Capítulo 37

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El día siguiente me desperté y Daniela se había metido en la cama conmigo. Ni tan siquiera había intentado que me despertase, pero me había dado su calor durante la noche como si supiese que lo necesitaba o fuese ella misma la que lo estuviese pidiendo a gritos. Me quedé mirándole en silencio y suspiré odiando ver sus ojos hinchados porque había estado llorando esa noche mientras que yo había estado descansando. No había sido el descanso más tranquilo de mi vida, debía admitirlo, pero me molestaba que hubiese estado sufriendo a mi lado y no hubiese estado allí para apretarla contra mi cuerpo, al menos, de manera consciente.

La vibración del teléfono me hizo saber que alguien me estaba llamando y lo cogí antes de que el más mínimo ruido la despertase. No quería ni pensar la noche que debería haber pasado y como no había estado para consolarla no me iba perdonar si además la despertaba. Sabía que me mataría si no llegaba a tiempo a trabajar, pero siempre era la persona más puntual del mundo. ¿Tanto importaba que ella fuese un poco más tarde y que pudiese recobrar las energías que no había podido renovar durante toda la noche?

—¿Diga? —pregunté en un susurro.

—¿Sole? ¿Te estoy interrumpiendo en algo importante?

Salí con cuidado de la cama al escuchar la voz de Fabrizio al otro lado de la línea.

—No, no —dije aún bajo—. Espera un momento.

Fui descalza hasta el pasillo y cerré la puerta con delicadeza tras mi espalda. Ahora podía hablar algo más alto aunque tampoco a gritos porque mi casa no estaba insonorizada.

—Perdona, es que estaba Daniela durmiendo y no quería despertarla —dije rascándome un poco la cabeza y permitiéndome estirarme a mis anchas mientras caminaba por el pasillo—. Buenos días.

—Buenos días, princesa. ¿Has dormido bien? ¿Qué tal tienes el tobillo?

El tobillo, me había olvidado por completo de él. Tampoco era como si me doliese mucho, pero por suerte no me había puesto a hacer algo raro o habría terminado descubriendo el dolor una vez más.

—Está bien, no me duele, no te preocupes—contesté rápidamente antes de mirarme el tobillo que estaba inflamado, pero no lo suficiente como para preocuparse, al menos, yo no solía preocuparme por esas cosas. Pensaba que no tenía nada importante, solo era algo más que podía pasar y aunque tenía dolores en algunas zonas del cuerpo me había asegurado a mí misma que no habría nada que me hiciese ir al médico sin una necesidad imperiosa. En eso había salido de mi padre quien se había negado toda la vida a que le tocase un «matasanos» como él los había llamado siempre.

—¿Volvieron a vendártelo? —preguntó ya que él se había encargado de quitarme la venda cuando nos metimos ambos en la ducha.

—Sí —contesté de manera escueta. Él aún no me conocía del todo, pero yo sabía que cuando supiese lo mal que se me daban realmente las mentiras y que tenía una serie de tics que indicaban que estaba mintiendo tanto como Pinocho, no podría escaparme de su dedo acusador. Al menos, mi madre siempre había usado ese dedo que tanto me había asustado hasta cumplir la adolescencia.

—No sé porqué me da que me estás mintiendo... Pero como no quiero discutir, lo dejaremos así —comentó al otro lado de la línea y sonreí avergonzada y encantada a partes iguales.

Avergonzada porque estaba empezando a descubrirme y encantada porque hasta en algo como eso lograba hacerme sentir bien. ¿De dónde se había escapado un hombre como él? No era normal, nunca lo sería y había tenido la suerte de que fijase sus ojos en mí.

—¿Todo bien con Daniela al final?

Negué aunque él no podía verme.

—No está nada bien. Me preocupa. Creo que le han roto el corazón por primera vez y sé lo difícil que es para cualquiera recuperarse de algo así —suspiré levantando mi pierna y notando que mi escasa flexibilidad estaba empezando a mermar más que antes porque no podía levantarlo como recordaba—. Ha pasado algo muy extraño, demasiado y no me gusta ni un pelo.

—Sí, algo he oído por el grupo que tenemos. Daniela ha dicho que no saldrá las próximas noches y jamás lo ha hecho, ya sabes, ni por el trabajo siquiera. Ella es de salir, de darlo todo en la pista y olvidarse hasta de su existencia —explicó soltando un suspiro—. ¿Tú crees que deberíamos sacarla nosotros?

Moví la cabeza pensando en esa idea.

—Ella me sacó de una oreja la última vez, así que no veo porqué no. Quizá es lo que debemos hacer, ayudarla a demostrarle que la vida sigue aunque ese capullo haya hecho eso —resoplé incorporándome en el sofá—. ¿Crees que esta noche será lo mejor? Ya sabes...

—Puedo organizarlo si quieres que estemos todos. No creo que vayan a decir que no a una salida para buscar cacho —dijo antes de soltar una pequeña risa—. Es más, las mejores fiestas las han pasado cuando alguna chica ha estado despechada así que se imaginan que con Daniela sería un desmadre.

La idea de que viesen a mi amiga como si fuese un cacho de carne era algo que jamás iba a poder ver con buenos ojos, a fin de cuentas ella era para mí más importante que cualquier hombre del mundo.

—Lo siento... —dijo como si hubiese interpretado mi silencio tal y como se merecía—. Quizá lo mejor sea que no estén ellos, sino que estemos solos los tres, ¿qué te parece?

—Me parece bien... muy bien.

Escuché el sonido de la puerta y cómo entraba alguien en el baño como una exhalación. Sabía que se acababa de despertar.

—Te dejo que se ha despertado y me va a matar por no haberla despertado yo —reí antes de colgar con el consabido hasta luego que siempre decía.

—¡Soledad! —gritó saliendo del baño y terminando de ponerse un zapato mientras hacía su aparición estelar en el salón—. Voy a asesinarte. ¡Me tenías que llamar! Dios, tenía que haber ido a casa y...

—Shh.. ve a casa y si llegas tarde, llegas tarde. Tu jefe te tiene que poner un altar porque siempre llegas antes de tiempo y le sacas todo el trabajo adelante. Deja por una vez que sepa que eres una persona normal, humana, con fallos —argumenté antes de ponerme de rodillas en el sofá y apoyarme en el respaldo para observarla atentamente—. Daniela...

—No me digas que estás tramando algo porque te veo venir desde la estratosfera —explicó intentando colocarse mejor la ropa.

—Esta noche, a las diez salimos. Ponte la ropa más picante que tengas que Fabrizio y yo te vamos a sacar por ahí... —Cuando abrió los labios para protestar levanté uno de mis dedos—. De eso nada, monada. Vas a salir, te guste o no. Ahora te toca sufrir a ti lo que me has hecho siempre. Saldrás.

Me retó con la mirada y miró su reloj antes de soltar una palabrota.

—Te libras de la discusión solamente porque voy a llegar muy tarde. —Abrió la puerta del apartamento lanzándome un beso y salió de allí corriendo pese a que aún le restaba tiempo suficiente para llegar a la oficina.

Me había despertado a la hora de siempre para ir a trabajar, pero, por primera vez, no tenía a dónde ir. Era demasiado pronto para todo y una ligera sensación de vacío me embriagó en lo más profundo de mi corazón. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora