Capítulo 34

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Después de un rato, sonó el timbre de la puerta. Pensé que sería Fabrizio, así que me limpié las lágrimas y respiré profundamente recordándome que no podía verme demasiado rota. De todos modos, podía inventarme cualquier cosa aunque Felipe quedase mal, ¿no? Dudaba que Fabrizio hiciese algo más que romperle la cara y, probablemente, se lo merecía después de haberse quitado el beso de esa manera, como si le hubiese dado asco.

Abrí la puerta y, en lugar de ver a Fabrizio, me encontré con Felipe. Me miró y me dio la impresión de que quería decir algo; pero, en su lugar, me pregunté si él se habría olvidado algo. Me giré para ver qué era suyo en mi casa y caminé hacia el salón ya que no parecía querer abrir la boca.

Cerró la puerta, me di media vuelta por instinto al escuchar el ruido y me odié por hacerlo. No quería verle, no quería pensar en lo que acababa de pasar.

—Si te has olvidado algo, cógelo y ya...

Asintió y se acercó a mí hasta que sus labios tomaron con los míos en un beso suave, dulce, demasiado dulce como para que todo mi cuerpo no temblase por su culpa. No entendía qué era lo que estaba pasando. Seguro que soñaba, que me estaba dejando llevar por algo que no era lógico ni medio normal y que él estaría borracho; pero no había rastro de sabor a licor en su boca. Lo único de lo que era consciente era de lo mucho que me estaba gustando ese beso y de que estaba volviéndome loca.

Dio un último y corto beso en mis labios cuando rompió el anterior tan dulce.

—Por el beso que me has robado —susurró antes de dejarme allí, temblando como una hoja, sintiendo que mi corazón latía a todo trapo. ¿Por qué estaba jugando de ese modo conmigo si estaba casado?

Me dejé caer en el sofá y maldije su estampa aún cuando mis labios quemaban y tenía el sabor de su boca en ellos como si no se hubiese marchado.

Media hora más tarde, Fabrizio fue quien llamó a la puerta. Me había pillado viendo una película después de lavarme la boca a conciencia. Le miré con una sonrisa y le abracé adorando que me tratase tan bien, que siempre estuviese allí. Era el único que podía salvarme de toda esa locura que había pasado con Felipe que, seguro, debía ser un sueño.

—He traído algo de comida aprovechando que no sabía lo que ibais a tardar. —Dejó dos cajas de pizzas sobre la mesa y una botella con un refresco—.Voy a por los vasos, no te muevas —añadió.

—Eres el mejor. Porque me estoy muriendo de hambre, literalmente —dije suspirando y abriendo una de las cajas para ver qué clase de pizza había pedido.

Dejé a un lado la de Pepperoni y abrí la otra caja encontrándome con una más sencilla, solo de jamón de York. Con esa me quedaría. El pepperoni siempre lograba hacer que tuviese ardor de estómago.

—¿Te ha ido bien con ese energúmeno?

La imagen de mi cuerpo abalanzándose sobre el suyo para darle un beso, fue lo bastante vergonzosa como para obligarme a comer un trozo de la porción de pizza y así tener tiempo para recomponerme sin que mi voz se quebrase en la mitad de la respuesta. Asentí haciendo un ruido.

—¿Qué era lo que quería? —Dejó los vasos uno delante de mí y el otro en su lugar—. ¿Algo malo?

Negué y cuando tragué le respondí mejor.

—Era sobre su hija. Le expliqué más detenidamente que no podía hacer nada porque ya no sería la profesora y listo, se marchó. Lo entendió bien aunque le costó —musité fingiendo que aquella era la única verdad.

—Si solo quería eso...

Pude ver que parecía seguir enfadado. Quizá él había podido saber algo que yo no, pero no lograba entenderle. Felipe se había marchado y ya. El beso debía ser una alucinación mía como cuando había creído besarle y había estado comiéndole la boca a Fabrizio. Podía intentar comprobar si sentía lo mismo imaginándome que era Felipe, pero eso sería estúpido e injusto para mí. No, el beso había sido solo un sueño y, sin duda, necesitaba esas vacaciones en realidad.

—No te enfades. Solo es un padre preocupado por su hija.

Dejé un beso en su mejilla y él me atrajo así antes de que nuestra conversación cambiase radicalmente de tema. Nos centramos en conocernos. Me contó grandes cosas de su familia, me explicó los nombres de cada uno y me contó anécdotas gracias que lograron hacerme reír tanto que terminé tosiendo.

Me limpié la boca antes de negar entre risas.

—¿En serio le intentaste arreglar la dentadura postiza a tu abuela con pegamento?

Asintió antes de terminarnos un trozo de pizza.

—Pero no con el pegamento este de contacto, no, sino con la barra que usamos todos en el colegio y eso no pegaba ni a la de tres —explicó tras tragar riendo y logrando que yo también estallase en carcajadas imaginándome a un pequeño Fabrizio endemoniadamente terrible buscando remediar su error—. Es cierto, ¿eh?

—Me lo creo, me lo creo —dije tapándome la boca con las manos por la risa—. ¿Cuántos años tenías?

—Unos cuatro.

—Así que eras todo un diablo, ¿eh?

—Mi madre me llamaba terremoto, así que puedes imaginarte.

—Estoy segura que le diste muchos dolores de cabeza a tu madre, ¿eh? —Reí llevándome una porción más de pizza a los labios. Se estaba quedando fría, pero era igualmente deliciosa.

—Demasiados. Aunque creo que ahora, de mayor, he logrado compensarlo.

—¿Por qué lo dices? —pregunté cruzándome de piernas y apoyándome en el sofá.

—Les ayudo en todo lo que está en mi mano. Voy a visitarles tanto como me permite el trabajo ahorrando y les he mandado también dinero. —Se inclinó para servirnos un vaso de refresco a cada uno entregándome el mío por si quería beber—. Así que espero haber compensado todo lo que hice.

Me quedé mirándole mientras bebía, preguntándome si se podía querer a dos personas a la vez. Fabrizio me hacía sentir muchas cosas, pero no las suficientes, aunque tampoco tan miserables como para no contarlas. Le quería, de una forma que no sabía qué era lo que significaba, pero lo hacía. La frase se había escrito perfectamente en mi cabeza y no la había pronunciado por temor a que no fuese real. No podía no quererle después de todo lo que había hecho por mí, el problema era diferente. La dificultad estaba en saber cómo le quería en realidad.

Acaricié su cabello con mis dedos y él me regaló un beso que me dibujó una sonrisa en los labios que dudaba que se pudiese ir con facilidad. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora