Capítulo 31

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—Yo creo que deberías hacerle caso —dijo Daniela mientras me vendaba el tobillo como había aprendido a hacérselo a sí misma por distintas técnicas y secretos que no sabía porqué conocía y el resto de la humanidad no.

—Ya, y también debería hacer muchas otras cosas que no hago, pero la vida es así y no voy a pisar en hospital aunque me lo pida con esa...

Daniela me miró parando el vendaje y me regaló una sonrisa.

—Sé a qué te refieres.

Reí negando mientras apartaba a Fabrizio de mi cabeza.

—Date prisa porque me ha dicho que estaría aquí en quince minutos y...

—No queremos que nos pille con las manos en la masa, ¡entendido!

Una vez que terminó de vendarme el tobillo, hizo una mueca, pero le había quedado perfecto, como el de toda una profesional.

—¿Te duele al plantar?

—No. Si puedo hacer todo el juego sin problema, es solo para que no se preocupe, no me lo pongo por otro motivo. No creo que deba ir. En quince días se va la inflamación y punto. Ya me encargaré yo de ponerme calor y esas cositas —dije echándome hacia atrás para descansar en todo lo largo del sofá.

Negó como si quisiese regañarme, pero no salió una sola palabra de su boca. No podía reprocharle nada porque había salido de su trabajo para recogerme en el taller de Fabrizio. Ella había sido mi cómplice y aunque aún tenía una pregunta que hacerle, suponía que estábamos a mano por las veces que yo la había salvado a ella.

—¿De qué habéis estado hablando?

—¿Fabrizio y yo?

Asentí buscando un cojín más para ponerlo bajo mi cabeza sin tan siquiera levantarme.

—Me ha pedido que te cuidase. Le tienes preocupado, ¿sabes? Mucho. Me dijo que te había visto que no podías levantarte, pero había visto algo más, algo que le había asustado de verdad y no quería que te dejase sola. —Metió todas las cosas en el botiquín que había sacado cuando había buscado como el torbellino que era aquellas vendas.

—Es que... Han pasado más cosas de las que sabéis los dos...

—Sé que os jodió la cita el idiota ese con su familia.

Salió de la habitación para llevar el botiquín a su lugar y regresó mientras se quitaba los guantes que se había puesto para vendarme.

—Y vino aquí.

Daniela se quedó con un guante a medio quitar mientras abría sus ojos demostrando su sorpresa.

—¿Cómo que vino aquí?

—Sí. Se presentó aquí para regañarme por el espectáculo que habíamos dado delante de su hija. Me preguntó si estaba enamorada de Fabrizio como si fuese de su incumbencia, discutimos y...

—¿Y?

—Nada, se marchó. Se esfumó.

Terminó de quitarse los guantes antes de hacerlos un guruño y tirarlos en la papelera. Cuando regresó, cogió mis piernas, las levantó y se sentó en el sofá mirándome fijamente, de esas miradas que saben que van a decirte algo importante y están preparándote para lo que te van a decir.

—No vuelvas a abrirle la puerta, ¿me oyes? Nunca.

—No tienes que decírmelo dos veces. No pensaba hacerlo. Ya he pasado dos numeritos en este salón con él y no quiero ni necesito un tercero —reconocí mirando al techo y dándome cuenta hasta qué punto necesitaba una nueva capa de pintura.

—Bien. Dijiste que te olvidarías de él, que vas a centrarte en Fabrizio y él es mil veces mejor que ese tío que no sé a qué está jugando, pero como me entere que quiere... verás, ¿eh? Que yo le meto un par de tortas y me quedo tan ancha —amenazó a alguien en el aire moviendo sus manos de manera teatral porque cuando se enfadaba, era demasiado visceral, se dejaba llevar por todos sus instintos no permitiéndose, de ninguna manera, que nadie tocase aquello que ella consideraba que debía ser cuidado entre algodones, en este caso, a mí.

—Tranquila, Dani, en serio. Ya fue. No creo ni que él tenga ganas de aparecer ni tampoco creo que yo tenga ganas de verle. Es más... llevo pensando un tiempo que quizá sería mejor que pudiese el traslado a otra escuela, ¿sabes? Para no tener tampoco oportunidad de verle o algo así.

Mordí mi labio inferior ya que había dejado escapar un pensamiento que había sido solo personal hasta la fecha.

—¿Crees que sería lo mejor? Ese colegio te encanta.

Suspiré antes de mirarla.

—A veces hay que hacer pequeños sacrificios. Además, he estado trabajando como una idiota en miles de cosas desde que mi ex me fastidió de lo lindo. Tampoco es una gran pérdida. Niños hay en todas partes y este curso acaba de comenzar como aquel que dice. Se harán a su nueva maestra y será más fácil que no me encariñe con ellos ya que ha sido muy poco tiempo —expliqué intentando ser más racional que otra cosa porque yo misma sabía que me había encariñado con los pequeños nada más verles, ese primer día en que había visto que se habían puesto a llorar algunos porque sus madres los dejaban conmigo.

—Pues si crees que es lo mejor...

—No sería la primera en hacer algo así o en tomarme una excedencia, ¿no? O un año sabático o no sé...

Asintió cruzándose de piernas elevando las mías en el proceso como si no pesasen absolutamente nada. Siempre me sorprendía la fuerza que tenía Daniela aunque aparentase ser mucho menos fuerte.

—Está bien. Yo creo que suena de maravilla esa propuesta.

Cuando iba a contestar, sonó el timbre de la puerta. Daniela se levantó y fue a abrir asegurándose primero por la mirilla de quién se trataba. Fabrizio apareció al otro lado y me sonrió en cuanto nuestras miradas se cruzaron.

—He podido escaquearme antes del trabajo. Ya me descontarán lo que sea, pero como solucioné el problema creo que mi jefe será indulgente. Puedes irte a trabajar, Dani, yo ya me encargo de ella —explicó quitándose el abrigo y demostrando que, efectivamente, había salido de trabajar porque aún no se había quitado el mono. Había venido a toda prisa.

—Os dejo. Luego vengo a visitarte, preciosa —Dani me lanzó un beso y salió antes de que yo misma pudiese despedirme.

—¿Cómo sigues?

Resoplé porque había pasado demasiado en poco tiempo, así que, me levanté bajo el asombro y las quejas de Fabrizio y dejé un beso en sus labios de esos que uno sabe que la conversación esconde más cosas y que le gustaría decir demasiado, pero que no puede.

—Hola —susurré contra sus labios—. Y gracias.

Su sonrisa no se hizo esperar y con los dedos, acarició mis mejillas perdiéndose en mis ojos como si no hubiese nada mejor que hacer que sumergirse allí. ¿Podría ser el hombre de mi vida? Despejé todo lo demás que pudiese dibujarse en mi mente, recordándome qué, yo podía hacer que fuese así.

—No tienes nada que agradecer, preciosa.

—¿Cómo que no? Si eres un caballero andante.

Movió su cabeza mirando hacia arriba sonriente antes de matizar:

—Tu caballero andante —hizo énfasis en esa primera palabra porque sin pretenderlo, me sentía la mujer más especial de la faz de la Tierra. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora