Capítulo 23

1 0 0
                                    

La dulzura de sus atenciones era algo que no había experimentado antes. Habíamos terminado de comer y acarició suavemente con las yemas de sus dedos mi piel con mucha dulzura. Era demasiado adorable. No podía ser más tierno. Me pregunté hasta qué punto un hombre así podía ser real y no esconder algo mucho peor en su interior. Quizá el problema era que estaba demasiado herida pensando que, probablemente, no me merecía nada de todo lo que estaba recibiendo por su parte.

Aún tenía en mi cabeza a Felipe. Me sentía fatal en cierto sentido. Culpable sería la verdadera expresión que debía usar. Sin embargo, aquello debía ser solo cuestión de tiempo. Había pensado en Felipe porque había visto que me había mandado un mensaje, pero nada más. Él había desaparecido durante muchas horas de mi mente y no podía culparme tampoco porque me sintiese mal si hasta hacía unas horas había estado penando con fiebre incluida por un amor que no había podido ser ni sería, por un amor inventado, por... No, tenía que dejar a un lado todo lo que tuviese que ver con él.

—Te noto distraída —dijo llevando de nuevo mi mano a sus labios para dar un beso en mis nudillos.

—Pensaba en las clases. En el grupo de WhatsApp que tuve que silenciar —mentí diciendo lo primero que se me vino a la cabeza.

—¿Un grupo de tus clases?

Asentí y me levanté de la mesa para empezar a recoger todo.

—Ahora se ha extendido una especie de moda, por control y ayuda, más que otra cosa, pero tenemos un grupo de WhatsApp con los padres de los niños que atendemos, incluso en infantil. Sirve para que puedan decirnos quién no irá y esas cosas, aunque les vio algo más de utilidad en primaria por las tareas... —comenté antes de meter los platos en el lavavajillas.

—Así que ahora tienen los padres acceso directo a los profesores de sus hijos, ¿no?

Moví mi cabeza ligeramente.

—En cierto sentido, sí. Lo único es que no sé, no estoy muy de acuerdo en ciertas cosas, pero casi parece una normativa.

Fabrizio se levantó y colocó los vasos mientras me escuchaba.

—Así que ahora los niños no tienen que tener ninguna responsabilidad porque los profesores están al alcance de un mensaje, ¿no? —dijo antes de regalarme una de esas miradas que podían derretir un iceberg completo aunque solo tuviesen una milésima parte sobre la superficie del agua.

Asentí mordiendo mi labio inferior.

—Comprendo. ¿Y por qué tuviste que silenciarlo?

Resoplé antes de cerrar el lavavajillas cuando todo estuvo en su sitio.

—No puedes ni imaginarte la cantidad de veces que me encontré al negro del WhatsApp en mi galería desde entonces.

Él soltó una carcajada pensando que era broma, seguramente, porque cuando vio que yo no me reía, su expresión se modificó por completo.

—¿En serio?

Asentí varias veces.

—No hacen nada más que hablar. No paran. Me paso los días ignorando para que a la mañana siguiente haya unos mil mensajes en el condenado grupo. No puedes imaginarte hasta qué extremo me estreso cuando oigo la condenada campanita sabiendo que es por ellos y solamente ellos. —Llevé mis manos a mi cara intentando taparla para así respirar hondo alejándome de todo lo demás.

—No sabía que te estresaban tanto los mensajes.

Le miré entre mis dedos dispuesta añadir algo.

—No son los mensajes. Por ejemplo, si tú me llenases de mensajes, no me importaría. Son esos mensajes, esas tonterías, el intentar ser el más gracioso del grupo y todo eso... No sé, supongo que estoy más echa para las dinámicas sociales de los niños que para lo que significa estar en un grupo de adultos —sentencié antes de encogerme de hombros.

Sonrió antes de acercarse a mí mientras sus dedos jugaban con mi pelo para quitarlo de encima de mi rostro. Cerré mis ojos antes de centrar mi atención en él.

—¿No te importaría? ¿En serio?

Reí un poco antes de cruzarme de brazos.

—¿Te quedaste con eso de todo lo que dije?

—No, te escuché todo, pero quería asegurarme de eso.

Suspiré profundamente antes de apoyar mi cabeza en su hombro haciendo morritos. Di un beso a su mejilla y después, me acurruqué en su pecho.

—Eres un bobo, lo sabes, ¿no? —pregunté soltando una pequeña risa.

—Lo sé. Pero es que hay una señorita que está logrando que pierda por completo el sentido.

Alcé mis cejas mirándole y comencé a jugar con el cuello de su camisa.

—¿Ah sí? ¿Has conocido a alguien?

Frunció el ceño antes de que una sonrisa cruzase su rostro.

—Sí. Bueno, en realidad la estoy conociendo, ¿sabes? No es como otras personas que solo con un vistazo pareces saber todo de ellas. No, esta chica es diferente a todas las personas que he conocido —susurró dejando después unos pequeños besos por mi mejilla logrando despertar un agradable cosquilleo que me hizo estremecer de los pies a la cabeza.

—¿Y por qué dices eso? ¿Es difícil de entender?

Él negó acariciando en el proceso mi piel con la punta de su nariz.

—No. Es única, es complicada porque es única. Su manera de ser, de actuar...

—Entiendo. Se te ve muy pillado por ella.

—Puede que lo esté. —Besó despacio mi piel, bajando hasta la mandíbula y dedicándose a atender cada milímetro de la misma como si mereciesen tanto cuidado. Casi parecía estar venerando cada parte de mí y aunque a duras penas si se movía de mi mandíbula, no podía negar que tenía efecto por todo mi cuerpo.

—Ten cuidado...

—¿Por qué?

Bajó un poco más su boca y se aventuró a rozar con sus labios tan solo aquella zona donde salía la papada, pero que, por suerte para mí, tenía tersa aún y sin un solo depósito de grasa de más.

—Enamorarse puede ser muy peligroso —confesé cerrando los ojos antes de que besase mi cuello.

—Y precisamente, por lo peligroso que es, incita a vivirlo.

Se separó de mi piel y abrí los ojos cuando ya no sentí su contacto. Nuestras miradas se encontraron y noté cómo mi estómago reaccionaba igual que si estuviese a gran altura, como si un paso en falso me llevase a caer por el precipicio. Sus labios atraparon los míos en un beso lento, dulce y suave, logrando que, al final, perdiese ante las barreras que mi corazón podía haber puesto una vez más. ¿Era tan malo dejarse ser amado por otra persona que se sabía que lograría ganarse el corazón? Solo esperaba que no fuese de ese modo, porque, de ser así, sería la primera en bañarme en las aguas del infierno. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora