, guapos de revista... Suspiré al ver a tanta belleza junta y me pregunté cómo era posible que no estuviesen en pareja o algo semejante, pero parecía que todos tenían un patrón en común: la pareja no era lo suyo. Yo, por eso, tenía que aceptar que ese debía ser mi nuevo mundo, al menos por esa noche. Olvidarme del romanticismo y centrarme tan solo en ligues, en intentar gustar a alguien.

Una parte de mi cabeza no dejaba de pensar que estaba en un universo que no me pertenecía y que no era nada más que una acoplada. Pero la otra, la que se había obligado a vestirse así, se había puesto de jarras y le estaba gritando a mi antigua yo que todo era cuestión de actitud y no solamente de cuerpos esculturales.

La música estaba a todo volumen y cuando me fueron presentando a todos uno por uno, tuvieron que hacerlo a la altura de mi oído y gritando porque era incapaz de escuchar nada si no. Dos besos para cada uno, esa parecía la costumbre. Así que cuando todos esos adonis impresionantes volvieron a estar allí casi como un catálogo de lo que sería el cielo para cualquier mujer, supe que hablar no era una opción para entretenerles con esa música insufrible.

Una ronda de chupitos llegó de alguna parte. Cogí uno y me lo bebí de un trago, sin pestañear siquiera. Luego, me levanté y pregunté si querían ir a bailar. Daniela se animó y con ello un grupo de otros cinco chicos para ir con nosotras; otros, en cambio, estaban enfocados en ligar con algunas presas con las que ya habían hecho contacto visual.

Fabrizio era uno de los chicos que había venido con nosotras y fue el único que se acercó más a mí, como si prestarme atención no le resultase repugnante o algo parecido. Su sonrisa era deslumbrante, de esas que logran derretir todo lo que una podía tener envuelto en hielo en su interior para que nadie se lo arrebatase con facilidad.

Nuestras miradas se encontraron, los bailes continuaron. Sus manos tocaron más de lo que yo hubiese querido, pero tenía que dejarme llevar. No pasaba nada porque estuviesen en mi cintura y bajasen a mis caderas abarcando todo lo que pudiesen por encima de ese vestido. Cerré los ojos, sonreí encantada. Era la primera vez que la liberación se abría paso y me recordaba que yo podía ser tan mujer como cualquier otra. Nadie tenía derecho a robarme ese privilegio.

Abrí los ojos y volví a centrarme en mi acompañante, pero cuando vi sus facciones, me encontré con el rostro de Felipe. El resto de personas habían desaparecido del lugar. Lo único que existía era él. La música seguía imparable y me atraía a su cuerpo con la misma fuerza que lo había hecho en ese magnífico baile en el teatro. Nuestros rostro estaban demasiado cerca, tanto que volvía a sentir su aliento golpeando mi piel una vez más. Me negué a pensar, sentí y atrapé su boca en un beso intenso, de esos que sabes que solamente tienen un motivo, que alguien te gusta lo bastante como para perder todo el control de lo que está bien y lo que está mal.

Cuando nuestros labios se separaron, no estaba con Felipe sino que era Fabrizio quien seguía allí. La música era la misma y la gente había vuelto en un parpadeo. Había soñado despierta, probablemente el mejor sueño que había tenido nunca. Sin embargo supe varias cosas por él. La primera es que no me había importado besar a alguien que a penas conocía; la segunda, que Felipe me gustaba más de lo que era bueno para mí y la tercera, es que hubiese deseado con todas mis fuerzas que ese beso hubiese sido con él y no con alguien que ahora podría pensar que tenía todas las puertas abiertas para entrar en mi cama. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora