Capítulo 13

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Ese mismo día, cuando salí del colegio, intenté centrarme un poco en todo lo que podía hacer esta tarde. Me llamaban las responsabilidades de una u otra manera. Todo lo que tuviese que ver con la casa estaba sin hacer, así que empecé a pensar en una larga lista de quehaceres que no me obligasen a centrarme en esa parte de mi vida que deseaba olvidar por el momento.

Sin embargo, cuando iba caminando por el edificio, una persona se cruzó en mi camino obligándome a centrarme en el aquí y en el ahora.

—Hola, señorita —dijo una pequeña que pude reconocer en el mismo momento en que estuvo delante de mí. Era una de mis alumnas, Aurora.

Me puse de cuclillas y le dediqué una sonrisa amable, siempre lo era con mis niños.

—Hola, preciosa. ¿No te habías ido ya con tu mamá?

Ella negó y después señaló a alguien detrás de mí.

—Perdón, perdón, es que en cuanto la vio quiso decirle adiós y...

Cerré los ojos cuando escuché aquella voz. ¿También allí? Era Felipe. Había ido a recoger a su hija y encima esa pequeña tenía que estar en mi clase. Sonreí más que nada por educación porque nadie podía saber cuál era mi conflicto interno porque uno de los padres de mis alumnos hubiese logrado golpear en mi vida con la fuerza de un tranvía tan solo ejerciendo su trabajo.

—Sole —sonrió como si realmente se alegrase de verme.

—Felipe —dije antes de bajar la mirada a la pequeña—. ¿Es Aurora tu hija?

—Sí. Es mi pequeña —respondió cogiéndola en brazos antes de mirarme como si estuviese cayendo en ese momento en lo que eso significaba—. ¿Eres la profesora de mi hija? Madre mía, ¡cómo son las casualidades! —rio logrando que mi estómago estallase en miles de fuegos artificiales que impactaron en mi corazón.

—Sí. Así es.

Había perdido por completo cualquier gana que mantuviese en mi haber de seguir conversando. Estaba delante de mí, ejerciendo de padre una de las cosas que por saber qué motivo me resultaban más atractivas en un hombre y yo teniendo que aguantarme las ganas de besarle hasta dejarle sin labios no solo por su hija, sino porque él no sentía nada por mí de ese modo.

—¿Conoces a mi señorita? —preguntó Aurora.

—Sí. Es amiga de papi, la conoció en el trabajo.

La pequeña que era adorable, asintió y se abrazó a su padre como cualquier niña lo haría que adorase a su progenitor. En esas edades, las pequeñas parecían tener una especie de enamoramiento con los padres, como si solo ellos fuesen los más maravillosos del mundo mientras que le resto de los hombres eran harina de otro costal.

—Es adorable. Tu hija siempre se porta de maravilla en clase, en serio.

¿Cuál era la mejor manera de intentar mantener una conversación en ese momento? Ser tan solo la profesora de Aurora, olvidarme de todo lo demás. Ella era lo importante.

—Está encantadísima contigo. Estamos seguros que es por ti, Sole, porque el año pasado no quería venir a clase ni un solo día —admitió intentando que sonase a un halago y probablemente lo hubiese sido si no hubiese sido porque estaba sintiéndome miserable con cada verbo en plural que usaba.

Sonreí antes de buscar alguna excusa para cortar la conversación en ese mismo momento.

—Yo, tengo que irme ya. Tengo que comer y...

—Espera, ¿quieres ir a comer con nosotros? Su madre está fuera y voy a aprovechar para invitarla a comer al McDonald's que la gusta mucho —dijo con esa sonrisa que lograba derretir todas las barreras que me había obligado a mí misma a ponerme.

—Es que...

—Por favor —dijo antes de mirar a Aurora—. ¿Tú quieres que la profe venga con nosotros?

La pequeña asintió y ambos hicieron la misma expresión, un puchero al que nadie en su sano juicio podría resistirse.

—Yo invito —añadió.

Después de eso no sabía cómo decirles que no sin que fuese evidente que algo me pasaba con ese hombre. Él se daría cuenta de algo raro, estaba segura. Si éramos amigos o, al menos, nos llevábamos bien, no tendría lógica que me negase a una invitación como esa.

—Vale, iré con vosotros —acepté dedicándoles una sonrisa y como consecuencia, la pequeña Aurora se tiró a mis brazos haciendo que me sintiese peor que nunca.

Sentados en la mesa del restaurante, miré el menú que había pedido con desgana. Comer allí, delante de ambos, como si nada pasase, era tan complicado como tragarme un canto rodado, pero tenía que hacerlo por mi bien, por seguir manteniendo las apariencias y, después de ese momento, me alejaría tan pronto como estuviese en mi mano. Me sorprendía, muchísimo, que Felipe no llevase el anillo en la mano jamás. ¿Se lo quitaba por alguna razón o es que no estaba casado? Fuese como fuese, seguro que la madre estaba allí, debía estar allí. No quería ni pensarlo.

—Ten cuidado con las patatas, cómelas despacio, ¿vale?

Suspiré embobada observando el padrazo que estaba hecho Felipe. Relamí mis labios y me obligué a centrarme tan solo en la comida, nada más que en la comida. Me llevé una patata a la boca y luego, crucé mis piernas bajo la mesa en un intento por mantener aquel movimiento constante de las mismas que me estaban diciendo a gritos que la situación me estaba poniendo mucho más nerviosa de lo que yo pensaba.

—Debo confesarte que pensé que estabas huyendo de mí o algo esta mañana —dijo antes de reír como si fuese una tontería.

No, no se había equivocado. Estaba huyendo de él. Podía haber llegado más tarde al colegio, pero había sido la excusa perfecta para no tener que seguir en la cafetería pensando en que ese hombre jamás de los jamases sería mío ya que estaba perdidamente enamorado de alguien más.

—¿Ah si? ¿Y qué te hace pensar que no fue así? —pregunté intentando que sonase a broma.

—Si hubiese sido así no estarías aquí con nosotros ahora mismo.

Lo sabía. Sabía que él se hubiese dado cuenta así que había hecho muy bien para disimular porque lo que menos deseaba era tener que ponerme a decirle la verdad, a contarle que huía de él porque tenía un cuelgue horrible que me podía destrozar mis posibilidades con Fabrizio, un hombre encantador y que parecía estar dispuesto a conocerme mucho mejor, a tratarme como yo me merecía.

—Chico listo.

Me llevé otra patata a la boca obligándome a comer pese a que me estaba pareciendo una tortura china más que una placer.

—¿Qué tal las funciones y eso? —pregunté en un intento por cambiar radicalmente de tema.

—Son geniales, geniales. Hemos vuelto a vender todas las entradas y es una pasada. Debo reconocer que algunas cosas me cuestan, pero aún así es reconfortante, no sé... saber que llegas a tanta gente que todo el mundo quiere verlo, ¿no? —sonrió emocionado como seguramente lo haría cualquier persona en su sano juicio cuando se tratase de hablar de un trabajo que estaba cosechando los éxitos merecidos.

—Eso es maravilloso.

Volví a centrarme en las patatas justo cuando escuché mi nombre o, al menos, me pareció escucharlo.

—¿Sole? —repitieron algo más cerca y reconocí la voz.

—¡Fabrizio! 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora