Capítulo 35

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Fabrizio se fue a recoger unas cuantas cosas de su piso aprovechando que Daniela había llegado después de cenar. Ella sonreía, pero no parecía tener un buen día. Nadie se daba cuenta de esas cosas porque nadie la conocía como yo.

—¿Estás mejor del pie? —preguntó hundiéndose en el sofá más cercano.

—Sí. ¿Qué es lo que te pasa a ti? —Dejé a un lado el vaso de agua y me acerqué a ella sin plantar ni un solo segundo ese pie para que no me dijese nada.

Negó un par de veces como si no fuese a decírmelo. Acaricié suavemente su cabello con mis dedos y dejé un beso en su mejilla.

—Está bien. ¿Recuerdas a ese chico? —dijo sin mirarme ni una sola vez.

—El que te pidió las citas, ¿no?

Asintió y pude ver que fruncía el ceño antes de dejar escapar una risa falsa, dolorosa, incluso.

—Tenía novia. La estaba engañando conmigo. Bueno, por lo menos eso era lo que quería y casi lo logra. —Se cruzó de brazos y dijo algo entre dientes que que no fui capaz de entender.

—No ha pasado nada, ¿no? —pregunté antes de recordar que yo misma había besado a un hombre casado. Tenía que olvidarme de ese momento o no volvería a levantar cabeza en la vida—. Para que no te arrepientas de nada.

Daniela me miró y pude distinguir las lágrimas que estaban luchando por permanecer en las cuencas de sus ojos. Jamás había visto a Daniela tan destruida, pero cuando se abalanzó sobre mí para abrazarme, me dio a entender hasta qué punto no había visto su dolor en realidad. Acaricié su cabello apretando con mi otro brazo su cuerpo al mío y dejé un suave beso en su frente. Odiaba verla mal, pero llorar era algo nuevo para mí. En todo el tiempo que habíamos sido amigos, las lágrimas jamás habían sido un recurso dentro de sus posibilidades.

—Shhh... tranquila, desahógate —susurré acunándola ligeramente de delante atrás como hacía mi madre cuando yo era pequeña.

Había empezado a hipar, lloraba sin que pareciese haber consuelo alguno. Jamás la había visto tan frágil, tan destruida y me di cuenta que ese chico había usado la peor jugada del mundo con ella. Había intentado hacer que creyese que quería algo más que sexo cuando, en realidad, era solo sexo lo que parecía desear. No me hizo falta que me explicase porque si ella estaba llorando de ese modo era porque se había ilusionado con algo y le habían entregado todo lo contrario, aquello que ella siempre había cogido jugando al mismo juego que el resto de sus amantes.

Después de diez minutos, pareció estar algo más calmada. Sequé sus lágrimas con cuidado y ella se quedó aún en mi pecho porque no parecía tener fuerzas para nada más.

—Llamó su novia cuando nos íbamos a acostar —dijo de pronto—. Lo calculó bien. Me enamoró, me dijo que era preciosa, que era la mujer de su vida y, cuando estaba decidida a experimentar eso de hacer el amor como le decís todos los románticos, resulta que su novia llama.

—¿Por qué sabes que era la novia? —pregunté acariciando su nuca con mis dedos.

—Porque él estaba en el baño y fui yo quien cogió el teléfono al ver «mamá» en la pantalla. Pensé que si le llamaba su madre a esas horas podía ser importante, pero la voz que me contestó me dijo que no era su madre sino su novia. Discutí con ella y luego con él. Él me pedía que me quedase, pero... —Se sonó la nariz—. ¿Qué me iba a explicar, Sole? ¿Lo que siempre le dicen a la otra? Por favor... Ha tenido tiempo suficiente para dejarla antes y después de conocerme si es que yo era la mujer de su vida como decía. Así que...

—Entiendo —susurré antes de suspirar dándome cuenta hasta qué punto aquel hombre había sido un capullo en toda la extensión de la palabra—. ¿Quieres contarme cómo te sientes? —pregunté dejando un beso en su sien.

Ella negó aferrándose con un poco más de fuerza a mí y supe que necesitaba quedarse conmigo aquella noche. Me hacía ilusión pasar otro rato en compañía de Fabrizio, pero me negaba a dejar a Daniela y menos habiéndola visto por primera vez llorar.

Disimuladamente, cogí el teléfono y le escribí un mensaje. Sonreí al ver que en su respuesta entendía a la perfección que necesitásemos estar como amigas aquel día. Así que, le mandé un beso asegurando que le recompensaría.

Habiendo solucionado aquello acaricié la espalda de Daniela que parecía perdida en sus pensamientos, muy lejos de dónde yo estaba y podía protegerla. Me molestaba no haber podido estar allí, no haber podido evitarle un dolor tan grande, pero una de las crueles verdades y enseñanzas de la vida, era que jamás se podía proteger a nadie de lo que estaba destinado a sufrir.

Salió del baño secándose las lágrimas que no había dejado de derramar en ningún momento. Se había quitado todo el maquillaje y volvió a sentarse en el lugar que había dejado vacío en el sofá. Acaricié su mejilla con los dedos queriendo cuidarla y ella me regaló una falsa sonrisa.

—Estaré bien. En fin, no voy a ser la única persona en el mundo que se vaya a morir de amor, ¿no? —dijo intentando bromear antes de echar su cabeza hacia atrás.

—No. Mírame a mí. Sabes que de eso se sale.

Asintió y como si se diese cuenta de algo, se incorporó como un rayo para mirarme.

—¿Y Fabrizio no tarda mucho?

—Le dije hace un rato que no viniese porque te ibas a quedar tú en su lugar. Así que...

—¡Jo, no! No quiero ser la típica idiota que arruina las citas de todo el mundo —resopló antes de sorberse los mocos—. Dile que venga, que yo me voy.

Agarré su brazo y negué varias veces.

—Sabes que no es algo que vaya a discutir, cielo, así que deja el orgullo a un ladito y te quedas aquí, ¿vale? Me necesitas y yo pienso consentirte a besos y mimos todo el día —dije antes de besar sonoramente su mejilla.

Me miró casi debatiéndose si era lo que debía hacer. Infló los mofletes manteniendo el aire en los pulmones y luego lo soltó todo de golpe dándose por vencida.

—Pero tienes que compensarle, que menuda rachita lleváis los dos, ¿eh?

Reí viéndola tumbarse en el sofá con su cabeza en mi regazo. Acaricié su cabello por instinto y suspiré viéndola así porque me mataba por dentro.

—Llevamos la peor racha del mundo y eso que hay cosas que no sabes —susurré causando que ella se pusiese boca arriba para así verme mejor—. No preguntes. No quieres saber —expliqué antes de que abriese la boca.

Ella puso los ojos en blanco y picó con su dedo mi costado.

—Sabes que de ti quiero saberlo todo, así que no digas tonterías. De hecho, me ayudará a no pensar...

Miré al cielo igual que si me estuviese encomendando a alguien allí arriba que me ayudase a decidir, pero Daniela no me daría tregua. Sabía lo pesada que podía ser cuando se lo proponía. Cerré los ojos y respiré profundamente.

—Estuvo aquí. Discutieron. Fabrizio se fue a dar una vuelta y...

—¿Y qué? —me apremió.

—Le besé. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora