Capítulo 15

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Nos despedimos de Felipe y Aurora cuando terminamos de comer. Fabrizio se había ofrecido a acompañarme a casa. Aún podía sentir el calor de Felipe cuando me dio un abrazo y me susurró al oído que veía que sí, que estábamos hechos el uno para el otro. No sabía si me había gustado o me habían hecho daño esas palabras viniendo de él, pero también sabía que era ridículo pensar en alguien que estaba destinado a otra persona.

—¿Quieres oír algo gracioso? —preguntó mi acompañante abriéndome la puerta de su coche.

—Claro.

—Cuando te vi en el restaurante, pensé que me había metido en una familia o algo parecido. Quizá fue una ridiculez, porque luego comprendí que no había nada entre vosotros, pero temía que...

Sabía que algo así había tenido que pasar, por lo que puse un dedo sobre sus labios negando con mi cabeza.

—Te confundiste. Esa estampa familiar que tú creíste ver no era nada más que uno de los momentos más embarazosos de mi vida. Jamás he salido a comer con un hombre casado y su hija por mucho que sea alumna mía, así que, ya puedes suponer que no estaba en mi salsa, precisamente —no le estaba mintiendo en realidad, no estaba cómoda con él, pero por razones muy diferentes. Yo sí que sentía algo por él o eso me había estado diciendo mi corazón todo ese tiempo. Ahora, sin embargo, no quería pensar en el dolor que poco a poco se estaba abriendo paso en mi pecho al recordar su rostro porque Fabrizio lo curaba con sus atenciones y su sonrisa.

—Ya, es solo que...

—Lo sé. A mí me podría haber pasado lo mismo —dije con una sonrisa en los labios.

Sin entender bien porqué, me atrajo a su cuerpo y me envolvió con sus brazos logrando calmar esa pequeña desazón que había logrado masacrar las barreras que le había puesto a mi corazón una vez más.

—¿Dijiste en serio lo de ir a ver su obra? —pregunté de pronto.

—Claro. —Depositó un beso en mi frente antes de añadir—: Quiero hacerlo todo contigo.

—¡Tienes que ir! —gritó Daniela exaltada después de que le contase lo que había pasado en aquella comida.

La miré como si acabase de decir la mayor burrada de la historia y aunque probablemente yo tenía muchas más razones que ella para enfadarme, comenzó a despotricar en bajo, siempre lo hacía.

—No me vengas con tonterías, ¿me oyes? Vas a ir a ver esa función con Fabrizio y vas a dejar que te empotre con la pared como mereces, ¿me oyes? —Señalándome con el dedo se acercó a mí igual que una madre regañona—. Me niego a seguir viéndote por las esquinas padeciendo lo que te dijo ese idiota. ¿Sabes porqué te has colgado de Felipe? ¡Porque hueles a los casados! Una parte de ti lo sabía y lo que te gusta es sufrir gratuitamente.

La miré queriendo contradecirla, pero se negó a darme hablar.

—No. No hay peros ni mierdas de esas. Vas a coger ahora mismo y te vas a hacer con las primeras dos entradas de la función que encuentres y no me importa si te calientas con quien te dé la gana, tienes que hacer el favor de permitirte liberarte de una puñetera vez —protestó antes de inclinarse hacia delante para coger mi portátil y ponérmelo sobre las piernas—. Te sientes bien con Fabrizio, ¿no?

—Sí, pero...

—Ni peros ni leches. Acelera las cosas y vas a ver como todo es mucho más sencillo. Una vez que te lleve a la cama se te quitará la tontería —argumentó cruzándose de brazos y dirigiendo una mirada que me señalaba primero a mí para luego centrarse en el ordenador dándome una orden silenciosa.

—¿Sabes que no te soporto ni lo más mínimo cuando te pones así de insoportable? —pregunté abriendo el portátil.

—Deja de mentirte. Me adoras siempre.

Colocó uno de sus brazos tras mi espalda dándome una de esas sonrisas brillantes de chica que no ha roto un plato. Sí, claro. Como que yo podía llegar a creerme algo así. Todo el mundo sabía lo que se escondía detrás de la preciosa sonrisa de Daniela y, a menudo, eran malas intenciones. Rompía vajillas enteras allí por donde pasaba.

Suspiré mirando la pantalla y entré en el navegador sabiendo que si no las compraba yo lo haría ella. Pasé mi dedo por el ratón y cuando estuve en la página correspondiente, me hice con dos localidades. No era para la próxima función sino para dos funciones más allá, pero en esas dos semanas esperaba poder prepararme mentalmente para enfrentarme a ese momento, eso o asegurarme de devolver las entradas para no tener que pasar por semejante trance.

—¡Perfecto! Ahora, ven que tenemos cosas que hacer —me informó una Daniela de muchísimo mejor humor que antes.

Se levantó del sofá arrastrándome con ella y supliqué a quien estuviese allí arriba que me diese algo de paciencia para soportarla aquel día. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora