Capítulo 9

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A la mañana siguiente me dolía la cabeza igual que si me hubiese pasado un camión por encima. Me costaba abrir los ojos. Recordaba bastante poco de lo que había pasado. Fabrizio, besos, Felipe... Suspiré pesadamente y luego escondí bajo las sábanas negándome a aceptar que el sol estuviese taladrando aún más mi cabeza por la fuerza de sus rayos.

Si algo no me gustaba de salir y todo lo que solía conllevar, era la mañana siguiente. Odiaba todo el cuadro que traía consigo la resaca. Boca pastosa y que sabía fatal, ganas de vomitar o náuseas, malestar general... Sabía que había personas que tenían sus propios remedios para eso, pero quizá por la falta de práctica, yo carecía de ellos. No sabía cómo Daniela podía pasar por algo así todas las mañanas, pero según sus propias palabras ya se había acostumbrado al alcohol que para tener una verdadera resaca tenía que beberse muchos más litros. Suponía que por un lado era bueno para evitarse un malestar como el que yo tenía ahora mismo, pero también sabía que mi cuerpo probablemente no pensase lo mismo si le obligase a enfrentarse al ritmo de vida que tenía mi amiga.

Miré por encima de las sábanas y me odié por haberlo hecho. Lo que no podía era quedarme en la cama porque el trabajo siempre mandaba sobre cualquier otra cosa. Así que, aunque no quería, me levanté y fui a lavarme los dientes todo lo posible porque aquel olor tenía que desaparecer de algún modo.

Ducha, vestirme, gafas de sol y de nuevo estaba lista para enfrentarme a mi trabajo de cara miles de niños que tendría que cuidar aunque no tuviese ganas. La próxima vez mataría a Daniela porque un domingo no se salía, no se debía salir, aunque había sido tan solo cosa mía.

A las tres de la tarde no era persona. Me metí en el vehículo de Daniela y ella me miró con la misma pena que lo haría quien sabe lo que he tenido que pasar.

—No hables, solo...

Levantó la mano aceptando mis órdenes y volvió a ponerse en marcha. Teníamos un trato siempre que salía con ella y me quedaba hasta las mil y es que debía llevarme en su coche a mi casa al día siguiente aunque se tuviese que desviar o venir desde otra ciudad. No era su culpa, pero siempre se sentía responsable por mi malestar y yo me beneficiaba de ello. Lo que menos necesitaba en ese momento era volver a meterme en el metro con un montón de personas para llegar a casa. No. No quería más ruido.

—Me ha llamado Fabrizio —dijo de pronto.

La miré por encima de mis gafas de sol que había tenido que quitarme mientras los niños habían estado delante y por eso había sentido un poco de resquemor hacia ellos durante esas horas.

—¿Qué?

—Sí. Eso. Me ha llamado, me ha preguntado por ti y me ha dicho si tenía tu número.

—¿Se lo has dado?

—No porque sabes que no haría eso. —Hizo una mueca seguramente recordando un momento que era mejor no repetir en nuestras vidas—. Pero me ha dicho que si te interesa volver a hablar con él que te pase su número.

Mordí mi labio inferior mirándola con toda la incredulidad del mundo.

—Me estás vacilando, ¿no?

—No —dijo mientras se encargaba de dar vueltas al volante para maniobrar hacia la izquierda—. Ya viste que ayer estuvo muy pegadito a ti. Además, chica, quien después de darle un morreo como el que le diste no quiera saber de ti es gay fijo.

—Ah, eso...

Me giré en el asiento porque me daba una vergüenza tremenda tener que hablar de aquello.

—Sí, eso. ¿Se puede saber qué te pasó ayer? Ni tan siquiera habías bebido lo suficiente y ya le estabas comiendo la boca.

Subí mis gafas de sol para que los cristales me tapasen los ojos por completo y accedí a contarle a ella la verdad.

—Me imaginé a Felipe.

—¿¡Qué!? —dio un volantazo que tuvo que nos puso en peligro de tener un accidente.

—¡Joder, Daniela! Mira a la carretera o nos vamos a matar.

—¿Me estás diciendo que te imaginaste a Felipe y que por eso besaste a Fabrizio? —preguntó ella casi a chillidos obviando todo lo que le acababa de decir. Tampoco le importaba una mierda mi dolor de cabeza así que no tomó en cuenta mis quejidos—. Pero, ¿se puede saber qué coño te pasa con ese tío? ¿Te has enamorado?

Suspiré y negué.

—Enamorarme, no. Pero yo que sé... me encanta.

—Pero si le acabas de conocer...

—¡Por eso! —me arrepentí en cuanto grité—. Por eso quiero olvidarme de esta tontería que me ha entrado con él.

Escuché que resoplaba antes de negar repetidas veces chasqueando la lengua.

—¿Y qué vas a hacer?

—Como comprenderás me voy olvidar de él si es un hombre casado y si le gusto a Fabrizio pues...

—¿Un clavo saca a otro clavo? —preguntó enarcando una ceja.

—Supongo...

Daniela se relamió los labios y luego me miró de reojo.

—Entonces esperemos que clave bien.

Reí al escucharla porque era bien guarrindonga cuando se lo proponía. Tenía una manera de expresarse que lograba sacarme carcajadas porque a fin de cuentas era políticamente incorrecta en todos los sentidos. Después, me quedé mirándola.

—¿Qué?

—Nada —dije desviando la mirada.

—Te prometo que no puedo decirte cómo es Fabrizio en la cama. No es mi tipo y no me he acostado con él —aseguró levantando una de las manos del volante—. Te lo juro por lo que quieras.

Hice una mueca. Por un lado me gustaba el hecho de que Daniela no hubiese sido amante de Fabrizio, pero por otro debía admitir que me hubiese gustado saber más intimidades en ese sentido porque tampoco quería encontrarme nada raro si finalmente accedía a que hubiese mucho más entre nosotros que un simple beso y un baile al ritmo de las últimas canciones de reguetón.

—Dame el número —susurré de pronto logrando que Daniela diese un grito de aleluya que casi logró romperme los tímpanos y explotarme la cabeza. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora